Eclipse solar a la vista... ¿de todos?
Este sábado la Tierra, la Luna y el Sol volverán a ofrecernos las claves de un fenómeno que ha fascinado al hombre desde sus orígenes
Este sábado, 14 de octubre, se producirá un eclipse anular de Sol. Un eclipse de Sol se produce cuando la Tierra, la Luna nueva y el Sol están alineados y la Luna se interpone entre Tierra y Sol. Si la Luna oculta totalmente la luz solar, el eclipse es total. Pero este será “anular” porque la Luna se encontrará en el punto de su órbita más alejado del centro de la Tierra, en el apogeo, y el diámetro aparente lunar será menor que el del Sol, por lo que se verá únicamente un anillo solar. La fase máxima durará 5 minutos y 17 segundos. Ocioso es recordar que los eclipses no se pueden observar en cualquier lugar de la superficie terrestre. En el caso de España solo se podrá contemplar, y no demasiado bien, desde las islas Canarias occidentales (El Hierro, La Palma, La Gomera, Tenerife y Gran Canaria).
Al ser un fenómeno planetario, independiente de la acción o deseos de los humanos, la historia de la observación de eclipses se remonta a un pasado muy lejano: el testimonio más antiguo parece proceder del que tuvo lugar el 30 de noviembre del 3340 a. C. (la fecha sí es segura, pues se deduce de lo que se sabe conociendo los movimientos de la Tierra, Luna y Sol).
En Loughcrew (Irlanda), se encontraron en 2002 una serie de petroglifos (grabados esculpidos en rocas) que se han interpretado como la representación de un eclipse. Más claras son las anotaciones que dejaron escribas chinos hacia el 1200 a. C., en las que se lee: “El Sol ha sido comido”. Incluso se ha interpretado la oscuridad, que según los textos bíblicos se produjo después de la crucifixión de Jesús, como debida a un eclipse, lo que significaría que esta tuvo lugar el 3 de abril del año 33.
Los eclipses de Sol sirven para comprobar si los datos de los movimientos relativos de la Tierra, la Luna y el Sol son correctos
Pero, historia aparte, los eclipses de Sol o de Luna son importantes por variadas razones: permiten observar la corona solar, y sirven para comprobar si los datos de los movimientos relativos de la Tierra, la Luna y el Sol son correctos. En la actualidad, con los innumerables instrumentos disponibles, esto se conoce muy bien y con gran precisión, pero no sucedía lo mismo en el pasado. Y en este punto quiero referirme a un instrumento de gran valor: las tablas astronómicas.
Influyentes fueron las que se compilaron por encargo de Alfonso X (1221-1284), apodado “El Sabio”, adjetivo adecuado pues su obra cubrió diversos campos, entre ellos el jurídico, donde destacan el Fuero Real, compuesto para unificar el derecho local de Castilla y León, el Espéculo y Las Partidas. Las denominadas Tablas alfonsíes fueron compuestas en Toledo entre 1252 y 1272 bajo la dirección de Judah ben Moses ha-Cohen e Isaac ben Sid, judíos a los que el rey ordenó que construyeran instrumentos para observar la trayectoria del Sol y corregir los errores que contenían tablas anteriores. Permitía calcular posiciones y conjunciones planetarias, posiciones zodiacales, eclipses solares y lunares, información necesaria para la medida del tiempo, la duración de meses y años, el establecimiento de calendarios, y la predicción de efemérides astronómicas.
Al estar escritas en castellano, no se realizaron demasiadas copias manuscritas, pero cuando llegó la imprenta de tipos móviles, proliferaron las ediciones impresas en latín. La edición príncipe la publicó Erhard Ratdolt, en 1483, en su imprenta de Venecia a partir de una versión castellana que no se conserva. Poco a poco, se convirtieron en texto académico para la enseñanza de la astronomía en las universidades de España y Europa, Y, sabemos, que un joven estudiante polaco de la Universidad de Cracovia, de nombre Nicolás Copérnico, compró un ejemplar de las Tablas alfonsíes, publicado en 1490, que utilizó con frecuencia como se deduce del estado de las hojas del libro que se conserva.
Las Tablas alfonsíes solo fueron definitivamente desbancadas en el siglo XVII por las Tablas rudolfinas (1627), elaboradas por Johannes Kepler, a partir de los datos de Tycho Brahe, el último astrónomo anterior a la invención del telescopio, que mejoraron sustancialmente las alfonsíes: sus predicciones sobre la posición de los planetas eran del orden de 30 veces superiores; Kepler, por ejemplo, las utilizó para predecir el tránsito de Mercurio al pasar por el Sol, predicción que Pierre Gassendi confirmó en 1631.
Repasar la historia de las expediciones para la observación de eclipses es tarea larga. Mencionaré dos casos. El primero involucra a España. El 18 de julio de 1860 se pudo observar un eclipse total del Sol desde el Desierto de las Palmas, situado en la provincia de Castellón. Se movilizaron entonces numerosas expediciones internacionales. Por parte de España y comisionado por la Escuela de Ingenieros de Caminos participó José Echegaray.
En sus memorias, el Nobel de Literatura español, ingeniero y matemático destacado, escribió que cuando llegó al Desierto de las Palmas “reinaba gran actividad. Don Antonio Aguilar [director del Observatorio Astronómico Nacional] y los demás astrónomos andaban preparándose para la observación. También andaba por allí preparando sus aparatos fotográficos un distinguido profesor de Valencia, que, si no recuerdo mal, se llamaba señor [José] Monserrat [Riutort]. Recuerdo, sin embargo, que dicho profesor obtuvo varias fotografías del Sol en el momento del eclipse que fueron muy notables y muy celebradas por varios profesores del extranjero”. Efectivamente, fueron publicadas en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society.
[Los eclipses, más que un mero espectáculo]
El segundo caso que he elegido ya lo utilicé en uno de mis artículos anteriores, se trata de la expedición que dos grupos de astrónomos británicos realizaron, uno a la isla Príncipe, en África, y otro a Sobral, en el norte de Brasil, para comprobar si se cumplía una de las predicciones de la teoría de la relatividad general que Albert Einstein había completado en noviembre de 1915: la curvatura de los rayos de luz en presencia de un campo gravitatorio. Confirmaron la predicción, y cuando el 6 de noviembre de 1919 se hicieron públicos los resultados, Einstein se convirtió en una figura de fama mundial, fama que nunca le abandonaría.