En menos de seis meses se han podido ver en Madrid dos espectáculos de Baro d’Evel, compañía francesa que nunca antes había pisado los teatros de la ciudad y que hace del escenario un lugar de ilusión y maravilla. Baro d’Evel sorprende por la poesía, la estética y el humor de sus espectáculos, pero también por cómo logra cobijar tantos lenguajes artísticos bajo la carpa del circo y mostrar sus innumerables posibilidades.
Falaise, que se traduce del francés como precipicio o acantilado, es el título del espectáculo y se estrenó en 2019 en el Grec de Barcelona. Había sido programado por los Teatros del Canal poco después, pero la pandemia retrasó su representación y no ha sido hasta ahora, el pasado jueves, cuando pudo inaugurar el 40 Festival de Otoño de Madrid.
La obra cierra el díptico Lá, sur la falaise. El pasado mes de junio pudimos ver Là en las Naves del Matadero, protagonizado únicamente por los directores y fundadores de esta compañía: la francesa Camille Decourtye y el barcelonés Blaï Mateu Trias. Pero también por el cuervo Gus, ya que uno de los rasgos significativos de la troupe es la presencia de animales amaestrados en escena. Contemplar la relación que Camille o Blai mantienen con los animales le da un toque mágico y hermoso al espectáculo y me trae el recuerdo del alucinante circo del zíngaro Bartabas, que allá por la década de los noventa aterrizó por Madrid con sus carreras ecuestres, sus patos y sus ratas amaestradas.
BARO D'EVEL FALAISE TEASER from Baro d'evel on Vimeo.
El espectáculo Falaise es una visión invertida de Là. Si el primer espectáculo del díptico se desarrollaba en una caja completamente blanca y vacía, en Falaise vemos una ciudad en la noche, con su plaza oscura en la que convergen varias calles, edificios de muros negros con terrazas por los que irán apareciendo variopintos personajes de la forma que más gusta a esta troupe, a porrazo limpio, es decir, atravesando las paredes con sus pies y sus cuerpos y, lógicamente, destruyéndolos.
El elenco de Falaise es mucho más numeroso ahora, de ochos artistas y de especialidades variadas: los hay acróbatas, trapecistas, escaladores (Noemi Bouissou, Julian Sicard), coreógrafos y bailarines (Guillermo Weickert, Claire Lamothe), actores (Oriol Pla, Marti Soler). Hay un precioso caballo blanco, Txakapan, que dialoga con Camille y hace pilates con sus cuatro patas, y media docena de palomas que vuelan por el escenario en coreografías más estudiadas de lo que creemos.
[Dos 'performers' y el cuervo Gus]
También hay más humor en Falaise. Al inicio, en la situación que plantean Blai y Camille antes de alzar el telón, vemos la inspiración de Keaton o Chaplin, y esos guiños al cine mudo en blanco y negro se repetirán luego en otras acciones que transcurren sin palabras. Pero a la gracia y el humor que destilan algunos personajes —el homeless de Weickert, el simpático diálogo en un hipotético inglés que mantienen dos personajes, Blai exigiendo su minuto de gloria como pésima cantante—, se añade el trabajo musical —con inclusión de banda en directo en una ocasión— y coreográfico, que lleva a los intérpretes a danzar pero también a ejecutar movimientos de conjunto abigarrados. O está también el dueto que baila Blai y Camille durante los minutos que dura su largo beso.
Las dos horas transcurren entre la admiración y la sorpresa. Y despierta curiosidad los materiales que la compañía usa para construir determinados artefactos, como los rígidos trajes de yeso que viste una pareja, y que destruirán en una hermosa metáfora poética y visual. Y lo mismo ocurre con la escenografía (de Lluc Castell), rota y destrozada, que acabará transformada en una acción pictórica por Blai, como ya hiciera en el anterior espectáculo, aunque ahora con pintura blanca porque el lienzo es negro y donde dejará impreso los motivos que identifican su trazo y su estilo.
El polvo cubre las caras y las vestimentas de los actores, que vemos deliberadamente pringados hasta arriba de yeso, de pintura, de lo que sea que salga de tanto escombro, es una muestra de su implicación, de haber estado en contacto físicamente con la materia, como les pasa a los albañiles. Pero después de tanta destrucción, resulta que lo que vemos que han construido es más hermoso que lo que antes había.
Como es obligado en el circo, tras la función los payasos-actores cogen sus instrumentos, bajan al patio de butacas y sacan el público a la calle. Y este parece maravillado y aturdido de contento.
Ficha técnica
Autores y directores: Camille Decourtye y Blaï Mateu Trias
Intérpretes: Noëmie Bouissou, Camille Decourtye, Claire Lamothe, Blaï Mateu Trias, Oriol Pla, Julian Sicard, Marti Soler, Guillermo Weickert, un caballo y palomas.
Colaboración en la puesta en escena: María Muñoz – Pep Ramis / Mal Pelo
Colaboración en la dramaturgia: Barbara Métais-Chastanier
Escenografía: Lluc Castells con la ayuda de Mercè Lucchetti
Colaboración musical y creación sonora: Fred Bühl
Creación luces: Adèle Grépinet
Creación vestuario: Céline Sathal
Música grabada: Joel Bardolet
Sonido: Fred Bühl o Rodolphe Moreira
Gestión animales: Francis Tabouret o Perrine Comellas