He aquí la versión séptica de Los tres días del cóndor (Sidney Pollack, 1975), todo un dechado de fealdad, hediondez y repulsión personificadas en la figura de Jackson Lamb (Gary Oldman), custodio de 'La ciénaga', el purgatorio administrativo al que van a parar los agentes menos hábiles del MI5, el pastor blasfemo a cargo de un rebaño de ovejas descarriadas a las que guía con el bastón del sarcasmo y azuza con insultos que muerden como perros rabiosos.
Bajo su mando entre atrabiliario y jocosamente miserable se encuentra un heterodoxo grupo de agentes del servicio secreto reducidos a la condición de funcionarios grises, hombres y mujeres con plaza de parking vitalicia en la planta de inútiles, condenados a matasellar memorandos, a revisar facturas, préstamos bibliotecarios, declaraciones de la renta y listados de vuelos y, sobre todo, a cumplir estrictamente con su horario, a ver si se aburren de una puta vez y renuncian a su puesto.
La aureola de perdedores brilla sobre sus cabezas como un círculo de orín y no es difícil adivinar por qué han ido a dar con sus huesos en semejante cuchitril: Catherine Standish (Saskia Reeves), con un esposo muerto en extrañas circunstancias que la llevó a iniciar una larga travesía alcohólica; Min Harper (Dustin Demri-Burns), un tipo apocado con menos iniciativa que Bartleby en día festivo; Roddy Ho (Christopher Chung), un hacker engreído demasiado listo incluso para sus propios intereses; Struan Loy (Paul Higgins), mezcla entre asaltador de caminos que recauda fondos para una ONG, licenciado en autoayuda y adulto que seguiría celebrando fiestas del pijama; Louisa Gay (Rosalind Eleazar), una mujer tan aburrida que prefiere ser parte del mobiliario antes que intervenir y Sidonie 'Sid' Baker (Olivia Cooke), la única que no termina de encajar entre tan abúlica fauna (demasiado lista, demasiado espabilada).
En ese exilio burocrático recala River Cartwright (Jack Lowden) tras cagarla en una misión de entrenamiento, error que, según sus superiores, le invalida como agente de campo por más que sus antecedentes fueran tan blancos como un rollo de Scottex sin desprecintar. Sucede que, a veces, a los marginados les llega una oportunidad hija de la testarudez, la casualidad y el aburrimiento (el éxito tiene muchos padres, ya saben).
Queda resumido el espíritu de la serie en el tema principal (Strange Game) compuesto por Mick Jagger que, en su primera estrofa, ya describe el perfil de los protagonistas, las causas de su relegamiento y la esperanza por regresar a la primera división del mundo del espionaje ("Surrounded by losers, misfits and boozers / Hanging by your fingernails / You made one mistake, you got burned at the stake / You're finished, you're foolish, you failed / There's always a hope on this slippery slope / Somewhere a ghost of a chance / To get back in that game and burn off your shame / And dance with the big boys again").
Pero ¿cómo volver al juego? La ocasión se presenta cuando un grupo de extrema derecha llamado The Sons of Albion secuestra a un aspirante a cómico de origen paquistaní y amenaza con ejecutarlo en 24 horas. Las conexiones entre el rapto, las actividades de un periodista vinculado a la alt-right al que investigan (sin éxito) los chicos de Lamb y una operación encubierta orquestada por el MI5 para desarticular la creciente oleada de formaciones parafascistas en el seno del Reino Unido, les permitirán sacar la cabeza del retrete.
Estamos ante una serie inequívocamente política que se cisca en la extrema derecha (los miembros del comando llevan los nombres del popular trío cómico 'Los tres chiflados' y la secuencia en la que obligan a su rehén a improvisar chistes a costa de ellos es impagable), lo que no quita para que ponga en duda la torpeza de unas instituciones que necesitan recurrir a los servicios secretos para frenar los avances de un radicalismo que debería pararse en la cámara de los comunes, a golpe de legislación y no de operaciones encubiertas.
