José Luis Garci, el cine y la vida
Francisco Umbral nunca llegó a escribir un libro de memorias canónico, sin duda porque lo memorialístico y lo autobiográfico impregnaron toda su obra literaria y periodística. No sabemos si José Luis Garci (Madrid, 1944) -confeso admirador de Umbral- escribirá o no sus memorias -ojalá lo haga-, pero, mutatis mutandis, estamos ante una circunstancia parecida, pues sus libros y sus artículos -y algunos jirones de su filmografía- están llenos de referencias a su vida, preferentemente a sus años de infancia y adolescencia.
Esta característica, comprobada y sabida, cobra de nuevo relevancia cuando el lector aborda un libro como A este lado del gallinero (Reino de Cordelia), subtitulado Visiones en Technicolor y Cinemascope, veintiún textos ya publicados con anterioridad y de forma dispersa.
Las recopilaciones, según me parece constatar, cada vez están peor vistas por los editores, como si pensaran que no van a encontrar lector que no haya leído aquí y allá todo lo recopilado. Y eso -aun en la era de internet- es falso. Además, una recopilación intencionada, de cierta unidad temática y estilística, da sentido a una reunión de textos antes divulgados.
Es lo que sucede con A este lado del gallinero, que, pese a agrupar algún texto que, a mi juicio, se sale de la letra y de la música del resto -sobre todo, el primero, Cine kitsch, que sobra-, reconfirma y remacha la índole memorialística de la literatura de Garci, que obedece a un estilo básicamente costumbrista y que tiene tres núcleos temáticos fundamentales: los ya mencionados años infantiles y juveniles, la ciudad de Madrid y la pasión inflamada y soñadora por las películas.
Estos tres elementos están estrechamente relacionados, siendo cada uno de ellos recíproco catalizador de los otros y de sus ingredientes y derivados: la familia, los amigos, el colegio, el barrio y las calles; las salas de cine (y el ir al cine, y el hablar de cine) y las historias y las estrellas de la pantalla, formadoras estas últimas, sobre todo, de una mitología personal y colectiva, de un mundo propio e íntimo que contrastar con el mundo exterior, incluso con el presente histórico y político del país.
En un post titulado Las alfombras persas de Mario Camus, publicado aquí, citaba yo a una docena de cineastas -y me quedaba corto- que, en los tiempos actuales, han compaginado la literatura y la escritura. Garci, frente a varios de ellos, tiene la característica de haber incurrido en casi todas las formas de la escritura: fue crítico de cine; fue guionista de películas para otros antes que para sí mismo; ha escrito copiosamente en periódicos y revistas también de asuntos ajenos al cine; ha publicado cuentos; ha publicado ensayos sobre temas no estrictamente cinematográficos y, sobre todo, y como muy pocos de los cineastas/escritores, escribió y publicó libros antes de dirigir películas, por no hablar de su actividad como editor de revistas y libros (de cine, aunque no sólo) a través de NickelOdeon.
Se da la circunstancia de que conservo en mi biblioteca su ensayo biográfico-crítico Ray Bradbury. Humanista del futuro (Helios, 1971), que lleva una portada de Daniel Gil y una introducción con firma autógrafa del mismísimo escritor de ciencia-ficción. Y también, lo que quizá sea más raro todavía, Adam Blake (Miguel Castellote, 1972), conjunto de diez cuentos de ciencia-ficción protagonizados por el periodista del mismo nombre en el entonces lejano año 2000. En el prólogo de este libro, el en estos días homenajeado Narciso Ibáñez Serrador retrata y elogia al inminente co-guionista de La cabina (1972) y futuro director de las dos temporadas de la serie televisiva de misterio Historias del otro lado (1991-1996).
Precisamente, en la colección de cuentos Insert Coin, también editada por Reino de Cordelia el año pasado, Garci rescata narraciones de Adam Blake e, igualmente, de otros de sus libros de relatos, Bibidibabibidibú (Cuentatrás, 1970) y La Gioconda está triste y otras extrañas historias (Sala,1976). Por cierto, en Insert Coin hay más de una historia -por ejemplo, Vivir un cuento navideño- que, lejos de la ficción, subraya el peso nuclear de lo autobiográfico en la literatura de Garci.
