Poe creó el género policial. Inventó un tipo de ficción donde el ingenio desempeña un papel fundamental, tejiendo y destejiendo enigmas. Sus tramas afrontan misterios aparentemente irresolubles. Auguste Dupin, el primer detective de la historia de la literatura, estudia los casos con la perspectiva de un frío analista. A veces, se traslada al escenario de los hechos para observar cada detalle. En otras ocasiones, sólo necesita unos recortes de periódico para resolver un crimen especialmente complejo. Dupin es un aristócrata empobrecido que vive con un amigo en las afueras de París. No le guía el sentido de la justicia, sino el deseo de combatir el tedio y ejercitar su inteligencia. Aunque procede como un hombre lúcido, la melancolía corre por sus venas, sumiéndole en estadios de apatía y frustración. Dupin actúa como un fino analista, pero en su mente se aprecia la sombra de la neurosis. Aunque su método deductivo es estrictamente racional, hay algo demoníaco en su interior. No es un espíritu solar, sino un hijo de la noche que se rebela contra el orden natural de las cosas. Vive en los márgenes, ignorando las normas sociales. Se siente más atraído por la penumbra que por la claridad. Está muy lejos de Sherlock Holmes y el Padre Brown, sus herederos directos. Holmes es petulante, irónico y engreído. Se siente cómodo en la sociedad victoriana y su tristeza es ocasional, no un rasgo dominante. El Padre Brown es un hombre flemático e intuitivo. Su cordialidad sólo está empañada por el catolicismo, que no le impide sucumbir al pecado de la gula. Dupin es un espíritu atormentado, un inadaptado, una conciencia insatisfecha y desgarrada, un dandi. Evidentemente, Dupin se parece a Poe, un hombre infeliz y refinado al que la fortuna maltrató con saña.
Apunte biográfico
Edgar Poe nació con mala estrella. Vino al mundo el 19 de enero de 1809. Hijo de unos mediocres actores de teatro, se quedó huérfano antes de cumplir los tres años. Fue acogido por John Allan, un próspero hombre de negocios de origen escocés, y su mujer Frances. El matrimonio vivía en Richmond, Virginia. Aunque Edgar creció en su hogar y adoptó el apellido de su padrastro, nunca llegó a ser legalmente adoptado. Ese agravio le torturó desde niño. Ser huérfano y vivir de la caridad acarreaba un doloroso estigma en Virginia, el Sur más aristocrático de los Estados Unidos. Nunca cuestionó los valores que le inculcaron en su niñez: escepticismo ante el progreso y la democracia, exaltación de la mujer, justificación de la esclavitud, idealización del feudalismo medieval, desprecio por el maquinismo. Siempre se consideró un "caballero del Sur" y, como tal, se familiarizó con el folclore de las nodrizas y los criados negros, que apenas distinguían entre lo objetivo y lo fantástico, lo ordinario y lo sobrenatural, los vivos y los muertos. Desde niño, escuchó historias sobre zombis, aparecidos y magia negra. Asimismo, leyó cuentos de terror en las revistas inglesas y escocesas que llegaban a la oficina de su padrastro. Lo gótico y lo romántico convivían en esas historias, urdiendo tramas con páramos umbríos, mansiones en ruinas y maldiciones familiares. El río James, caudaloso y navegable, le puso en contacto con las peripecias de alta mar y con las islas exóticas del Pacífico, donde se respiraba una atmósfera mágica y ancestral. Aprendió enseguida a recitar la poesía de Walter Scott para deleite de las amigas de su madre. John Allan le profesaba afecto y había decidido pagar sus estudios universitarios. Deseaba que aprendiera leyes y comercio, pero nunca le consideró un hijo.
