Si algo ha dejado claro la pandemia del virus SARS-CoV-2 es que la naturaleza puede desbordar a la humanidad en cualquier momento. La inercia de su fuerza puede transformar nuestra rutina en un auténtico apocalipsis, pasando en cuestión de minutos, como estamos comprobando con los estragos del Covid-19, del imaginario distópico de Julio Verne (La caza del meteoro), de H. G. Wells (La guerra de los mundos) o del Hollywood más desbocado (Armageddon), a las primeras portadas de los periódicos. Podría ser el caso del impacto, hace 65 millones de años, de un inmenso asteroide en la Península de Yucatán, provocando un cráter (Chicxulub) de 28 kilómetros de profundidad y más 100 de diámetro. Su potencia, equivalente a 10.000 millones de bombas atómicas, provocó tal desastre que en poco tiempo se produjo la aniquilación de tres cuartas partes de la vida terrestre, dinosaurios incluidos. Varios equipos científicos, entre ellos el Centro de Astrobiología y el Imperial College de Londres, han documentado recientemente los primeros momentos de este letal impacto y de sus desastrosas consecuencias.
Pero no fue el único. Algo parecido podría haber ocurrido hace 360 millones de años en el Devónico, período en el que se produjo una de las grandes extinciones masivas de vida terrestre, entre otros motivos por la caída de varios meteoritos. Y, no lo olvidemos, la Luna se formó gracias al “gran impacto” de la Tierra con Tea, un protoplaneta del tamaño de Marte. Warburton en Australia o Vredefort en Suráfrica son cicatrices de lo que pueden llegar a provocar estos fenómenos cósmicos.
"Desde el principio, la Tierra ha estado sometida a bombardeos de objetos cargados de agua, materia orgánica y minerales catalíticos”. J. M. Trigo
“En el espacio interplanetario quedan muchos cuerpos similares e incluso mayores –explica a El Cultural Rafael Bachiller (Madrid, 1957), director del Observatorio Astronómico Nacional–. La posibilidad de que un gran impacto ponga en riesgo nuestra civilización a corto plazo no es grande pero tampoco nula. Es una posibilidad que hay que tener muy presente, pues los meteoritos seguirán cayendo sobre la Tierra”. La información –¿o quizá advertencia?– del astrónomo queda amortiguada gracias a los estudios de monitorización que la NASA y la Agencia Espacial Europea realizan de los objetos que nos rodean. Se calcula que nos “acechan” unos 900 asteroides con diámetros superiores a un kilómetro. De estos, hay 158 potencialmente peligrosos. Por debajo de este tamaño se han contabilizado unos 9.000, de los que 1.200 podrían llegar a inquietarnos seriamente.
Fósiles del sistema solar
Misiones como la de la sonda Rosetta posándose sobre el cometa 67P/Chiryumov-Gerasimenko (que marcaría en 2015 un antes y un después en el estudio de la astronomía por sus espectaculares resultados), Stardust sobre Wild 2 (que nos trajo partículas cometarias a la Tierra en 2006), Dart y Hera en torno a 65803 Didymos, la japonesa Hayabusa 2, que está regresando del asteroide Ryugu, y Osiris-Rex, de la NASA, que este mes de julio tiene previsto iniciar la recogida de muestras en Bennu, permitirán conocer a estos vecinos del espacio y, en el futuro, llevarnos mejor con ellos. Porque hay que decir que la Tierra es hija de los meteoritos. Nuestro planeta se formó a partir de ellos. “Fue una amalgama de cuerpos menores (principalmente condritas) la que formó el planeta mediante coalescencia”, precisa el director del OAN. Según Jesús Martínez-Frías (Madrid, 1960), jefe del grupo de investigación del CSIC de Meteoritos y Geociencias Planetarias (IGEO), nos acompañan desde nuestros orígenes: “Los meteoritos son fundamentales para comprender el origen de la Tierra y de la vida, pues han aportado compuestos orgánicos e inorgánicos”. Fósiles del sistema solar. Así los califica el catedrático de la Universidad Politécnica de Cataluña Jordi Llorca (Barcelona, 1966): “Se han mantenido preservados desde la aparición de los primeros sólidos en nuestro sistema planetario hace unos 4.600 millones de años. Cualquier roca terrestre es mucho más joven, por lo que los meteoritos nos permiten abrir una ventana al pasado”.
Una ventana por lo tanto al comienzo de la vida. La Tierra se formó a altísimas temperaturas y con escasez de agua y materia orgánica. “Sin embargo –puntualiza Josep María Trigo (Valencia, 1970), autor de Las raíces cósmicas dela vida (UAB) e investigador del Instituto de Ciencias del Espacio (CSICIEEC)–, desde el principio de los tiempos ha estado sometida a un bombardeo continuo de objetos venidos de regiones externas, cargados de agua, materia orgánica y, quizá lo más importante, de minerales catalíticos. Nosotros descubrimos que algunos de esos minerales en presencia de agua y compuestos de nitrógeno, como la formamida son capaces de catalizar decenas de compuestos orgánicos precursores dela vida”. Llorca pone el acento en las condritas carbonáceas, moléculas orgánicas que se encuentran en el espacio y en algunos meteoritos: “Hemos encontrado más de 600 moléculas orgánicas distintas, incluyendo aminoácidos (como los que forman nuestras proteínas), bases nitrogenadas (como las que tenemos en el ADN), etc. Por eso no es descabellado pensar que el origen de la vida en la Tierra pudiera estar relacionado con la adquisición de estas moléculas orgánicas a partir de la caída de meteoritos”.