Sin embargo, para analizar la serie creada por Will Smith (no, no ese en el que están pensando) a partir de la novela homónima de Mick Herron no es indispensable desenmarañar los nudos de la trama ni enredarles con una sucesión de spoilers. Ahora bien, no está de más comentar algunas soluciones de guion tan clásicas como deslumbrantes: Lamb marcándose un 'caballo de Troya' en el capítulo quinto que funciona, precisamente, por el estiramiento de la secuencia y por lo irritante del personaje o, también en ese 'Fiasco', la investigación mixta que el equipo de Lamb inicia por su cuenta en la que se mezclan modernas técnicas de rastreo con los métodos old school de Standish (todo manejado con una lógica impepinable).
Si bien también hay que algún desliz que canta como Tom Jones en Las Vegas: la visita de River al hospital para ver a Sid es del todo injustificable, por el riesgo que entraña, por el nulo beneficio que puede obtener y porque termina resolviéndose con un truco que mezcla el arte de Juan Tamariz, los poderes visionarios del peyote y las artes milagrosas de la virgen de Fátima.
Menudencias aparte, los guiones son especialmente finos (los estornudos de Lamb, tras ser detenidos por sus colegas del MI5, para que Standish busque pañuelos en su bolso en el que ha escondido un arma), sobre todo por la brillantez de unos diálogos difíciles de encontrar fuera de la comedia, por más que este thriller de espías tenga esa inusual habilidad para pasearse por la vereda del humor (negro) sin caer en la parodia. Aquí un ejemplo extraído de 'Work Drinks' (1.02) en el que Standish, alcohólica rehabilitada, visita el despacho de su jefe:
Catherine Standish: ¿Qué ocurre?
Jackson Lamb: Que sigues ahí, de pie, hablándome, para empezar.
Catherine Standish: Es media mañana y aún no ha empezado a beber.
Jackson Lamb: En los viejos tiempos ya irías por el tercer lavado de estómago.
Catherine Standish: Es su primera burla de la mañana. Está raro. Sin duda pasa algo.
Jackson Lamb: ¿No es tarde para aprender a identificar el estado de ánimo de tu jefe?
Catherine Standish (retirando unos dosieres): Esto no debería estar aquí (inicia su salida del despacho).
Jackson Lamb: Cuando Cartwright vuelva, átalo a su mesa por las pelotas. Quiero ver a mi gente aquí… sin hacer nada.
Más allá de esas réplicas cargadas unas veces de ironía, otras de cinismo y siempre rebosantes de mala baba, Slow Horses me interesa por cuestiones que van más allá del guion. La primera es la desmitificación del (sub)género de espías, algo que el director James Hawes deja claro en las dos primeras secuencias. La serie se abre con una set-piece de acción pura que podría aparecer en una película de la saga protagonizada por Jason Bourne o en un capítulo de Jack Ryan.
Después sabremos que es una simulación (dato no poco importante: la realidad es muy otra), pero la puesta en forma responde inequívocamente a unas claves genéricas muy claras: una adrenalínica caza al terrorista marcada por el montaje paralelo (el agente y el centro de mando), la persecución capturada por una cámara vibrante, la tensión en permanente crescendo… Tras los créditos y la canción de Mick Jagger (cuya letra no se corresponde con lo visto hasta entonces, sino que funciona como advertencia de lo que vendrá), un pequeño barrido nos muestra una mesa llena de desperdicios, con un expediente confidencial condecorado con la oscura medalla dejada por una taza de café y un cenicero con indigestión de colillas.
Al fondo, ligeramente desenfocado, vemos a un tipo tirado en un sofá, con una botella de whisky demediada manteniéndose en pie sobre una mesa baja con aires de estercolero. Nótese, en comparación a la luz blanca que domina toda la secuencia inicial, que aquí el tono amarillento de papel de fumar revenido, esos marrones apagados como de colitis impenitente y los ocres de bombilla al borde de la muerte son los que pintarrajean una estancia sucia, deprimente y descuidada.
Por corte directo nos desplazaremos hasta situarnos a la altura de los pies del hombre que yace en el sofá. El dedo pulgar de su pie izquierdo asoma por la ventana de un calcetín raído y en el derecho se abre otro boquete lateral como si la prenda hubiera cedido no se sabe si por el exceso de uso o por hacerle un favor a los pinreles del usuario proporcionándoles una más que necesaria vía de ventilación. El hombre duerme hasta que un pedo digno del arranque de una Harley-Davidson lo despierta de súbito. Esa es la presentación de Jackson Lamb, cuyo aspecto y atuendo hacen justicia al particular sonido de su despertador. Pelo largo y grasiento, barba de tres días, camisas amarillentas y una corbata verde que debió causar furor a finales de los 70 pero que lleva medio siglo sin llamar la atención y sin abandonar el cuello de su propietario.