Entre 1816 y 1820, Edgar acompañó al matrimonio Allan en su viaje por el Reino Unido. El folclore escocés deja una profunda huella en su imaginación. Al volver a Estados Unidos, comienza a dibujar y escribir. Su héroe es Byron. Quizás por eso desafía al río James, nadando seis millas contra la corriente. Se enamora de 'Helen', la madre de uno de sus condiscípulos. Sabe que es algo inaccesible, un ideal, no la posibilidad de un afecto correspondido. Empieza a despuntar su carácter rebelde y anárquico. Surgen las primeras discusiones con John Allan. Participa en una milicia uniformada que rinde culto al marqués de La Fayette, héroe de la Guerra de Independencia. Lee con voracidad y confiesa que desea ser poeta, no un hombre de negocios. John Allan acoge la noticia con ironía y desdén. Matriculado en la Universidad de Virginia, el joven Poe juega a las cartas, participa en reyertas y comienza a beber. Enseguida se enamora del alcohol. Descubre que el primer trago le produce una lucidez chispeante. Los siguientes le sumen en una borrachera salvaje de la que tarda varios días en recuperarse. Ha comenzado un largo idilio con la bebida que le hundirá en los pozos más negros, destruyendo poco a poco su salud.
Como estudiante universitario, Poe no pasa desapercibido. Elocuente y despierto, destaca en lenguas clásicas. Ama la poesía y siempre está con un libro entre las manos. Nada le es indiferente: historia natural, historia antigua, matemáticas, astronomía, literatura. John Allan paga sus estudios, pero se niega a liquidar sus deudas de juego, lo cual implica la deshonra ante sus compañeros. Humillado, Poe deja la Universidad. Como despedida, destroza los muebles de su cuarto y enciende una pequeña hoguera. Su padrastro le exige que continúe su formación en otro centro universitario, matriculándose en leyes o comercio. Edgar se niega y se enfrenta verbalmente a Allan, que le acusa de holgazán. La discusión finaliza con un portazo de Edgar, que se marcha a Boston con un baúl y algo de dinero. En 1827 publica su primer libro, Tamerlán y otros poemas. La miseria le hace ingresar en la academia militar de West Point. Hastiado de la vida rutinaria y embrutecedora del cuartel, se hace expulsar, saltándose las clases y los oficios religiosos. La muerte de 'Mamá' Frances acelera la ruptura con John Allan, cada vez más disgustado con su trayectoria. Se marcha a vivir con su tía María Clemm, 'Muddie', que ya le había acogido anteriormente. Empieza a escribir cuentos, pues resultan más fáciles de vender y más rentables que los poemas. Cosecha los primeros éxitos, pero el reconocimiento literario no le salva de la miseria. Se enamora de Virginia Clemm, su prima carnal, y más tarde, se casa con ella. Virginia tiene trece años y él veinticinco. Es una niña sencilla y encantadora que toca el arpa y canta dulcemente. Algunos afirman que nunca se consumó el matrimonio. Para Poe, Virginia encarnaba un ideal. Era la belleza en estado puro, no una esposa. Otros afirman que al escritor no le interesaban las mujeres, salvo como compañeras. Las supuestas infidelidades de Poe desmentirían esa hipótesis. Se ha dicho también que el poeta escondía tendencias sádicas y pedófilas. Conviene aclarar que en esa época casarse con una muchacha de catorce o quince años no era inusual. Trece quizás era demasiado prematuro, pero en ningún caso un escándalo. Poe quería realmente a Virginia. Cuando murió de tuberculosis a los veinticuatro años, casi enloqueció y su consumo de láudano, opio y alcohol se disparó, arruinando definitivamente su mente y su cuerpo.
Poe adquirirá fama como crítico literario en las páginas del South Literary Messenger. Implacable hasta la crueldad, logra que su tirada se multiplique por seis, pero su salario no supera los diez dólares semanales. Inestable y colérico, muchas veces incumple sus obligaciones. Fantasea con el suicidio y sus arrebatos de violencia le causan infinidad de disgustos. La aparición de El cuervo consolida su fama de poeta maldito. Imparte conferencias, hipnotizando al público con su elocuencia. Altanero y provocador, acumula enemigos. Sus borracheras cada vez son más frecuentes. No bebe para divertirse, sino para disipar su malestar interior. A veces, se esfuma durante días y reaparece con un aspecto lastimoso. Poe siempre temió a la oscuridad. No podía dormirse sin algo de luz. Su tía 'Muddie' o Virginia permanecían a su lado hasta que cerraba los ojos, sosteniendo su mano. En Boston, intentó suicidarse bebiendo medio frasco de láudano, pero el cuerpo no lo toleró y vomitó. Si hubiera bebido el frasco entero, habría muerto. Escribió a su tía, admitiendo su desesperación: "No nos queda sino morir juntos. Ahora ya de nada sirve razonar conmigo; no puedo más, tengo que morir". En otra carta, apunta: "La levedad de la vida me produce espanto, pues acaso la vida no es nada y nosotros nos engañamos, creyendo que es todo". Ya viudo, vuelve a Richmond donde se reencuentra con Sarah Elmira Royster, una novia de juventud. Elmira acepta casarse con él, si abandona el alcohol y el láudano. El 27 de septiembre de 1849 viaja al norte para entrevistarse con un editor y reencontrarse con 'Muddie'.
