Cine

"Una historia verdadera", de David Lynch

El alma del cosmos

26 diciembre, 1999 01:00

El proceso de domesticación de David Lynch culmina con Una historia verdadera. Presentada con aplausos unánimes en la 52 edición del Festival de Cannes, la última obra maestra del autor de Terciopelo Azul y Corazón Salvaje le da la vuelta a sus oscuras obsesiones para mostrar, con otro ritmo, a un cineasta limpio y renovado, luminoso y en plena forma, siempre fiel a sí mismo. Basada en un hecho real sucedido en 1994, la película retrata la epopeya de un anciano (Richard Farnsworth) terco, obsesivo y excéntrico que cruza Estados Unidos en un tractor para reunirse con su hermano moribundo al que no ve desde que era joven. Emoción y buenos sentimientos llegan de la mano de un cineasta que se había acostumbrado a las tinieblas.

¿Es Una historia verdadera la película más realista de David Lynch (Montana, 1946)? Ante la pregunta de Serge Kaganski, periodista de Les Inrockuptibles, Lynch dice "no" con rotundidad: dice que Cabeza borradora es su filme más realista, porque la realidad "no es la superficie visible de las cosas, es un sentimiento". La realidad es una creación emocional donde un cielo estrellado, una galaxia entera, puede convertirse en un hermoso campo de trigo, una casa silenciosa pintada por Norman Rockwell, una carretera asfaltada en dos direcciones que, en otros tiempos, habría sido pisada por los cascos de los caballos de un cowboy crepuscular, en vuelo directo hacia Iowa. Alvin Straight (inconmensurable Richard Farnsworth, que ha tenido que esperar ochenta años para interpretar el papel de su vida) cruzará un par de estados americanos para reunirse con su hermano moribundo, con el que no se habla desde que era joven. Este argumento, simple como una cerilla, podrá hacernos (mal)pensar: ¿se habrá convertido Lynch en un sosias de Capra y sus buenos sentimientos? No teman: Straight es uno más de los personajes tercos, obsesivos y excéntricos -su medio de locomoción es un tractor- de su filmografía, el portavoz de la tercera edad -sinónimo de sabiduría- de un cineasta que ha dejado las tinieblas para abrazar la luz.

Lenguaje no verbal

Peggy Reavey, estudiante de la Pennsylvania Academy of Fine Arts de Philadelphia y futura primera esposa de Lynch (se casaron en 1967 y pronto tuvieron a Jennifer, el fruto de una experiencia paternal que muchos relacionaron con los infernales gritos de auxilio del bebé-monstruo de Cabeza borradora), le confesaba al crítico Chris Rodley que Lynch encontró un modo nuevo de usar las palabras: "Las usaba de una forma no verbal. Pintaba con ellas. Tenían una textura, una presencia sensorial. él es muy poético". Lynch añade: "Los pintores no tenemos que hablar. No hay necesidad de un lenguaje articulado". Pintor, fotógrafo, dibujante de tiras cómicas y director de cine con especial sensibilidad para captar los ultrasonidos que desprenden los universos subterráneos, Lynch ha despreciado el verbo en beneficio de los sentidos, o ha utilizado el lenguaje para llegar al verdadero corazón del caos emocional humano. Todas las malas vibraciones que irradian sus anteriores películas -las mismas malas vibraciones que irradian los cuadros de Francis Bacon o las novelas de Franz Kafka- se han convertido en luz y belleza y armonía en Una historia verdadera. Los ángeles guardianes de su cine -la Mujer del Radiador de Cabeza Borradora, el Hada de El Mago de Oz en Corazón Salvaje, el ángel de Twin Peaks: Fuego Camina Conmigo-han decidio materializarse y proteger el largo y confortable via crucis de Alvin Straight. Si Terciopelo Azul era un viaje detectivesco hacia el interior de una oreja -o hacia lo que esconde el verde césped del pueblo de Lumberton-, Una historia verdadera es un viaje cósmico, el trayecto de una estrella fugaz desde el cosmos hasta esa América habitada por seres solidarios y generosos. El cielo baja: el momento en que Alvin Straight y su hija retrasada (excepcional Sissy Spacek) contemplan, en silencio y con una plácida sonrisa, una tormenta nocturna -a la luz de los relámpagos reflejada en sus rostros-, pertenece a esa clase de instantes que justifican una vida de artista. El alma de Lynch, como la de John Merrick en El hombre elefante, puede descansar en paz: se ha fundido con el cosmos, ese magma entrópico capaz de absorber lo mejor y peor de nosotros mismos, y convertirlo en estrella.

