¿Son Cervantes y Cajal los mejores personajes de la historia de España?
El autor de El Quijote y el padre de la neurociencia, entre los españoles que más puentes han creado entre ciencia y humanidades.
No soy un gran telespectador, pero sí lo suficiente como para advertir las tácticas de autopromoción que utilizan los distintos canales, a veces como parte de sus propios programas, incluidos los telediarios. Y tampoco he podido evitar ver los frecuentes anuncios de un nuevo programa de TVE 1, El mejor de la historia de España.
Creo que el programa en cuestión ya está en marcha, aunque no contarán conmigo para que aumente el dichoso índice de audiencia. Seguramente se trata de una buena idea –no diré lo contrario, pues parece que mi admirada BBC lo creó–, una manera comercial de interesar al público por “personajes” que tienen o tuvieron alguna relevancia.
Pero, qué quieren ustedes que les diga, no me entusiasma ver que en esa lista de 50 candidatos aparecen personas –no diré quiénes–, dignas por supuesto, cuya importancia radica en la fama que adquirieron en el presente o pasado muy próximo.
Y no solo no me entusiasma, sino que creo que puede dar origen a confundir lo que es históricamente importante con lo pasajero o circunstancial, y también contribuir a esa corriente tan actual, y tan perversa, que hace que muchos jóvenes quieran ser influencers.
Miguel de Cervantes y Santiago Ramón y Cajal han pasado a formar parte de la cultura y la ciencia universales
Claro que es el nuestro un tiempo en el que se pervierte el sentido de lo que es la Historia –y del lenguaje– con la proliferación de “leyendas”, término que alegremente se adjudica a diestro y siniestro, olvidando lo que esa espléndida voz significa: “Persona o cosa muy admirada y que se recuerda a pesar del paso del tiempo”. ¿Cuántas de esas “leyendas” actuales serán recordadas con “el paso del tiempo”?
Pese a todo, la idea del programa me dio qué pensar. ¿A quién o quiénes elegiría yo? No he tenido que meditar mucho. Mis candidatos son, a mucha distancia de otros seguidores (salvo los casos de Velázquez y Picasso, cuyas obras, cuyas imágenes, continuarán acompañando a la humanidad en el futuro), Miguel de Cervantes y Santiago Ramón y Cajal, una elección que se ajusta bien al título de esta sección mía, “Entre dos aguas”, las de la ciencia y las humanidades.
Ambos no solo han superado la prueba del paso del tiempo –es lo menos que se debe exigir a quien se desee elegir como figura verdaderamente histórica–, sino que sus respectivas obras han pasado a formar parte de la cultura y de la ciencia universales.
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, la obra inmortal de Cervantes, es mucho más que la primera novela moderna, es el paradigma de la generosidad, del heroísmo, de perseguir ideales que se consideran nobles, aunque muchos califiquen semejante comportamiento como fruto de la locura; yo, por el contrario, opino que don Quijote se volvió loco cuando creyó que era Alonso Quijano. Y si realmente el loco fue él, que hermosa su locura.
Coincido con Unamuno cuando escribió en su Vida de don Quijote y Sancho: “Vino a perder el juicio. Por nuestro bien lo perdió, para dejarnos eterno ejemplo de generosidad espiritual.”
Pero, independientemente de lo que se pueda pensar sobre el comportamiento de don Quijote, lo que es indudable es que la novela de Cervantes se ha traducido y continúa publicándose en prácticamente todas las lenguas, que también han incorporado la voz y el ejemplo de un noble tipo de comportamiento, el “quijotismo”.
Me gusta señalar que Cervantes no fue ajeno a la ciencia de su tiempo. Así, en la definición que don Quijote hace de lo que debe ser un verdadero caballero andante a don Lorenzo, hijo del caballero del Verde Gabán, dice:
“[El caballero andante] ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche y en qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas, porque a cada paso se le ofrecerá la necesidad dellas”.
Y no se olvide lo que escribió en Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1616): “Ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no la sabe”.
De Santiago Ramón y Cajal, y para no parecer un hagiógrafo nacionalista español, prefiero citar lo que escribe Benjamin Ehrlich en la reciente, y en mi opinión la mejor que existe, biografía de don Santiago, The Brain in Search of Itself. Santiago Ramón y Cajal and the Story of the Neuron (2022):
“Santiago Ramón y Cajal es considerado como el fundador moderno de la neurociencia. Los historiadores lo han clasificado junto con Darwin y Pasteur como uno de los biólogos más grandes del siglo diecinueve y entre Copérnico, Galileo y Newton, como uno de los grandes científicos de todos los tiempos".
"Su obra maestra, La textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados es un texto fundacional de la neurociencia, comparable al Origen de las especies para la biología evolutiva", añade
Cajal iluminó la ciencia hispana y la universal como ningún otro español lo ha hecho, antes o después de él. Es uno de los grandes de la ciencia de todos los tiempos, de los pocos cuyo nombre no podrán olvidar los libros de historia de la ciencia que se escriban en el futuro, aunque este sea muy lejano.
[Ramón y Cajal, 170 años de excelencia]
Como si existiera un hilo invisible que le uniese con Cervantes, hermanándoles a través de los siglos, Cajal recordaba en sus fascinantes Recuerdos lo mucho que disfrutó en sus años mozos con la lectura de El Quijote.
Ya reconocido internacionalmente, próximo a recibir el Premio Nobel, en 1905 Cajal se unió a las celebraciones del tercer centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote, con una conferencia en el Colegio de Médicos de San Carlos (publicada después) que tituló “El Quijote y el Quijotismo”.
Cito su comienzo: “Universalmente admirada es la soberbia figura moral del hidalgo manchego, don Alonso Quijano el Bueno, convertido en andante caballero por la sugestión de los disparatados libros de caballerías, representa, según se ha dicho mil veces, el más perfecto símbolo del honor y del altruismo”.