El 29 de septiembre el barco atraca en Baltimore. Poe debe esperar varias horas para tomar el tren hacia Filadelfia. Nunca lo haría. Desaparece entre las callejuelas la ciudad. Tardará varios días en ser reconocido en una taberna de mala muerte. Mal vestido y con la mente rebosante de alucinaciones, se especula que le han utilizado para votar varias veces en las elecciones locales, cambiándole de ropa para no ser identificado. A cambio, le han pagado los tragos que han intoxicado su cerebro. Hospitalizado, su mente emprende un viaje sin retorno. Circulan varias leyendas sobre sus últimas palabras. Supuestamente, exclama: "Que Dios ayude a mi pobre alma". También se afirma que en un momento de clarividencia, pregunta cuál es su estado. Le dicen que está muy grave. "No me refiero eso –replica-. Quiero saber si hay esperanza para un miserable como yo". Muere solo a las tres de la madrugada del 7 de octubre de 1849. Deja un legado que le garantiza su recuerdo por la posteridad. Cuentos deslumbrantes ('El escarabajo de oro', 'La caída de la Casa Usher', 'Los crímenes de la calle Morgue', 'La carta robada', 'El pozo y el péndulo', 'El corazón delator'), poemas de hondo latido ('El cuervo', 'Annabell Lee', 'Ulalume'), ensayos de indudable originalidad (Eureka) y una única novela (La narración de Arthur Gordon Pym). Casi nadie cuestiona la importancia de Poe, que escribe su epitafio en una carta dirigida al poeta James R. Lowell: "Mi vida ha sido capricho, impulso, pasión, anhelo de soledad, mofa de las cosas de este mundo; un honesto deseo de futuro". Su obra ha poblado nuestros sueños y ha prefigurado nuestros temores, revelando que el horror no es un espejismo, sino la urdimbre última de lo real.
El extraordinario Chevalier Auguste Dupin
Poe era un caballero del Sur, pero no un escritor regionalista. No escribe para sus compatriotas, sino para el mundo. Quizás por eso sitúa a Auguste Dupin en París, viviendo en compañía del anónimo narrador de los tres relatos que protagoniza: 'Los crímenes de la calle Morgue' (1841), 'El misterio de Marie Rogêt' (1842) y 'La carta robada' (1844). Dupin tiene una mente analítica que se dedica a "desenredar". Desde su punto de vista, no hay misterios inextricables. La razón puede explicarlo todo, incluso los secretos mejor custodiados. Al comienzo de 'Los crímenes de la calle Morgue', Poe recoge una cita de Thomas Browne: "La canción que cantaban las sirenas, o el nombre que adoptó Aquiles cuando se escondió entre las mujeres, son cuestiones enigmáticas, pero que no se hallan más allá de toda conjetura". A continuación, Poe nos explica el método de análisis de su detective. Aficionado a los jeroglíficos, los acertijos y el cálculo, Auguste Dupin puede resolver cualquier enigma con tanta precisión y perspicacia que una mente ordinaria podría atribuirle poderes sobrenaturales. Sin embargo, se limita a seguir un método más parecido al juego de las damas que al ajedrez. En las damas, lo esencial es el análisis; en el ajedrez, el cálculo. No hay que confundir lo complejo con lo profundo.
