'El presidente', a la sombra del fútbol
Basada en el llamado FIFA Gate, la miniserie de Armando Bó se vuelve tremendamente disfrutable sin necesidad de rehuir la reflexión
El presidente es Sergio Jaude (Andrés Parra), cabeza visible de un pequeño club de fútbol chileno (Unión La Calera) recién ascendido a la Primera División que, casi sin querer, se verá aupado a la dirección de la ANFP (organismo que dirige el fútbol en Chile) después de una operación de enmascaramiento que pretende convertirlo en el testaferro que oculte los desmanes de los verdaderos detentores del poder. El presidente es, también, Julio Grondona (Luis Margani), máximo responsable del fútbol argentino durante 35 años y vicepresidente de la FIFA a través de la CONMEBOL (Confederación Sudamericana de Fútbol) entre 1988 y 2014.
Jaude llegó a ser alguien en fútbol sudamericano -bajo su mandato se organizó la primera Copa América en Chile… que la selección nacional ganó- gracias al inesperado padrinazgo de Grondona. De hecho, el manto protector del llamado ‘Papa del fútbol’ se traduce en su continua presencia a lo largo de los ocho episodios de la serie creada por Armando Bó para Amazon Prime Video (un dato: Bó ganó el Oscar por el guion de Birdman). Todo arranca con el entierro de Don Julio y, a partir de ahí, en un gesto que le debe mucho a El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), la voz en off del dirigente avellanedense, así como sus puntuales apariciones, condicionarán el devenir del relato. La historia no es otra que una pormenorizada crónica del llamado FIFA Gate, caso que destapó la trama de sobornos, fraudes y blanqueo de capitales en la que estaban involucrados la gran mayoría de responsables del devenir del fútbol mundial y que supuso la caída, entre otros, de Joseph Blatter. La figura del advenedizo Jaude es clave en todo este entramado, puesto que él fue uno de los topos que utilizó el FBI para desgranar el funcionamiento de una organización corrupta hasta el tuétano (la serie deja claro que si la agencia norteamericana intervino fue porque habían pedido organizar el mundial de 2022 y la FIFA se lo dio a Qatar: para algo pagaron más).
La voice over de Grondona se desdobla en el último episodio, una narración compartida de la que la que también participa Joao Havelange (Horacio Games), presidente de la FIFA entre 1974 y 1998, en la que se repasan los sucesos aledaños a la irrupción de las fuerzas de seguridad en el hotel de Zurich en el que se alojaban los altos cargos de la organización futbolística y en el que nos cuentan que sucedió con Jadue tras las detenciones. El expresidente brasileño nos promete una historia cargada de “pimienta” y ante nuestros ojos desfila una peripecia que parece entresacada de un film de espionaje, salpicada de trucos de prestidigitación destinados a fabricar una huida imposible. Sin embargo, y por más rocambolesca que parezca la fuga de Jadue y su familia con sus últimos ahorros, la fabula coescrita por Don Julio y Joao resulta verosímil hasta que ellos mismos la desmienten en un gesto sumamente revelador. En primer lugar, porque los dos mandamases se nos descubren como un par de experimentados cuentistas que durante décadas han sido capaces de construir un relato sobre la grandeza del fútbol cuya finalidad no era otra que esconder una red de tráfico de dinero e influencias: bajo el césped, los maletines. Havelange y Grondona tutelaron la formación de un puñado de ilusionistas que se dedicaron a enfebrecer las gradas y a inundar las casas de fútbol mientras le birlaban la cartera a los aficionados y saqueaban las arcas públicas.
Además, la exposición como ficción del posible final de Jaude firmada por Grondona y Havelange es otro de los grandes aportes de Bó y su equipo de guionistas a la ‘desglamurización’ del deporte rey. Esto no es una película de espías que podría dirigir Steven Soderbergh, se parece más a una comedia chusca firmada por Adrián Suar.
Y es que, El Presidente es una serie que no se esconde, así que resulta del todo inevitable que el fútbol se nos aparezca como el negocio cochambroso que es y no como el hermoso deporte que muchos amamos pero que hace años que perdió toda nobleza. Bó se ha armado de valor -y cabe sospechar que de un ejército de abogados- y a partir una idea original del periodista Rodrigo Fluxá y de un arsenal de información, ha forjado una miniserie que aborda un tema espinoso con menos contemplaciones que un central italiano después de dos días de ayuno. Todos los encausados aparecen con nombres y apellidos, se explican a la perfección los métodos utilizados para blanquear dinero, para amañar cualquier elección (ya sea de un presidente o el sorteo de una competición), para eludir la ley o para mejorar los contratos televisivos (los derechos de TV son el maná que ha hecho que el germen de la corrupción crezca como una enredadera de la que brotan billetes verdes en lugar de hojas); también aparecen las fiestas, los viajes, los dispendios exorbitantes y cualquier otro detalle extemporáneo que se les pueda ocurrir. Ahí están, por ejemplo, los responsables de la CONMEBOL, protegidos de cualquier injerencia diplomática en su búnker de Luque (Paraguay), algo así como el ‘once de oro’ de los viejos verdes, unos ancianos avariciosos y desconfiados que llevan décadas mamando de esa ubre con forma de balón que es la FIFA.
