Ciudades que son verso
[caption id="attachment_423" width="560"] Vista aérea de Soria[/caption]
Acabamos de salir de Soria y esta vez escribo la entrada del blog en un tren camino a Madrid. Viajamos en uno de esos trenes antiguos que van parando de pueblo en pueblo a un ritmo excepcionalmente lento. A los provincianos no les agrada del todo (lo cual es comprensible en un mundo en el que todo está enfocado a ahorrar tiempo para gastarlo en otras cosas), pero a mí me emociona la geografía de los viajes regionales, la pausa del tiempo al albor del atardecer –creo que el lugar donde más puestas de sol he disfrutado ha sido en un vagón–, observar a las escasas dos o tres personas cuyo único medio de transporte es este vehículo que apenas pasa una o dos veces por su pueblo, y preguntarme por esa tranquilidad que brilla en sus rostros, la misma que escasea en las ciudades. Por motivos ajenos, he viajado mucho en trenes así y tienen un calor distinto. En ellos, he empezado y terminado muchos libros y otros tantos poemas. Es más fácil abstraerse en un lugar que te regala un paisaje sin necesidad de caminarlo. Al mirar más allá de la amplia ventana, se pueden ver ciervos salvajes escondidos detrás de los árboles, y cuando uno se cansa también puede recostarse sobre el cristal poderoso y acomodarse bajo el sol de las seis de la tarde.
Soria es una ciudad hermosa, un tesoro de tierra castellana desconocido, un rincón en donde no pasa el tiempo por los versos. Lo que más me gusta de Soria es su homenaje continuo a la poesía y la pleitesía a quienes la habitaron (Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer, Gerardo Diego).
Llegué a la ciudad gracias a la llamada de la Diputación de Soria, que me seleccionó, junto a cuatro grandes escritores (Felipe Benítez Reyes, Joaquín Pérez Azaústre, José Ángel González Sainz y Ángel Antonio Herrera), para ser jurado del premio «Gerardo Diego», para autores noveles, y del premio «Leonor», para poetas con alguna publicación en su haber. Es la tercera vez que formo parte de un comité semejante y, aunque no deja de ser una responsabilidad que merece plantearse (¿acaso alguien puede decidir qué vale y qué no vale en la poesía?), es una actividad que disfruto y que me permite aprender de otros poetas, ser crítica con miropio trabajo y conocer a grandes de la literatura (además de disfrutar de ciudades nuevas, comidas copiosas y conversaciones inconfesables).
Cabe destacar el interés real que demuestra la diputación por mantener la limpieza del premio. Ni siquiera nosotros sabíamos quiénes eran los otros miembros del jurado, es más, Joaquín y yo viajábamos en el mismo tren de ida sin saber que nos reuniríamos al llegar. Me gusta comprobar ese respeto a la ilusión de los participantes.
La deliberación fue amistosa, pero no estuvo vacía de discusiones por uno y por otro ejemplar. Rápidamente coincidimos en que los libros finalistas formaban parte de distintas corrientes poéticas, lo que señala que la poesía bebe de distintas aguas, todas correctas y posibles, todas provenientes de un mismo mar. La convivencia de las mismas es necesaria para llegar a acuerdos comunes, a lecturas libres de prejuicios y de nombres. También señalamos que la decisión fue más costosa a la hora de elegir el autor novel premiado, ya que había muy buenos ejemplares sobre la mesa. Esto demuestra, sin duda, que los poetas noveles están más vivos que nunca y llegan cargados de talento. Ha sido una grata experiencia.
[caption id="attachment_422" width="560"] Biblioteca Central de Bidebarrieta, en Bilbao[/caption]Antes de llegar a Soria, estuve en Bilbao participando en el Festival Bilbaopoesía. Con agrado –y cierta timidez–, comprobé cómo se vuelca la hermosa ciudad vasca con la poesía y los participantes con docenas de carteles informativos colgados por todo el centro histórico. Es de agradecer que un ayuntamiento respalde así un festival de literatura y haga a sus ciudadanos partícipes del mismo.
Allí, me encontré con mi querida Raquel Lanseros y con Kirmen Uribe, al que conocía sólo a través de sus libros, en un lugar mágico e imponente: la Biblioteca Municipal de Bidebarrieta. Los bilbaínos conocerán el espacio, pero quien acuda a visitar la ciudad no puede dejar de pasar por allí. Fue un recital muy agradable, al menos desde el escenario puedo decir que disfruté mucho escuchando a mis compañeros. Nos acompañó al piano Joserra Senperena, un pianista excepcional, y pudimos disfrutar de la poesía en euskera en la voz de Kirmen, a quien acompañó una intérprete en castellano.
He vivido una semana intensa gracias a la poesía, cargada de emociones y recuerdos futuros. He pasado más horas en el tren que en mi propia casa, pero siento que he aprendido como debe hacerse: despacio, con los oídos bien abiertos y con disposición. Es muy importante ser consciente de que para formar un mundo propio uno debe visitar continuamente los ajenos, y eso es algo que procuro aplicar en cada viaje y en cada encuentro poético.
Es hermoso, no me cabe duda, comprobar que existe un mundo en el que la cultura es alto motivo de orgullo y amor, una cálida bienvenida al visitante. Así me recibió Bilbao y así me despide Soria, con la impresión de que hay ciudades que se parecen, en cierto modo, a un buen verso.