Pero una cosa es que los meteoritos sean portadores de moléculas orgánicas y otra, como sostiene la teoría de la panspermia, es que la vida llegue directamente en un meteorito o cometa. “Las condiciones no son demasiado compatibles con la supervivencia de un organismo vivo. Además, nunca hemos encontrado una señal de vida en un meteorito”. Bachiller ve muy difícil que una bacteria pueda sobrevivir a las condiciones que imperan en el espacio exterior y a las que se originan durante el violento impacto con la Tierra: “Eso sin contar los largos intervalos de tiempo que se necesitan para los viajes interplanetarios o interestelares”. En todo caso, concluye Martínez-Frías, la teoría de la panspermia no resuelve el origen de la vida, “sino que nos traslada el problema de su génesis a otro lugar”. El papel de los meteoritos en el origen de la vida sigue siendo una de las grandes incógnitas de la ciencia pero los sucesivos hallazgos van dando cada vez más pistas sobre su intervención en este proceso. Algunos de los rastros que pueden servirnos de testigos de este viaje de la vida son los bólidos que cruzan nuestra atmósfera.
“La humanidad debe prepararse para que cuando el próximo de estos grandes impactos tenga lugar podamos seguir adelante”. Rafael Bachiller
“Llamamos bólidos a las fases luminosas que duran pocos segundos. En ese entorno de altas temperaturas pueden producirse reacciones catalizadoras de compuestos orgánicos”, explica Trigo. Humboldt, en su monumental Cosmos, señalaba a finales del siglo XIX: “Los variados colores que hieren la vista durante el fenómeno de la combustión dan a entender la variedad de la composición química de esos meteoros”. El director del OAN, Rafael Bachiller, considera que la explosión de estos “fenómenos espectaculares”, más brillantes que Venus, pueden llegar a alcanzar varios centenares de toneladas de TNT (como el que estalló hace unos días sobre el cielo de Tokio).
Avistamientos como los de las Perseidas, partículas producidas por el cometa 109P/Swift-Tuttle que se manifiestan en el hemisferio norte durante la primera quincena de agosto, el asteroide 2020ND (que estos días pasa "rozando" la Tierra) o el cometa Neowise (C/2020 F3), que toma su nombre del telescopio que lo descubrió el pasado 27 de marzo, son claros ejemplos de que estos fenómenos cósmicos no han dejado de "amenazar" al ser humano. Con mayor o menor conocimiento sobre su estructura, con mejores o peores augurios, todas las culturas han estado pendientes de su inquietante cercanía. “¿Quién no se siente fascinado por el mito de Danae?”, se pregunta Bachiller. Y recuerda la leyenda de la joven princesa que fue encerrada para que no tuviese hijos y para que no se cumpliese la predicción del oráculo. Pero Zeus apareció como una lluvia de estrellas para dejarla embarazada. De esa unión nació Perseo… “Es una historia claramente inspirada por la célebre lluvia de estrellas”, añade.
El arte no ha dejado de recoger el enigmático testimonio de estos cuerpos celestes, como La adoración de los Reyes, de Giotto, donde la estrella de Belén se representa con una imagen inspirada por el paso del cometa Halley en 1301 (también presente, dos siglos antes, en el Tapiz de Bayeux). Entre arte, historia y anécdota está el avistamiento y posterior representación artística por Alberto Durero del meteorito que impactó en la localidad alsaciana de Ensisheim en 1492, utilizado por Maximiliano I durante su guerra contra los franceses. Igual que el que cayó en Barcelona durante la Guerra de Secesión en 1704, del que se han hallado recientemente varios fragmentos por parte del equipo de Llorca. Como no, en el antiguo Egipto estos fenómenos no pasaron inadvertidos. En la tumba de Tutankamon se encontraron dagas talladas con restos de meteoritos. Plutarco los menciona en varias ocasiones (la más explícita en La vida de Lisandro). En el Imperio Romano se construyeron templos para rendirles culto y en las civilizaciones precolombinas han aparecido en enterramientos.
Deep impact
Se diría que estamos hechos de la misma pasta. ¿Volverán para recordárnoslo? ¿Estamos preparados para una visita inesperada? Josep María Trigo cree que hoy no podríamos hacer nada frente a un impacto de este tipo. “Lo mejor –aconseja– es fomentar la exploración espacial y la creación de bases en la Luna u otros mundos como Marte”. Llorca recuerda que en estos momentos no se tiene localizado ningún cuerpo capaz de provocar la extinción de la humanidad “pero no sabemos si tenemos localizados a todos los cuerpos”. Martínez-Frías ha llegado incluso a dirigir programas para el Departamento de Seguridad Nacional destinados a trabajar sobre este tipo de escenarios: “Hasta ahora no hemos sido testigos de estos eventos debido a la periodicidad con la que ocurren”. Finalmente, Bachiller reclama una tecnología que sea capaz de desviar su trayectoria o de dividirlos en trozos menores para hacerlos menos peligrosos: “La humanidad debe prepararse para que, cuando el próximo de estos grandes fenómenos tenga lugar (cosa que sucederá antes o después), la civilización pueda seguir adelante”. Una encrucijada de mucho impacto.