Sorprendentemente, Dupin considera que el ajedrez es un juego frívolo que sólo pone a prueba la atención, lo cual favorece que gane la partida "el jugador más concentrado y no el más penetrante". Las damas exigen algo más que atención. La clave de éxito consiste en adentrarse en el punto de vista del oponente hasta descubrir su forma de pensar, su manera de concebir una estrategia y ejecutarla, sus flaquezas y sus habilidades. Sólo de este modo podremos anticipar sus movimientos y prever sus reacciones. En el whist, un juego de naipes donde se utiliza una baraja francesa, se pone de manifiesto una vez más la superioridad del análisis sobre el cálculo. Sus reglas son sencillas, pero no es suficiente respetarlas. Hay que acumular observaciones y deducciones, y, sobre todo, identificar qué se debe observar. La calidad de la observación se basa en la capacidad de escrutar el semblante y los gestos del oponente. La psicología es la herramienta esencial. El ingenio es útil, pero insuficiente: "Entre el ingenio y la aptitud analítica existe una diferencia mucho mayor que entre la fantasía y la imaginación, pero de naturaleza estrictamente análoga. En efecto, cabe observar que los ingeniosos poseen siempre mucha fantasía mientras que el hombre verdaderamente imaginativo es siempre una analista".
En 'Los crímenes de la calle Morgue', Poe nos cuenta que Dupin procede de una familia ilustre, pero se ha arruinado tras una cadena de circunstancias aciagas. La frustración que le ha producido ese revés le ha empujado a aislarse, descartando cualquier iniciativa para recuperar su posición social. La cortesía de sus acreedores le ha permitido quedarse con una pequeña parte de su patrimonio. Puede subsistir dignamente, pero sin lujos. Su único gasto extraordinario son los libros, y en París es fácil conseguirlos a un precio razonable, frecuentado las librerías de segunda mano. Dupin y el anónimo narrador se conocen en una oscura librería de la rue Montmartre. Ambos buscan el mismo libro, "tan raro como notable". De inmediato, el narrador advierte el carácter excepcional del desconocido: candoroso cuando habla de sí mismo, su decoro no logra silenciar su amplia cultura, la vívida frescura de su imaginación y su exaltado fervor por los asuntos de la inteligencia. El narrador busca un compañero de piso durante su estancia en París. Dupin parece la persona adecuada. Dado que su economía no le permite grandes dispendios, el narrador asume el alquiler y la decoración de "decrépita y grotesca mansión abandonada a causa de supersticiones sobre las cuales no inquirimos". Después de ser acondicionada, la casa adquiere "un estilo que armonizaba con la melancolía un tanto fantástica de nuestro carácter". Su manera de vivir les coloca entre los locos inofensivos: no reciben visitas, ignoran los horarios, cierran las persianas con las primeras luces del alba. Aprovechan la oscuridad para pasear cogidos del brazo o leer, charlar y escribir bajo la mortecina luz de las bujías: "Sólo vivíamos para nosotros".
La mente de Dupin es tan perspicaz que adivina el pensamiento de su amigo sólo con observar sus reacciones ante determinadas situaciones o estímulos. El agudo analista afirma que todos los hombres tienen una ventana por la cual puede verse su corazón. La astucia sirve de poco. Hay que ser profundo y minucioso, reconstruyendo la sucesión de causas y efectos que se oculta detrás de cualquier enigma. Dupin resuelve el brutal asesinato de madame L’Espanaye y mademoiselle Camille L’Espanaye examinando la habitación cerrada donde se produjeron los hechos. Se ha dicho que Poe fue cruel con las víctimas, mostrando cierta hostilidad hacia la condición femenina. No creo que sea así. Poe no era sádico ni misógino. La trama que ideó sólo se sostenía con dos mujeres particularmente vulnerables. La solución del enigma hoy nos puede parecer pueril e inverosímil, pero en su época resultó sumamente original, prescindiendo de cualquier elemento fantástico o sobrenatural. En sus relatos policiales, Poe exalta el raciocinio con la perspectiva de un positivista que sólo atribuye credibilidad a lo objetivo y contrastable.
