Katalin Karikó, la ganadora del Nobel que hizo posible la vacuna contra la Covid
Un libro descubre la vida de la científicahúngara, su formación entre los escombros del bloque soviético y cómo facilitó las claves para defendernos del coronavirus.
Soy un gran aficionado a las biografías y, dentro de ellas, a las autobiografías. De científicos en particular, aunque también he disfrutado con las de personajes como Elias Canetti, John Kenneth Galbraith, Arthur Koestler o, más recientemente, Michelle Obama.
En mi pequeño panteón de autobiografías de científicos sobresalen las de Charles Darwin, Santiago Ramón y Cajal, la neuróloga Rita Levi-Montalcini (¡qué título más maravilloso, Elogio de la imperfección!) y la del entomólogo Edward O. Wilson.
A caballo entre la ciencia, la lógica matemática en particular, la filosofía, la política y varios temas más, se encuentra la extensa autobiografía de Bertrand Russell. Su comienzo es inolvidable: “Tres pasiones, simples pero irresistiblemente fuertes, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad”.
Katalin Karikó ha dejado una gran huella en la ciencia como sus compatriotas Von Neumann, Wigner, Teller y Pólya
Su primera pasión era el “amor”, “porque trae éxtasis, un éxtasis tan grande que a menudo habría sacrificado el resto de mi vida por unas pocas horas de esta alegría”, y también porque mitiga la soledad, esa terrible soledad en la que nuestra temblorosa conciencia mira, más allá del límite del mundo, al abismo frío, insondable y sin vida”.
La segunda, el “conocimiento”: deseó “comprender el corazón de los hombres”, saber “por qué brillan las estrellas”. Y la tercera, la “piedad”, porque si el amor y el conocimiento le transportaron “hacia los cielos”, la piedad le llevó “de regreso a la tierra”, impulsada por otro conocimiento más cercano: “reverberan en mi corazón –escribió– ecos de los gritos de sufrimiento.
Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desamparados que constituyen una odiada carga para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y sufrimiento hacen que la vida parezca una burla de lo que debería ser”. No debería sorprender que recibiera el Premio Nobel de Literatura de 1950.
Acaba de publicarse otra autobiografía, Breaking Through. My Life in Science (Crown, Nueva York, 2023), de la bioquímica húngara Katalin Karikó, instalada en Estados Unidos, Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 2023 junto a Drew Weissman, “por sus descubrimientos sobre las modificaciones de la base nucleósida que permitieron el desarrollo de vacunas eficaces de ARNm contra la Covid 19”; con anterioridad, en 2021, había recibido el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica.
De lo que han significado sus investigaciones científicas poco diré, simplemente que ha cambiado radicalmente la forma en que se entiende la interacción del ARN mensajero (ARNm) con nuestro sistema inmunitario (recuérdese, el ARNm es el “intermediario” entre la molécula que transmite la herencia, el ADN, y la formación de proteínas).
Investigaciones que, como se señalaba en el comunicado del Instituto Karolinska al anunciar la concesión del Premio Nobel, hicieron posible la fabricación de un nuevo tipo de vacunas, en las que el ARNm desempeña un papel central.
Donde sí quiero detenerme es en dos aspectos de la biografía de Karikó, que ella explica detalladamente en su libro. El primero relacionado con su patria, Hungría, donde estudió biología a partir del otoño de 1973, y donde se doctoró y comenzó su carrera científica. Hungría formaba parte del bloque de países-satélites controlados férreamente por la Unión Soviética.
“En octubre de 1956, un año después de mi nacimiento –escribe Karikó en Breaking Through– algo histórico sucedió en Budapest. Comenzó con un pequeño grupo de protestantes, muchos de ellos estudiantes, marchando hacia el edificio del Parlamento en oposición abierta al Partido Comunista. Después de años de dictadura y estancamiento económico, estas personas querían reforma.
Llevaban una lista de peticiones, entre ellas que el Ejército Rojo abandonase Hungría, el regreso a una democracia multipartidista, una prensa abierta y libre, y la reorganización total de la economía húngara”. La respuesta fue tanques soviéticos entrando en Budapest, el Ejército Rojo disparando a los manifestantes, con miles de muertos y heridos, y cientos de miles de húngaros que abandonaron el país.
No obstante, y a pesar de semejante dependencia externa, Hungría mantuvo una buena infraestructura educativa en todos los niveles, lo que permitió que Karikó, “la hija de un carnicero” (el título de la primera parte de su autobiografía), obtuviera una sólida formación y comenzase su carrera como investigadora en un centro científico de primer nivel internacional, el Centro de Investigación Biológica.
Existen abundantes ejemplos de científicos húngaros de primerísimo nivel, si bien anteriores a Karikó, que se formaron en Hungría y que instalados en Estados Unidos, al igual que ella, terminaron dejando huellas profundas en la ciencia mundial.
Entre ellos, el ingeniero aeronáutico Theodore von Kármán, figura central en el establecimiento, en el Instituto Tecnológico de California, del Jet Propulsion Laboratory; el matemático, y muchas cosas más, John von Neumann, los físicos Eugene Wigner (Premio Nobel de Física 1963), Edward Teller, padre de la bomba de hidrógeno estadounidense, y los matemáticos George Pólya y Paul Halmos.
El segundo punto que deseo mencionar, que aparece constantemente en la autobiografía de Karikó y que a punto estuvo varias veces de arruinar su carrera, es el de la falta de interés que atraían sus investigaciones, lo que se reflejaba en la ausencia de financiación por parte de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos o de empresas relacionadas con la medicina.
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El primer revés por este motivo se produjo en 1985, cuando la empresa, Reanal Pharmaceuticals dejó de apoyar al Centro de Investigación Biológica. Perdió su empleo, lo que la llevó abandonar Hungría por Estados Unidos.
Su primer destino fue la Temple University de Filadelfia, el comienzo de una serie de puestos secundarios en varias universidades estadounidenses, siempre dependiendo de alguien, continuamente cuestionada porque no conseguía proyectos de investigación financiados, que en el sistema universitario estadounidense –y cada vez con mayor frecuencia en más instituciones– constituye una especie de condición sine qua non para poder continuar con una carrera académica.
Pocos creían que su investigación sobre el ARNm fuera realmente interesante, o que consiguiera llevarla a buen puerto. Karikó, una mujer de voluntad férrea, no desfalleció y fue una, por entonces pequeña, empresa privada la que finalmente llegó en su rescate: BioNTech RNA Pharmaceticals.
Lo que siguió es una historia reciente de final feliz de la que la humanidad se ha beneficiado, como sucedió, y no es una comparación exagerada, cuando Pasteur se convirtió, en la década de 1880, en el verdadero pionero de la vacunación moderna.