La crisis de los contenidos
Si hay un tema candente en el mundo Internet en los últimos meses es el del futuro de los contenidos. La decisión anunciada por Murdoch [en la imagen] de cobrar el acceso a los contenidos de sus medios online a partir del próximo año ha reavivado un debate latente en los medios desde hace mucho. En realidad, la situación es ya insostenible para muchos medios de comunicación. La gran mayoría, en su aproximación a Internet, construyó sobre las mismas bases de los medios offline y eso, casi siempre, es una receta para el desastre. En principio, su potencia económica y su marca les permitió liderar todas las estadísticas de usuarios pero nunca han conseguido convertir la audiencia en un modelo de negocio rentable y sostenible.
La cuestión es más profunda que la pregunta simple de si los medios tienen que cobrar o no por el acceso a la información que proporcionan. El argumento recurrente tan querido por ciertos sectores de que crear contenido de calidad cuesta dinero y, por tanto, el usuario debe estar dispuesto a pagarlo, es un argumento de última hora forzado por las circunstancias. El mundo editorial, e incluyo ahí tanto a los editores de periódicos como a las editoriales literarias y también al mundo de la música, han valorado casi siempre su producto por el soporte y no por el contenido. El valor intrínseco del producto nunca lo ha marcado la calidad del contenido sino el coste del soporte. Todos los periódicos costaban igual cuando la diferencia de calidad en muchos casos era tan evidente que resultaba sonrojante. Si cuestan lo mismo las memorias de la última famosa de turno, aupada por cualquier programa del corazón, que el nuevo libro de Vargas Llosa, se hace evidente que el precio no lo marca la calidad, sólo el soporte y la oportunidad.
Esta estrategia editorial, que ha funcionado bien hasta hace relativamente poco, agoniza para los medios de comunicación. Los periódicos gratuitos han demostrado que al ciudadano medio no le interesa la supuesta calidad superior de ciertos medios de pago, le basta con el 30% de la información que proporcionan éstos y con el 5% de la opinión. Internet sólo agrava el problema para ellos: la mayoría de personas con las que me relaciono (ya sé que mi círculo está lleno de personas “muy conectadas” y no es representativo) no están dispuestos a pagar por “información obsoleta” porque tienen acceso a la información actualizada de manera instantánea y gratuita.
Durante años, los medios no han hecho pedagogía de la calidad y ya es tarde para ganar esa batalla. Mi experiencia en el desarrollo de productos para el mundo financiero me ha permitido comparar cómo las empresas que se dedican a proporcionar información financiera sí han sabido diferenciar claramente entre el contenido gratuito y el contenido de pago. La difusión masiva de Internet no sólo no ha perjudicado a los grandes proveedores de este tipo de información, sino que han sabido adaptarse en su oferta y aumentar el número de potenciales clientes. Curiosamente, cualquiera de estas empresas siempre ha dejado claro que ellos no se dedican a los “contenidos” sino que ellos prestan “servicios de información”. El matiz es muy interesante porque deja claro que por un servicio se puede cobrar y por un “contenido” será difícil.
Sólo medios muy determinados, donde la caducidad del contenido sea poco relevante y donde la calidad del mismo sea un valor imprescindible para el usuario, podrán continuar con el modelo de negocio actual, aunque no de forma indefinida. Todos aquellos que sólo ofrezcan contenidos genéricos tienen la guerra perdida, aunque con ciertas ayudas, como en el caso de la industria musical, puedan alargar la agonía un tiempo. Ojalá ese tiempo les sirva para repensar el modelo en vez de agarrarse como náufragos a un madero que no les va a llevar a la orilla.