José María Íñigo y Uri Geller en el programa 'Directísimo' en 1975

José María Íñigo y Uri Geller en el programa 'Directísimo' en 1975

Entre dos aguas

Ciencia, pseudociencias y fenómenos paranormales

  • No hay que temer investigar cualquier cosa que a uno se le ocurra, siempre, claro está, que se sigan los cauces más rigurosos del proceder científico.
  • Más información: Científicos en el ocaso de la creatividad
4 octubre, 2024 01:37

Pensamos en la ciencia y con frecuencia la asociamos a problemas del tipo de cuáles son los cuerpos y radiaciones que existen en el universo y cómo se comportan; de qué está formada la materia que vemos y palpamos; o el estudio, clasificación y relaciones –no sólo a la manera de Darwin sino también de la anatomía, fisiología o genética– de las muy diversas manifestaciones de la vida.

Podría seguir y seguir con cientos de ejemplos más. Pero, aunque cuestiones como las anteriores sean las que mejor caracterizan a la ciencia, cometeríamos un error si dejásemos de lado otros tipos de indagaciones que son clasificados, de entrada, sin más, como “pseudociencias”.

No se escandalicen, amigos lectores, que no voy a defender esa infinidad de prácticas que con toda justificación merecen semejante calificación, como, por ejemplo, los horóscopos –astrología se denominó en el pasado y así continúa–, y que todavía, ¡ay!, aparecen publicados en muchos periódicos y revistas, o la pseudomedicina, que ya sé que tiene muchos defensores (conozco alguno muy respetable y buen científico). De lo que quiero tratar es de los esfuerzos que científicos serios, buenos profesionales, hicieron en el pasado, e incluso en la actualidad, para intentar demostrar la existencia de fenómenos que la mayoría de nosotros consideramos inexistentes, cuando no meras tonterías… y que al final se demostró, aunque no en todos los casos, que eran irreales.

El punto que deseo resaltar es que no es incompatible con la práctica científica el dedicar esfuerzos a analizar si existen fenómenos que la mayoría pensamos que son fábulas insostenibles, pues ¿no ha demostrado la ciencia la existencia de entidades como los campos, a la cabeza el electromagnético, cuya realidad tardó en imaginarse y comprobarse? O hechos que desafían la mente más imaginativa como la dualidad onda-corpúsculo cuántica.

No suscribo en su totalidad lo que defendía un provocativo, pero enormemente inteligente y magnífico filósofo de la ciencia y escritor de origen austriaco, Paul Feyerabend (1924-1994). Su lema era “Anything goes” (“Todo vale”) y en él basó un libro fascinante, Against method (En contra del método, 1975), en donde se esforzaba por equiparar el método que se utilizaba en, por ejemplo, la brujería con el de la biología. (Aún recuerdo cuando di con ese libro, que acababa de publicarse, en la librería de la London School of Economics, muy cerca del King’s College, en el que yo estudiaba entonces, y cuánto disfruté con su lectura.)

Algunos físicos están analizando la hipótesis de que exista una quinta fuerza con la que explicar la materia oscura

No, no creo, por supuesto, en la brujería o similares, pero sí en que no hay que temer investigar cualquier cosa que a uno se le ocurra y que piense que acaso sea posible, siempre, claro está, que se sigan los cauces más rigurosos del proceder científico: “prueba y error”, “racionalidad y lógica” y similares.

Un buen ejemplo en este sentido es una corriente que se introdujo durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX, especialmente en el Reino Unido, pero no solo allí: el espiritismo y el interés que algunos científicos desempeñaron en él, entre ellos algunos tan notables como los físicos William Crookes, Oliver Lodge y lord Rayleigh, el naturalista y codescubridor de la teoría de la evolución de las especies Alfred Russel Wallace, y el matemático Augustus De Morgan.

Independientemente de las motivaciones de unos u otros –Lodge, por ejemplo, estaba muy interesado en “contactar” con su hijo Raymond, víctima de una de las batallas de la Primera Guerra Mundial–, lo que quiero destacar es que la mayoría de estos científicos intentaban discernir, con las técnicas a su disposición, si los médiums engañaban o no.

Finalmente, se demostró que lo hacían, probándose así la falacia del espiritismo, aunque todavía continúen existiendo quienes creen en él. Lo siento, pero todo indica que nuestras “almas”, “espíritus” o como se desee llamar, no son sino producto de un impresionante conjunto de células, las neuronas del cerebro, que se consumen al morir.

No hay nada acientífico en interesarse por la posibilidad de que existan fenómenos que en principio nos parezcan inviables. Así progresa la ciencia

Otro ejemplo, que conocí, de manera bastante directa, es el protagonizado por el en su momento famoso ilusionista israelí-británico Uri Geller (n. 1946), con demostraciones en las que doblaba metales, cucharas en especial. Digo que conocí de manera bastante directa porque asistí a varios seminarios que trataban de Geller y sus supuestas facultades, en el Departamento de Matemáticas del King’s College de Londres durante el curso 1975-76. La celebración de esas reuniones estaba justificada porque en junio de 1974, Geller había realizado varios experimentos en el College, invitado por John G. Taylor, professor (catedrático) de Matemáticas y un reconocido físico teórico con importantes contribuciones, entre ellas el problema de la materia en estados extremos, como agujeros negros, pero interesado también en fenómenos paranormales.

Desgraciadamente –parece increíble, pero así es– no recuerdo lo que se comentó en aquellos seminarios –hace demasiado tiempo y yo tenía otros intereses–, sí que asistieron a ellos físicos y matemáticos muy distinguidos. Lo que he podido averiguar es a través de un informe que el propio Taylor preparó más tarde. En él reconocía que no había podido descubrir los trucos que, suponía, Geller había realizado, que –escribía– “me parecían imposibles de comprender, y que ciertamente habría rechazado como sin sentido si yo mismo no hubiera visto que sucedían”. Pensó que podría “haber sido engañado” poniéndolo “en trance”, pero no estaba seguro.

Otros científicos, como el célebre Richard Feynman, él mismo mago aficionado, sostuvieron que detrás de las demostraciones de Geller no había sino trucos y, en su conocido y muy entretenido libro ¿Está usted de broma, Sr. Feynman?, escribió que Geller no pudo doblar una llave para él y su hijo.

Yo no creo en esos poderes paranormales. Pero ello no significa que no esté abierto a la posibilidad de la existencia de fuerzas que no hayamos sido capaces de identificar: ¿la telepatía, por ejemplo?

Por otro lado, algunos físicos están analizando la hipótesis de que exista una quinta fuerza, junto a las cuatro conocidas, gravitacional, electromagnética, fuerte y débil (estas dos no se identificaron hasta la década de 1930), con la que tal vez se pueda explicar la misteriosa materia oscura.

Lo que quiero señalar, insisto, es que no hay nada acientífico en interesarse por la posibilidad de que existan fenómenos que en principio nos parezcan inviables. Así progresa la ciencia, porque la naturaleza es más imaginativa, más sorprendente que cualquiera de nosotros.