'Revista de Occidente', los cien años de un potente motor intelectual
La publicación, fundada por José Ortega y Gasset y recientemente homenajeada en una exposición en la Biblioteca Nacional, ha sido un reflejo de la España reciente
En julio de 1923 se publicó el primer número de la Revista de Occidente con José Ortega y Gasset, su creador, como director. Abrían el número unos “Propósitos”, a los que seguía un artículo de Pío Baroja, ‘Una feria de Marsella’. Se cumplirá pronto, por consiguiente, el centenario de su fundación y con tal motivo la Biblioteca Nacional organizó recientemente una exposición (clausurada el pasado domingo, 4), Revista de Occidente o la modernidad española, comisariada por Juan Manuel Bonet, que cubría el primer período de existencia de la revista (1923-1936), el más glorioso; en 1963 volvió a editarse, hasta 1975, volviendo de nuevo a reaparecer en 1980. Y ahí continúa.
A lo largo de los 157 números que aparecieron en aquellos primeros trece años, la Revista de Occidente publicó artículos de la flor y nata de la intelectualidad española y de magníficos representantes de la extranjera.
Entre los españoles mencionaré a Juan Ramón Jiménez, Menéndez Pidal, Antonio Machado, Marañón, Pérez de Ayala, Blas Cabrera, Borges, Alberti, Gómez de la Serna, García Lorca, Emilio García Gómez, Dámaso Alonso, Rosa Chacel y Sánchez-Albornoz. Y de los extranjeros, a Pirandello, Oswald Spengler, Max Weber, Aldous Huxley, Le Corbusier, Johan Huizinga – con un adelanto de El otoño de la Edad Media–, Stefan Zweig, Ígor Stravinski y Lewis Mumford, además de los científicos Albert Einstein, J. B. S. Haldane, Arthur Eddington, James Jeans, Louis de Broglie, Max Born, Carl Jung, Hermann Weyl, Erwin Schrödinger, George Lemaître, Willem de Sitter y Werner Heisenberg, a los que se puede sumar Bertrand Russell, que navegó entre la lógica matemática, la filosofía y la crítica política. Dominaron entre los científicos, los físicos y astrofísicos, muestra de la influencia que en la revista, y en Ortega, tenía Blas Cabrera, el líder de los físicos españoles de la época y científico de reconocido prestigio internacional en su disciplina, el magnetismo.
Ortega poseía un profundo interés en la ciencia, que se manifestó en los libros de la editorial de la 'Revista de Occidente'
No debe olvidarse, sin embargo, que Ortega y Gasset poseía una amplia información y un profundo interés en la ciencia, interés que se manifestó en alguno de los libros que acogió en la editorial de la Revista de Occidente, los que recomendó asesorando a otra editorial, Calpe.
Es natural que fuera así, porque Ortega vivió en una época marcada por un extraordinario desarrollo científico, especialmente en la física, una época en la que se introdujeron cambios conceptuales radicales, y esta circunstancia se refleja con claridad en algunos de sus escritos, al igual que en su convicción de que nadie debería permanecer al margen de lo que la nueva ciencia ofrecía: “Nuestra generación –escribió en El tema de nuestro tiempo (1923)–, si no quiere quedar a espaldas de su propio destino, tiene que orientarse en los caracteres generales de la ciencia que hoy se hace, en vez de fijarse en la política del presente, que es toda ella anacrónica y mera resonancia de una sensibilidad fenecida. De lo que hoy se empieza a pensar depende lo que mañana se vivirá en las plazuelas”.
Mas no se debe olvidar que él era un filósofo y que su interés en la ciencia estuvo siempre preñado de reflexiones filosóficas, como se puede observar en uno de sus libros más conocidos, En torno a Galileo (1933).
En mi biblioteca guardo con mimo un ejemplar de la Revista de Occidente: el número 46 (abril de 1927). Lo encabeza Paul Valéry (‘Notas sobre la grandeza y decadencia de Europa’) y siguen dos artículos cuya publicación se explica de la siguiente manera: “Para conmemorar el II Centenario de la muerte de Isaac Newton, publicamos dos artículos, entre los cuales puede decirse que está toda la historia de la física newtoniana.
El primero es el prólogo a la segunda edición de la obra fundamental de Newton, fechado en 1713; es, pues, la visión que un contemporáneo [se trataba de Roger Cotes] del gran físico tuvo de la trascendencia y del porvenir de la teoría newtoniana. En el segundo [‘La mecánica de Newton y su influencia sobre la física teorética’], Alberto Einstein, precisamente el físico actual que ha subvertido la mecánica newtoniana con su teoría de la relatividad, nos da una visión a posteriori, parangonable con aquella”. Completaban la parte de artículos de este número uno de Ramón Gómez de la Serna (‘El gran griposo’) y otro de Fernando Vela (‘El arte al cubo’).
Atesoro también un libro que la editorial de la revista publicó en 1950: Selección y recuerdo de la Revista de Occidente. Serie I: Artículos científicos. Recopila doce escritos que habían aparecido en la primera etapa, entre ellos los de Heisenberg (‘La transformación de los principios de la ciencia actual’), Schrödinger (‘¿Está la ciencia condicionada por el medio?’), Cabrera (‘La imagen actual del universo, según la relatividad’) y Weyl (‘Los grados de lo infinito’).
Son artículos magníficos, pero más interesante es aún citar el primer párrafo de la ‘Nota preliminar’ que abre el libro, en el que fácilmente se vislumbra la arrebatadora prosa y la luminosa mente de Ortega: “Trece años hace que dejaron de publicarse los cuadernos mensuales de la Revista de Occidente, cuando llevaban otros tantos de vida. Hasta ahora, su reanudación sigue siendo dificultosa; los obstáculos materiales son minúsculos, sin embargo, al lado de lo fundamental: la dispersión del mundo intelectual europeo que, antes de la última guerra, constituía una sola comunidad que podía ser comprendida bajo el nombre genérico de ‘Occidente’. Esta denominación, criticada en los albores de la Revista, ha venido a ser, con el tiempo, uno de los términos del trágico dilema de nuestros días. Resulta que al destino de ese gran nombre está ligada nuestra existencia, toda nuestra existencia, incluso la física. No era, pues, ‘Revista de Occidente’ una denominación cualquiera, por ejemplo, geográfica, escogida por capricho, sino por profundas razones y como inspirada por un presentimiento de porvenir. Pero mientras que la unidad de Occidente es el lema imprescindible para la supervivencia de la humanidad mejor, la realidad es muy distinta. Aquel mundo occidental del intelecto se encuentra destrozado, disperso, atomizado. Filósofos, científicos, escritores y artistas se hallan divididos en vencedores y vencidos”.
Bien podría haber escrito estas frases Stefan Zweig en su inolvidable libro El mundo de ayer.