La compañía israelí de danza de Sharon Eyal lleva al público madrileño a un éxtasis trepidante
Noche alucinante e hipnótica con el espectáculo casi inhumano de la compañía LEV en el teatro Condeduque.
Aplausos y público en pie fue la respuesta que anoche tuvieron en el teatro Condeduque los implacables bailarines de Love Chapter II, de la compañía israelí LEV que comanda Sharon Eyal. Fue una noche alucinante, hipnótica, de trance trepidante. Fabulosa y energética ópera de cuerpos que explican y confirman el lugar de referencia que ocupa hoy Eyal en la danza contemporánea.
En tan solo once años Sharon Eyal y su compañero Gai Behar han logrado elevar a su formación a los primeros puestos de la danza mundial. Con un sello único, la coreógrafa trabaja también para compañías europeas y americanas que le reclaman creaciones, e incluso es cómplice de la diseñadora de Dior, Maria Grazia Chiuri, con quien cruza colaboraciones en desfiles y coreografías.
Respecto a lo que presentaron ayer y que podrá verse hoy y mañana, Love Chapter II es la segunda entrega del tríptico sobre el amor que Eyal ha compuesto. En 2022 se vio en este mismo teatro la primera entrega, OCD Love, con la que comparte lógicamente el lenguaje coreográfico y la atmósfera marciana y futurista de sus creaciones, pero son dos piezas que funcionan de manera independiente.
A Eyal no le gusta usar la palabra “coreografía”, dice que limita su trabajo a diseñar una pieza de baile. Ella concibe su labor como una puesta en escena más compleja, donde saca a la luz sus “ensoñaciones” y donde convergen la atmósfera, la música, la emoción que produce ver a unos bailarines a los que obliga a un trabajo físico extremo y extenuante.
Estos bailan en grupo sincronizados al máximo, pero sin tocarse, y en agotadoras puntillas casi toda la pieza, una proeza que requiere de todos los bailarines una implicación artística absoluta. Realizan equilibrios imposibles; crean figuras metamórficas inquietantes, algunas de sexo indefinido, que parecen sacadas de un cómic pintado en escala de grises (iluminación de Ion Cohen). Apenas visten un delicado maillot que les permite mostrar hasta el músculo más imperceptible y unos calcetines negros que en ocasiones crean la ilusión de ver sus piernas cortadas.
Merecido es mencionarlos a todos, porque el elenco es distinto al que vimos en la primera producción: Frida Dam Seidel, Darren Devaney, Guido Dutilh, el valenciano Juan Gil, Alice Godfrey, Johnny Macmillan y Nitzan Ressler.
La danza no persigue una narración, ilustrar un pasaje o crear personajes, sino que está concebida como una exploración del movimiento físico por el placer de explorar hasta dónde se puede llegar con el cuerpo, es decir, danzar por el placer de danzar pero con un nivel de exigencia bestial, casi inhumano. Dice Eyal en entrevista con The Talks: “Creo en la historia que viene del interior del cuerpo. Mis bailarines siempre dicen que este estilo es muy duro, tanto física como emocionalmente. ¡Pero cuanto más extremo es en el cuerpo, más sale la emoción!”.
La estructura musical estilo tecno sí guarda cierto parecido con la obra anterior, pues Ori Lichtik (autor de la música e intérprete en directo) comienza también con un tic-tac de metrónomo que va aumentando en velocidad y potencia y que incorpora progresivamente otros instrumentos y sonidos hasta culminar con la fusión de la canción argentina Quimey Neuquén, que musicalmente se inspira en sonidos de danzas mapuches empleadas en rituales.
¿Cómo ha logrado una pequeña compañía independiente, de elencos reducidos y que cambian periódicamente, escalar a los primeros puestos con esta calidad técnica y este reconocimiento artístico? Sería interesante estudiar su evolución y preguntarse por qué no florecen en nuestro país formaciones de danza contemporánea de un nivel no ya parecido, simplemente cercano (especialmente ahora que se va a renovar la dirección de la Compañía Nacional de Danza).
En 2012 asistí en Tel Aviv al bautizo de la formación de Eyal, cuando presentó el espectáculo que le daría nombre y con el que anunció por dónde irían los tiros: danza muy energética, bailarines de gran técnica que salen a darlo todo, obsesión por la mecánica del movimiento que se plasma en una danza antinatural, extremada y convulsa, al ritmo de la música tecno de Lichtik (su habitual colaborador). Fue, desde luego, uno de los platos fuertes de aquella edición del festival Exposure, también el más provocador, ya que uno de los bailarines se masturbaba o lo parecía.
Eyal acababa de abandonar la Bastheva Dance Company, la gran compañía nacional de danza dirigida por Ohad Naharin, con sede en Tel Aviv, en la que ella había desarrollado toda su carrera desde que entró a los 18 años como bailarina. En los últimos tiempos se había convertido en una instructora del método Gaga, técnica de entrenamiento desarrollada por Naharin para sus bailarines y público en general, pero también en coreógrafa residente, autora de coreografías de éxito. Se atrevió a dar el salto y llevar más lejos su lenguaje que, si bien tiene influencias de Naharin, hoy destaca por su sello inconfundible y cuya influencia ya comienza a ser palpable en otros coreógrafos.
Love Chapter II
Centro de Cultura Contemporánea Condeduque
Hasta el 5 de abril
Creación: Sharon Eyal
Cocreador: Gai Behar
Música en directo: Ori Lichtik
Iluminación: Alon Cohen
Vestuario: Odelia Arnold, Rebecca Hytting, Gon Biran
Bailarines: Frida Dam Seidel, Darren Devaney, Guido Dutilh, Juan Gil, Alice Godfrey, Johnny Mcmillan, Nitzan Ressler
Director técnico: Alon Cohen
Director de ensayo: Leo Lerus
Director de compañía: Roy Bedarshi
Director de producción: Maya Manor
Coproducción: Winner Of The Fedora - Van Cleef & Arpels Prize For Ballet
Montpellier Danse Festival - Francia
Sadler’s Wells - Londres, Reino Unido
Julidans - Stadsschouwburg Amsterdam
Steps - Dance Festival - Suiza
Theater Freiburg, Freiburg-Im-Breisgau, Alemania