Mercedes Halfon, diario del desamor en Berlín
'Diario pinchado' es, en su breve precisión, un relato minimalista, atento a los sentimientos en trance de cambio, al proceso obligado de aprendizaje de la soledad y de la autonomía
Después de El trabajo de los ojos (2017), Mercedes Halfon (Buenos Aires, 1980), también poeta y cineasta, publica en las afueras, de nuevo, una novela corta, Diario pinchado, cuya acción transcurre en Berlín.
La historia se articula en forma de diario, el diario de una joven argentina que llega a Berlín en primavera y que permanecerá en la ciudad durante dos meses. Viene a visitar a su novio escritor, becado para un trabajo literario, y se alojará con él en su pequeño apartamento realquilado.
“Nuestro encuentro fue raro”, anota la chica en su cuaderno nada más aterrizar. Y sí, su encuentro fue raro, tan raro como luego serán los días y las semanas siguientes. El novio está absorbido por su tarea como becario, no le presta atención, no tiene ganas de salir con ella por la ciudad ni de hacer planes (si acaso, alguna vez, con sus amigos), no está nada comunicativo, no parece tener -no tiene, de hecho- deseo de ella. Ella se siente sola, y hace frío.
Ella escribe en un cuaderno sus impresiones (su diario) –“hoy finjo no estar triste y enojada”, anota- y, en muchas ocasiones, se dirige a él, habla con él en sus páginas. Él, casi como en su relación cotidiana, no contesta, claro. Llama la atención lo poco o nada que hablan. Llama la atención que ella no le pregunte a él qué le pasa, que no le plantee muy pronto el porqué de la crisis que, claramente, desde el principio de su reencuentro están viviendo.
Ella es consciente. “Más difícil que la distancia es la cercanía”, escribe. También: “me sentí excluida y tonta”. También: “los dos sabemos que lo más difícil de todo es eso: hacerse entender”. Y así. Ella parece -está- enamorada de él. Él, cualquiera diría que no. ¿Entonces?
Entonces ella se afana en pequeñas tareas domésticas, pasea por ahí con miedo a perderse. Siempre tiene miedo a perderse. Y no sólo en la ciudad que desconoce. Tiene miedo a perderse en general. Porque ya está perdida. No contaba con qué su historia de amor se transformara en Berlín en desamor.
Ella es culta, buena lectora (Walter Benjamin y más), tiene recursos propios: leer, escribir, visitar un museo, seguir el rastro de Bertolt Brecht, ir al teatro… Y tiene que aprender a perderse. A estar perdida.
En la novela, hay dos metáforas principales: el colchón pinchado y la desorientación. El colchón sobre el que se acuestan -cuando todavía él no le ha sugerido que duerma en un butacón- está pinchado, tiene una fuga de aire, y el peso de sus cuerpos -que no se buscan- acaba aplastándolo contra el suelo. Su amor también está pinchado.
Ella no se orienta bien, ni siquiera con mapas, cuando camina por la ciudad, un Berlín con sus gentes que también es protagonista del relato, porque es un espacio extraño, un espacio de extrañeza. La extrañeza que ella está experimentando en su historia antes -se suponía- amorosa. Ahora, desamor. Y eso la desorienta, la mantiene desorientada.
Por eso, cuando él no está, ella hace una excursión por el campo que es, a la vez, un campeonato de orientación. Con monitor y compañeros. Por el cercano bosque de Grunewald. Respirar aire puro, respirar. Huir, quizás. Y, sobre todo, aprender a orientarse. ¿Dónde está?, ¿hacia dónde va o tiene que ir? Sin él.
Introspectivo, psicológico, interior pese al escenario exterior, Diario pinchado es, en su breve precisión, un relato minimalista, atento a los sentimientos en trance de cambio, a los sueños que indican la evolución del sueño real que se quería vivir, a ir comprendiendo la mutación que un viaje puede proporcionar, al proceso obligado de aprendizaje de la soledad y de la autonomía. De la supervivencia. Y, mediante la dosificación de lo poético y de la reflexión, atento también al aprendizaje de la narrativa misma, de la literatura.
Leemos: “¿Para quién son las palabras que escribo en este cuaderno? ¿Siempre se escribe para alguien? ¿Toda literatura es epistolar?”
Hay más preguntas en Diario pinchado. Sin respuestas. Porque la respuesta es el libro mismo. Toda literatura es epistolar, sí, buena idea. Todo poema y toda novela, sí, son una carta personal que se escribe a los lectores. Para que la leamos.