Esa oposición entre las dos primeras secuencias establece las reglas del juego, pues asistiremos a una permanente confrontación en la manera de entender el espionaje que se observa a partir de la contraposición de espacios —la elegante y moderna sede del MI5 vs. La ciénaga—, en la propia planificación —lo diáfano vs. lo abigarrado— y, también, en la indumentaria de los personajes —la elegancia de la responsable del servicio secreto Diana Taverner (Kristin Scott Thomas) vs. el desharrapamiento a mitad de camino entre Colombo y un sintecho de Lamb (las fotos 3 y 4 muestran claramente estos contrastes)—.
Estamos ante una serie de naturaleza escatológica, algo coherente teniendo en cuenta que lo que hará el grupo de Lamb no será otra cosa que hurgar en las cloacas del estado (de las que forman parte). Callejones atestados de contenedores herrumbrosos (foto 2), cristales con más mierda que el palo de un gallinero y una bolsa de basura que permanece abierta toda la serie entre las mesas que ocupan River y Syd.
Y es que de eso va Slow Horses y de eso va el espionaje en general, de rebuscar en la mierda ajena hasta encontrar el indicio que te permita trincar a alguien, coaccionarlo o venderlo a un postor mejor. Por eso en esta producción de Apple TV no se embellece el oficio, James Bond es una broma sin gracia y limpiar letrinas puede convertirse en una de tus actividades diarias. Aquí todo es de una ordinariez difícilmente soportable (¿qué hace River Cartwright sino obrar por su cuenta de tan hastiado como está?), incluso abyecta porque, Villarejo knows, esto va de sacar la basura de los demás en las portadas de algún periódico.
Así que, cuando muestras la verdadera cara de los servicios secretos y lo haces desde el Reino Unido tu referente no puede ser otro que John le Carré. Un Le Carré sumergido en una piscina de agua fétida, bañado en amargura y enjugado con el paño del resabio. No es casual que el episodio final se cite a George Smiley ni que, en su primer papel protagónico en una serie de televisión, sea Gary Oldman quien aparezca vinculado a ese nombre. El actor londinense interpretó al agente secreto inventado por escritor de Poole en El topo (Tomas Alfredsson, 2011) y Wild Horses, que establece una gozosa distancia humorística con sus precedentes, hereda (y ensucia) el tono sombrío tanto de películas como El espía que surgió del frío (Martin Ritt, 1965) o Llamada para un muerto (Sidney Lumet, 1966), como de las miniseries protagonizadas por Alec Guinness para la BBC basadas en el citado personaje.
Además, James Howes, que dirige los seis episodios (¡por fin una serie que dura lo que tiene que durar!), maneja con tino las claves del género y, por una parte, sabe situar a los personajes en el espacio con intención dramática (foto 3: Lamb dominando el despacho y controlando el relato que le venderá a Standish sobre la muerte de su marido), así como reutilizar convenientemente motivos visuales propios del género, como esos encuentros en lugares apartados entre Diana Taverner y Lamb, subalterno de esta y, a su vez, incansable mosca cojonera que ha descubierto sus planes y no quiere pagar el pato. En el último episodio Howes utiliza con inteligencia el plano general y la disposición urbanística del emplazamiento seleccionado para marcar en todo momento la división que existe entre esos dos —en teoría— compañeros de institución (fotos 5 y 6).
Por todo lo anteriormente expuesto, y por ese duelo interpretativo entre Oldman y Scott-Thomas que vuelven a coincidir tras formar el matrimonio Churchill en El instante más oscuro (Joe Wright, 2017), Slow Horses es, para quien esto firma, la serie más disfrutable de lo que llevamos de 2022. Lo bueno es que Mick Herron tiene otras 7 novelas protagonizadas por Jackson Lamb (más tres relatos cortos) y que está primera temporada ya nos avanza que habrá continuación.