En 2015 en la exposición Slip of the Tongue, que comisarió para la Fundación Pinault en Venecia el artista Dhan Vo y que coincidió con la Bienal, se mostró un grupo interesante de pinturas de Martin Wong. En Europa no se le conocía apenas y supuso un descubrimiento para muchos. Ese mismo año, el Bronx Museum de Nueva York le dedicaba una retrospectiva que ayudaba a resituar su obra.
Wong era una figura que, desde su muerte por complicaciones derivadas del SIDA en 1999, había permanecido en los márgenes y que ahora se desvelaba como fundamental para entender la escena artística de San Francisco y Nueva York durante los años 70, 80 y 90 del siglo pasado.
Además, al colocarlo en el centro, se hacía evidente que era necesario reescribir el relato que se había dado de esas décadas en el que se habían producido muchas exclusiones.
Wong era una figura que había permanecido en los márgenes y que ahora se desvelaba como fundamental
Hay que permanecer vigilantes y más si se escribe desde una posición privilegiada, como es la de la crítica estadounidense, porque, aunque ya se habían introducido algunas exclusiones en la narración, no se habían contemplado todas. Wong fue uno de los que se había quedado fuera porque se escapaba de las nuevas clasificaciones que se habían favorecido.
Siempre había algo que incomodaba: su identidad transcultural, era chino estadounidense y estuvo muy vinculado a las comunidades latinas de Nueva York; su disidencia sexual, que adelantaba presupuestos queer desde otro lugar; sus problemas de salud mental, que lo llevaron a ser ingresado en un psiquiátrico, o su convivencia con el VIH, que asustaba.
Quizás influyó su propia voluntad de situarse entre los proscritos, aquellos que se quedaban fuera de la ley, o entre los que son marginados porque no cumplen con lo que la sociedad espera de ellos, que no responden a otra serie de normas, esta vez no escritas.
¿Tuve alguna vez una oportunidad? (1999), preguntaba en su última obra, un interrogante que interpela al sistema y que podrían hacer también muchos de los protagonistas de sus trabajos, los mismos con los que convivió y construyó comunidad.
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Esta exposición, Travesuras maliciosas, que toma el título de una de sus pinturas, es la primera institucional que se dedica a Wong en Europa. Comisariada por Agustín Pérez Rubio y Krist Gruijthuijsen, director del KW Institute of Contemporary Art de Berlín, la muestra, que no pretende ser exhaustiva, sirve como introducción a la producción de Wong y, organizada más o menos cronológicamente, crea un retrato del artista y de sus intereses, además de contextualizarlo en su momento y hacer una relectura situada desde preocupaciones actuales.
El recorrido empieza con un par de cerámicas, sus primerísimas pinturas y su colaboración con Angels of Light, una escisión de The Cockettes, el irreverente grupo de teatro libre de California que fascinó a Truman Capote y echó del teatro a Angela Lansbury con su mezcla de hipismo, psicodelia y drag.
Continúa con las pinturas que hace al trasladarse a Nueva York en las que ya aparecen algunos de los elementos que luego serán recurrentes, como las alusiones al pensamiento chino sobre el destino, ciertos elementos que recuerdan al grafiti o la minuciosidad en la representación de muros de ladrillo.
En Mi mundo secreto 1978-81 (1984), un autorretrato particular a partir de su dormitorio, pueden encontrarse muchas de sus referencias, no solo en los libros de su biblioteca, y parece contener todo lo que vendrá después en ese hacer que tiene mucho de relato de vida.
En Wong había algo que incomodaba. Quizás influyó su propia voluntad de situarse entre los proscritos
Ahí ya usa esas manos esquemáticas tan características que sirven para aprender el lenguaje de signos y subrayan su interés por aquellos que se quedan fuera y por el lenguaje, un código que solo unos pocos pueden entender y al que traduce la mayoría de los textos que aparecen en sus cuadros.
Central es el momento en que se traslada a Loisaida, esa zona olvidada de Nueva York con edificios a puntos de colapsar y solares llenos de escombros como pinta Wong, y participa en la comunidad de los nuyoricans, puertorriqueños neoyorquinos, a través de su relación con el poeta Manuel Piñero, del que transcribe algunos versos en sus lienzos.
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Importante resulta también la reconstrucción de su exposición de 1986, The Last Picture Show, en la que reproduce casi a tamaño real las puertas cerradas de algunos negocios que han desaparecido por la explotación inmobiliaria y los procesos de gentrificación.
El deseo homosexual se hace evidente, aunque recorre toda su obra, en sus pinturas de bomberos y grafiteros, así como en sus representaciones carcelarias, que muestran las posibilidades de crear una comunidad pero también las desigualdades, la corrupción y las relaciones de poder.
La muestra concluye con el regreso a casa de sus padres, quienes le cuidaron hasta su muerte, y las obras en las que reflexiona sobre la construcción del imaginario asiático estadounidense.
Figura contracultural
Martin Wong (Portland, 1946-San Francisco, 1999) fue un artista chino estadounidense que participó de la escena contracultural de San Francisco y Nueva York.
En su trabajo, en el que se mezcla el realismo con referencias a la alta y la baja cultura, aludió a su propia experiencia como chino-descendiente y homosexual.
También tomó una posición crítica sobre asuntos como las identidades culturales, la diversidad sexual, las desigualdades sociales y la gentrificación.