La tumba de Aristóteles
La tumbra de Aristóteles en una ilustración del siglo XIX
Sánchez Ron utiliza el reciente descubrimiento de los restos de Aristóteles para hacer un recorrido por su vida y su obra. "Ha sido una luz que ha inspirado el pensamiento filosófico-científico durante dos mil años", señala el académico, que afirma que el mito ha superado a la realidad.
No es la primera vez que se anuncia el descubrimiento de la tumba del estagirita. En 1892, Charles Waldstein -en 1918 cambió su apellido por el de Walston- pretendió haber encontrado la tumba en Eretria, localidad vecina de Calcís. Entre las razones que esgrimió, dijo haber encontrado un sarcófago con la inscripción: "Bioth, hija de Aristóteles". Sin embargo, no se aceptaron sus argumentos, entre otras razones porque no se conoce que Aristóteles tuviese la mencionada hija. Asimismo, tampoco se ha validado el rumor, ampliamente difundido en septiembre de 2014, de que se había localizado en Anfípolis la tumba de Alejandro Magno.
Se entiende el deseo de establecer, de alguna manera, relaciones "materiales" con personajes del pasado lejano. De la vida de algunas de esas figuras apenas se sabe algo. Del gran Euclides de Alejandría (h. 365-275 a.C.), cuya obra matemática, los Elementos -seguramente, después de la Biblia el libro del que se han hecho más ediciones a lo largo de la historia- constituye el modelo perfecto de construcción matemática (definición de conceptos, que se introducen en axiomas, de los cuales mediante las reglas de la lógica se deducen proposiciones y teoremas), el historiador de la ciencia George Sarton escribió: "Todos conocemos su nombre y su obra principal, los Elementos de geometría, pero sabemos muy poco sobre él. Lo poco que sabemos - y es muy poco - lo deducimos y fue publicado después de su muerte. Esta clase de ignorancia, sin embargo, no es excepcional sino frecuente. ¿Qué sabemos sobre Homero, Tales, Pitágoras, Demócrito...?".Aristóteles ha inspirado el pensamiento filosófico-científico durante dos mil años
De Aristóteles sabemos más. Que fue hijo de Nicómaco, médico del rey Amintas III de Macedonia; que fue discípulo de Platón; que viajó durante algunos años por el mundo heleno; y que fue tutor de Alejandro Magno. Todo ello antes de fundar en 335 a.C. su propia escuela en Atenas, el Liceo. Más seguro e importante es que Aristóteles ha sido una luz que ha inspirado, cuando no guiado firmemente, el pensamiento filosófico-científico durante dos mil años. Digo "filosófico-científico", porque lo que ahora denominados "ciencia" no se separaba entonces de la filosofía, el maravilloso arte, tan difícil de definir, que nos legaron los griegos. Sin la obra que adjudicamos a Aristóteles, que atravesó culturas tan diferentes como la de la Atenas helénica, la Roma imperial, el Islam y la Europa renacentista, la historia intelectual de Occidente se escribiría de otra manera. En ciencia, su legado abarca desde la estructura del Universo y los movimientos de los cuerpos que hay en él, hasta la descripción y organización de los seres vivos que pueblan la Tierra, el reino de "lo corruptible", que contraponía a la perfección que suponía existe más allá de nuestro planeta. Su cosmología, en la que la Tierra ocupaba el centro del Universo, fue un magnífico aliado para la visión cristiana del mundo, dando lugar a una síntesis a la que damos el nombre de "aristotélico-ptolemaica", con el segundo adjetivo en honor de Claudio Ptolomeo (siglo II d.C), cuyo texto, Almagesto, constituye el clímax de la visión geocéntrica: el Dios cristiano creó el mundo, centrado en la Tierra y en el hombre. Hubo que esperar a Copérnico (siglo XVI), a Galileo (siglo XVII) y a Darwin (siglo XIX) para desmontar una idea tan agradable para los egos humanos como falsa.
No obstante, y como en el caso de su tumba, en Aristóteles el mito supera a la realidad. Parece muy probable que las obras que se le adjudican -entre las que se hallan monumentos científico como la Física o Sobre el cielo- fueron recopilaciones de notas, conjuntos de hechos y fragmentos de las clases que dictaba en el Liceo, reunidos, corregidos y a menudo escritos por sus estudiantes. Cuando murió, sus papeles, "sus obras", pasaron a manos de Neleo, al que se le consideraba su sucesor más probable en la dirección del Liceo, hecho que no llegó a suceder ya que por motivos políticos tuvo que abandonar Atenas. Se dice que a la muerte de Neleo, sus herederos enterraron los papeles de Aristóteles, con la intención de salvaguardar tan valioso tesoro. Sacados de nuevo a la luz, el corpus aristotélico fue vendido a un bibliófilo de la antigua Roma, quien intentó repararlo y editarlo para convertirlo en un conjunto armonioso. Posteriormente, sucesivos propietarios encargaron a eruditos nuevas correcciones e interpretaciones, incluyendo llenar los huecos físicos que se habían ocasionado a causa de su enterramiento. Uno de esos propietarios, el anticuario ateniense Apelicón, llevó los escritos aristotélicos de vuelta a Atenas, restaurándolos de una forma que ha pasado a los anales como especialmente desafortunada. El año 86 a.C., cayeron en manos de Sila, cuando éste conquistó Atenas, regresando a Roma con ellos, donde fueron copiados repetidamente. Porfirio, en su Vida de Plotino, relata que fue Andrónico de Rodas quien dividió el corpus aristotélico en libros distintos, agrupados en temas. Fueron copias de esta edición de Andrónico las que sobrevivieron hasta el siglo II ya en la era cristiana. Y todavía podría referirme a los avatares que esta edición experimentó, durante los siglos V y VI, al ir desplazándose hacia el este, conviviendo con traducciones al siriaco, al árabe y al persa, hasta llegar a ser absorbida por la cultura islámica en los siglos VIII y IX. A partir de entonces, las obras "de Aristóteles" se copiaron, editaron y probablemente reorganizaron hasta penetrar en Europa, vertidas al latín del árabe, durante los siglos XI y XII.
A este mestizaje de culturas y de siglos es a lo que llamamos "Aristóteles", uno de los "grandes" de la historia de la ciencia, aunque sus ideas ya hayan sido superadas.