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Sello de Hölderlin[/caption]
Una lectura repetida en los últimos tiempos de la tradición de la poesía castellana y sus influencias externas suele reprochar a nuestra tradición poética la ausencia de un verdadero romanticismo, pensando especialmente en el inglés y, más concretamente, en
el Preludio de Wordsworth, piedra angular de muchas cosas que ocurrieron después en la poesía moderna y contemporánea de otras latitudes. El romanticismo español, de mirar a algún lado, miró sobre todo a Alemania (a los suspirillos de Heine) y la parte más folclórica del romanticismo inglés, el de Walter Scott. Sólo con la relectura de Wordsworth y adyacentes pondría la poesía española su reloj en hora.
Como toda lectura dual, puede explicar algunas cosas y a la vez dejar fuera otras importantes; no hay que olvidar que el poeta que comenzó a poner a la poesía española en la misma hora que la tradición occidental,
Luis Cernuda, debió mucho a la tradición anglosajona, pero fue también, y no paradójicamente, traductor de Hölderlin. De ahí la oportunidad de una antología como esta que ahora nos ofrece Juan Andrés García Román,
Floreced mientras. Poesía del Romanticismo alemán (Galaxia Gutenberg), una buena ocasión para releer algunos de los textos más conocidos de aquel tiempo y país a la vez que descubrir alguna que otra gema oculta.
El prólogo de García Román es un pórtico excelente para saber en qué mundo se escribieron los poemas que, de cualquier manera, leeremos como si fueran contemporáneos nuestros, a la vez que incide en algunos aspectos (como la idea romántica de fragmento) que han tenido su importancia en los últimos quinquenios de nuestra lírica patria y que cobran nueva luz en el comentario inteligente de García Román.
Pero hemos venido aquí por los poemas, se dice el lector, que empieza a sospechar cuando el prologuista anuncia que “es posible que algún lector sienta desconcierto al adentrarse en este libro
”. En él encontramos a autores de sobra editados en español (como Hölderlin o Novalis) junto a muchos otros cuyos nombres poco o nada dirán a la mayoría de los lectores. Arranca la selección con August Wilhelm von Schlegel, y ya nos avisa de la primera dificultad de un empeño titánico como este: ¿cómo traducir un soneto escrito hace un par de siglos al español de hoy? Cuando uno traduce poemas contemporáneos, que generan sus propias normas, el empeño es siempre más fácil; pero ¿cuánto se pierde de un poema si se renuncia a su música? Hay diferentes formas de enfrentarse a estos poemas de forma “antigua”, y piensa uno en hitos de la traducción recientes como
el Keats de Lorenzo Oliván, el Pascoaes de Antonio Saez Delgado o los varios milagros de
Antonio Rivero Taravillo.
La opción de Juan Andrés García Román es una de las más frecuentes: renunciar a la rima, y convertir los endecasílabos originales en endecasílabos, cuando se puede, y en alejandrinos, cuando no queda más remedio. Como a veces en el encaje en el ritmo queda un poco pendiente de la benevolencia del lector (y pocos oídos aceptarían la sinalefa que requiere ese “no se hizo ardiente sierpe” para contar siete sílabas) el resultado, con ser meritorio, rara vez alcanza el rango de poema en castellano. Estos trucos abundan y el poema se resiente, como en “Conversión”, todavía del mismo Schlegel: “me parecían hermosos / el amor y esperanza de este lado”. Dejando a la esperanza sin artículo se consigue el anhelado endecasílabo, pero a costa de una construcción que suena incorrecta y cuyo tono arcaizante aumenta la impresión de hojarasca que ya de por sí nos dejan muchos de estos poemas. No se trata de pedir más al traductor, porque posiblemente más no puede hacerse; pero
el lector no deja de preguntarse si de verdad un poema como “Cleopatra de Guido Reni” había alguna necesidad de traducirlo al castellano en 2017.
La impresión cambia, claro, al llegar a poetas que siguen vivos hoy, como Friedrich Hölderlin. Así suena “A las parcas” en la nueva traducción de García Román:
¡Un verano tan sólo regaladme, impetuosas!
Y un otoño que me madure el canto,
que así más entregado y más repleto
de la música dulce, el corazón se me muera.
El alma, que no usó en vida su divino
derecho, aun en el Orco vagará sin descanso,
mas si un día el elemento más sagrado y el más
cercano al corazón, mi poema, es logrado,
¡bienvenido el silencio del mundo de las sombras!,
contento yo estaré aun cuando mi lira
no me siga allá abajo; ya una vez
viví igual que los dioses y más no necesito.
Abundan los poemas que nos deslumbran, entre la hojarasca, con su luz intacta, como este de Friedrich Schlegel:
Ya se hunde más el sol,
todo respira calma,
los trabajos del día se acabaron
y jaranean los niños.
Más verde esplende aún la verde tierra
en el instante en el que el sol se pone,
y las flores esparcen en el aire
tierno y callado bálsamo
que mueve blando el alma
y embriaga sus sentidos.
Pajarillos y hombres a lo lejos,
montañas impulsadas hacia el cielo
y el gran río de plata
torciendo esbeltamente por el valle.
Todo parece hablar para el poeta,
porque él ya había encontrado su sentido;
y el Todo se asemeja a un coro único,
canción varia para una sola boca.
Como complemento, se cierra la antología con una sección escuetamente titulada “Teorías” que incluye diversos textos teóricos de la época.
Floreced mientras es un acercamiento completo, inteligente y cabal a la poesía del Romanticismo alemán, que no puede evitar los males del envejecimiento de su asunto. Merece la pena apartar unas cuantas hojas muertas para sentir el latido vivo de unos pocos poetas que aún nos hablan a nosotros, para revelarnos secretos que ignorábamos desconocer.