'El misterio de Marie Rogêt', segunda aparición de Dupin, aborda el asesinato de una hermosa muchacha, a la que se cree víctima de una pandilla de criminales. Al principio del relato, Dupin aparece sumergido en "sus viejos hábitos de melancólica ensoñación". Tras resolver el crimen de la calle Morgue, ha perdido todo interés por el "mortecino mundo" que le rodea. Sólo le interesa su plácido presente. Su "humor indolente" ha prevalecido sobre la tentación de consolidar su fama de genio intuitivo. Sus lecturas y sus jeroglíficos le mantienen tan ocupado que lleva un mes sin salir a la calle, recibir visitas o leer los periódicos. El caso de Marie Rogêt le sacará de su ensimismamiento. Esta vez no se enfrentará a un caso insólito, sino a algo ordinario, lo cual complica la solución, pues lo ordinario multiplica el número de hipótesis y posibilidades. El desciframiento de un epigrama suscita admiración, pero hay misterios mucho más insondables, como el interior de un ser humano: "Nada es más vago que las impresiones referentes a la identidad personal". Dupin destaca la importancia de los aspectos indirectos y colaterales, y la necesidad de combinar deducción e intuición: "la intuición es el privilegio de todo individuo de genio". En esta ocasión, no se desplazará al escenario del crimen. Se limitará a estudiar varios recortes de periódico e hilará una serie de inferencias hasta hallar la verdad. 'El misterio de Marie Rogêt' combina periodismo e intriga policial, sentando las bases de un género que ha llegado hasta nuestros días. La técnica de novelar la realidad –el caso de Marie Rogêt se basa en el asesinato real y nunca resuelto de Mary Cecilia Rogers- servirá de punto de partida a una literatura que borrará los límites entre ficción y realidad, ampliando los dominios del cuento y la novela.
En 'La carta robada', tercera y última aparición de Dupin, la trama es menos truculenta. Dupin continúa su idilio con la oscuridad, viviendo de noche y descansando por el día. El prefecto de la policía de París apela a su inteligencia para recuperar una carta robada a un político. Su contenido compromete el honor de una dama y podría precipitar la caída del gobierno. La policía ha realizado minuciosas pesquisas para localizar la misiva, pero no ha conseguido resultados. "Quizás lo que induce a error sea precisamente la sencillez del asunto", sugiere Dupin. El detective no prestará sus servicios desinteresadamente. Será la recompensa de cincuenta mil francos lo que movilizará su implicación. Desde el principio, se conoce la identidad del ladrón. Es otro político. No es un burócrata estólido, sino un matemático y un poeta. Dupin destaca su faceta de creador, que le abastece de argucias sumamente originales, y aplica su método de razonar con el intelecto de su oponente. La mente creativa del ladrón excluye el cálculo lógico. Hay que reconstruir, pues, sus pasos, muy alejados de cualquier convencionalismo. 'La carta robada' es un buen ejemplo del arte narrativo de Poe. No hay terror ni elementos morbosos, pero sí cercanía entre lo real y lo extraordinario, lo previsible y lo inesperado, lo común y lo insólito.
T. S. Eliot no apreciaba a Poe: "si examinamos su obra en detalle nos parece no encontrar en ella más que frases desaliñadas, pensamientos pueriles que no tienen como base una extensa lectura o estudios profundos, experimentos al azar en diversos géneros literarios, realizados principalmente bajo el apremio de la necesidad de dinero, sin perfección en ningún detalle". No pienso refutar el juicio de Eliot, pero sí señalar que algunos de esos defectos son la explicación del magnetismo ejercido por el orbe narrativo de Poe. Sus cuentos no son perfectos. Hay improvisación y ciertas negligencias, pero la atmósfera que se respira en sus ficciones nos atrapa con la fuerza de un ciclón. Sus tramas son vendavales que nos trasladan a regiones desconocidas. El caos que bullía en la mente de Poe impregna su literatura, pero no es un caos destructivo, sino fecundo y poético. Los grandes escritores suelen ser hombres infelices. Poe fue un hombre muy desdichado. Su talento es casi una herida, una llaga que no se cierra, un gemido sordo e inacabable. Algo semejante puede decirse de Melville o Kafka. Auguste Dupin es Poe, pero Poe es mucho más que su personaje. Si Dupin aplicara su método deductivo a Poe, si intentara razonar como él y comprender sus motivaciones, fracasaría estrepitosamente, pues la mente de su creador era un oscuro y casi infinito laberinto. Quizás ahí reside la magia de Poe. "Escribir tal vez me haya servido para que mi nombre perdure –reconoce en una carta dirigida a un amigo-, pero nadie sabrá lo que hay detrás de cada página. Nadie lo sabrá porque yo mismo lo desconozco".