Al ritmo del I’m deranges de David Bowie, los créditos de Carretera perdida se deslizan, enloquecidos, por el asfalto de una vía dividida por una línea discontinua. El horizonte de esa carretera es el punto de fuga psicogénica, ese instante de no retorno que todos estamos condenados a alcanzar. La carretera como camino metafórico hacia la locura: esa carretera por la que transitaban Sailor (Nicolas Cage) y Lula (Laura Dern) en Corazón salvaje, la carretera en la que Pete Dayton (Baltazar Getty) se confunde con Fred Madison (Bill Pullman). Una historia verdadera no es la primera "road movie" de Lynch, pero sí es la más literal: el viaje geográfico de Alvin montado en un tractor se corresponde con su viaje de aprendizaje y reconciliación con el mundo. Si los personajes secundarios que abordaban a Sailor y Lula en su carrera automovilística hasta Big Tuna eran extravagantes enviados del Diablo, signos de una fatalidad -la rubia oxigenada Perdita Durango (Isabella Rossellini), el inefable Bobby "Fóllame" Perú (Willem Dafoe) y esa mujer accidentada (Sherylin Fenn) que, antes de morir, quería peinarse y pintarse los labios-, los habitantes marginales de Una historia verdadera son desamparados (la chica que se confiesa al calor de un fuego nocturno) o solidarios ángeles del bien. Al final de la carretera, Straight encontrará a su hermano Lyle, el último guardián de una benefactora puerta del cielo.

Alvin Straight quiere devorar los 400 kilómetros que le separan de su meta con un tractor. A su edad y con sus achaques no le renuevan el carnet de conducir. Su universo se ralentiza. Todos los detalles -el sonido cortante de un pelotón de ciclistas adelantándose por la derecha-, por insignificantes que parezcan -las nubes, la luz solar, la lluvia-, cobran importancia: ese ritmo lento permite que estemos atentos al sonido de una mazorca de maíz al desprenderse, al leve movimiento de una espiga, al caprichoso saludo titilante de un planeta salvaje. A medida que rodaba, Lynch, contagiado de la serenidad del paisaje y del actor (Farnsworth) que lo recorría con sus ojos, se adaptó a su pausada velocidad (la antítesis del delirio de Carretera perdida): antes de filmar conoció a la familia Straight, y luego, en el rodaje, se encontró con todos aquellos que le conocieron en vida, trazando un mapa contradictorio y multiforme de opiniones e historias. En ese camino de iniciación, idéntico al emprendido por Alvin Straight, Lynch descubrió una vasta y abundante red de relaciones basada en la generosidad y el apoyo incondicional de gente separada por kilómetros y kilómetros de campos y cosechas. Gente que ha aprendido que la velocidad de las ciudades es menos humana que la velocidad de los jardines y el cielo azul.

Incendios
En su pintura Suddenly My House Became a Tree of Sores (1990), David Lynch muestra una casa incendiada. El fuego como poder destructor es uno de los leit-motiv su cine: el incendio que mata al padre de Lula y los primeros planos de cerillas encendidas en Corazón salvaje; el fuego como entidad orgánica, presente en el título de Twin Peaks: Fuego camina conmigo. Lynch confesaba que esas imágenes provenían directamente de los recuerdos, infantiles y juveniles, de cuando vivía en Boise (Idaho) y Spokane (Washington). En Una historia verdadera, también hay un incendio. Ni siquiera esa catástrofe resulta convulsiva: marca la apertura de un nuevo capítulo -quieto, tranquilo-de la película, momento en el que Straight toma conciencia de la cercanía de su objetivo y, también, de la cercanía de la Muerte. El diálogo que mantiene con un compañero de generación sobre sus recuerdos bélicos -sólo "sonorizados", nunca visualizados: Lynch es de los pocos ci-neastas que saben utilizar el sonido como recurso dramático- es, en este sentido, significativo. Es entonces cuando nos damos cuenta de que Una historia verdadera es, seguramente, una película sobre lo bello que puede resultar asumir nuestra fecha de caducidad. Sólo así, parece decir Lynch en esta obra maestra de incalculable valor, podremos disfrutar de toda la luz del cosmos, de toda esa bondad cristalizada en un infinito número de estrellas.

TERRENOS EMOCIONALES
Se parece un montón a Patricia Arquette en Carretera perdida, pero no lo es: tal vez fue su modelo. Mary Sweeney tiene bastante con ser montadora, productora y compañera senti- mental de David Lynch. Sin ella, Una historia verdadera no existiría. Ella fue quien se fijó en la historia real de Alvin Straight, publicada en un periódico en 1994. Corrió a comprar una opción de los derechos, pero otro productor se le había adelantado. Pasaron tres años y nada ocurrió. Cuando Straight murió, Mary habló con sus hijos, para descubrir que la opción había quedado libre. Junto a John Roach se fue a Iowa para visitar a la familia de Straight. David Lynch sólo iba a cumplir la función de supervisor, asesor y buen marido, pero se dejó hechizar por el guión e insistió en dirigirlo. Era un modo de regresar a los terrenos emocionales de El hombre elefante. A un paso de llevarse la Palma y a dos de estar en los Oscar, Una historia verdadera demuestra que, para todos los que creían que sólo era un moderno sin nada que decir, Lynch está, a sus cincuenta y tres años, en plena forma. Mary puede sentirse muy satisfecha.