Sabido es que a Garci le entusiasma, por encima de todo, el cine norteamericano de género del período clásico, sus directores y sus estrellas. En A este lado del gallinero, apenas se sale, y en formato de mera mención, de ese territorio. También es sabido el modo igualmente entusiasta, la familiaridad, la implicación, la sentimentalidad y la nostalgia que dominan la escritura de Garci cuando aborda el cine de su preferencia, del que conserva, más allá de la erudición, una viva memoria, que es memoria de lo vivido y no de lo estudiado.
Más allá, o más acá, no sé, de los riesgos o excesos de esa escritura, Garci ofrece constantemente descripciones magníficas -por su cromatismo y sus detalles- de escenas, planos o momentos de las películas, contribuyendo decisivamente a desvelar y revelar todo su contenido y su sentido. Lo mismo sucede cuando retrata a un actor o actriz o director o recrea su eventual encuentro personal con ellos, bien entendido que, sea por mediación de la pantalla o del trato directo, todo encuentro de Garci es personal, esto es, sazonado con ideas, emociones y observaciones muy personales, como también sucede en las páginas en las que describe sus estancias en Los Ángeles y Nueva York.
En A este lado del gallinero -o sea, del también llamado “paraíso” o piso alto de las salas de cine de cine-, hay páginas muy buenas sobre películas como Picnic (1955)o Chantaje en Broadway (1957)y, de primera mano, sobre directores como Billy Wilder, Alexander Mackendrick, Fritz Lang o Nicholas Ray y sobre actrices como Marilyn Monroe y Deborah Kerr.
Nadie implica tanto en España su subjetividad y su propia vida al escribir de cine como Garci. Esto es cierto, pero esta idea extendida, que lo sitúa en un permanente estado de febril y personalista exaltación mitómana y cinéfila, suele hacer invisible la pertinencia de muchas de sus pequeñas observaciones, consideraciones, apuntes y anotaciones tanto sobre el cine como sobre la vida.
Y es momento de ir terminando, de volver al escritor a secas, al escritor memorialista y costumbrista que, hablando de cine, ha reflejado y refleja muy bien no sólo su propia vida, sino la de su ciudad, su generación, su clase social (media-baja) y su país en un determinado tiempo, su tiempo.
Después de unos excelentes párrafos sobre los exámenes colegiales de junio, así describe Garci la llegada del verano en su barrio de Madrid: “El cielo era muy azul al salir de clase, anochecía cada vez más tarde y se notaba como un aire de fiesta en la ciudad. Los hombres empezaban a usar zapatos blancos, las mujeres iban con trajes escotados, todo el mundo parecía más alegre en la cola del autobús, mirando escaparates o sentados en las terrazas de los quioscos -horchata, agua de cebada, limón natural- recién instalados en los bulevares de Ibiza y Sainz de Baranda. Todo esto nos producía a los chicos una indefinible sensación de alegría. Se acercaba el verano. Además, también había abierto Sienna, la heladería italiana de Narváez, donde vendían helados de sabores, hasta entonces, desconocidos: turrón, pistacho, frambuesa…,y, en fin, que era maravilloso jugar en el barrio. Habíamos dejado ya atrás la época del tacón, de las bolas, del peón –adiós, hasta el año que viene-, y ahora nos entregábamos a las chapas en la modalidad de vuelta ciclista”.
Colores, sabores, olores, sonidos, gestos, lugares, gente…Las palabras, con lo dicho y lo sugerido, tienen sensualidad y crean un cuadro plástico, también documental y poético. Es literatura, sí, pero también es imagen, fuerte sugerencia de imagen en movimiento. Está pidiendo a gritos personajes concretos y argumento para una película, para hacer un “travelling” en paralelo a la acera de Narváez como el que Alfonso Cuarón hace en una concurrida calle de Roma. Garci ha hablado y escrito mucho sobre este y otros ambientes de Madrid en los años 50, pero, que yo recuerde, sólo los ha recreado, y no exactamente en este tono, en una película, que está entre las mejores de las suyas, Tiovivo c. 1950 (2004).