La voz en off y las apariciones ‘celestiales’ de Grondona puntuando el relato, las frenéticas secuencias de montaje que recubren de mala baba la información factual (mención especial merece la que aparece en ‘En el palo’ 1.04 con la celebración de competiciones internacionales en países subyugados por dictaduras: “el fútbol lo tapa todo”), un soundtrack que casi siempre añade información a las imágenes (funciona como contrapunto) o los recursos de puesta en escena que van de la estilización de determinados pasajes mediante el uso del plano secuencia (la presentación de los miembros del CONMEBOL en el bar de su sede es casi un número musical) a la provocación de extrañamiento mediante el uso de iluminaciones oscuras o dejando que la cámara pierda su estabilidad; todo eso hace de El Presidente una serie energizante. De hecho, la presencia de los hermanos Larraín en la producción se traduce en la utilización de algunos recursos que están presentes tanto en Jackie (Pablo Larraín, 2016) como en Neruda (Pablo Larraín, 2016), sobre todo aquellos referidos a las proyecciones mentales del personaje principal. Como en aquellas dos películas, lo onírico y lo pesadillesco también se apropian del relato: Sergio Jadue ‘jugando’ la final de la Copa América (sueño) o identificándose con el capitán de su selección, Arturo Vidal, cuando este fue detenido tras sufrir un accidente en mitad de la competición. Esta secuencia, toda una pesadilla cumbiera, está situada en ‘Mentira’ (1.07): Jaude ve en la televisión de su habitación la noticia sobre el siniestro de Vidal y acto seguido se verá paseando por las galerías de una cárcel en la que hombres con su mismo rostro le harán gestos obscenos; en la última celda se verá a sí mismo compartiendo habitáculo con el capitán de su selección.
La serie que Amazon Prime Video estrenó el pasado 5 de junio no vive solo de su vertiginosa narración, ni de su guion tan intrincado como inteligente, ni de las turbulentas relaciones entre sus poliédricos personajes -ese trio formado por Sergio, su esposa y la agente Harris (Karla Souza) -o de sus subyugantes interpretaciones (mención especial para la arrebatadora Paulina Gaitán que lidia con el que quizá sea el personaje más estereotipado), también es una teleserie con una impronta visual muy cuidada: el lento travelling de acercamiento en el episodio uno cuando se le comunica a Jadue su candidatura a la presidencia (el peso de la decisión) o el uso del foco en el momento de la ruptura entre él y su esposa (‘Todo pasa’ , 1.08). Fijémonos en el quinto episodio, cuya parte central tiene lugar en el Vaticano, lugar al que se desplaza la cúpula de la CONMEBOL para visitar al Papa Francisco, argentino y conocido amante del fútbol, seguidor de San Lorenzo de Almagro (¿alguien de por aquí se acuerda de ‘Los carasucias’?). Ese bloque está repleto de hallazgos. A nivel de escritura, utilizar la confesión de los miembros del organismo como estrategia para que revelen sus secretos al FBI (es una confesión doble e involuntaria tras la que el sacerdote les perdonará sus pecados, pero la policía no) es todo un hallazgo. Desde una óptica formal, el personaje Jaude se emparenta con la de Jesucristo en una superposición que ya nos adelanta su condición de figura sacrificial.
Este capítulo también incluye la primera aparición de Joao Havelange. La presentación se divide en tres secuencias. En la primera, tras un travelling de 90 grados, veremos al ‘sumo pontífice’ de la FIFA situado entre Grondona y Jadue: el ocupa el centro del encuadre y es el elemento sobre el que gravita toda la composición. Es un hombre mayor, de casi 100 años, que carga con una bombona de oxígeno. Aparece de pie y entre los muchos objetos que decoran el salón en el que tiene lugar el encuentro hay dos que se observan claramente: a la derecha del encuadre vemos un balón, por la izquierda asoma una réplica de la Copa del Mundo. Estamos ante el hombre que convirtió el juego (la pelota) en un negocio (el trofeo bañado en oro). La contextualización posterior nos explicará quién es Havelange y cómo el fútbol moderno nació con él (de ahí que Bó lo elija como co-narrador en el último episodio: es el maestro de Grondona y fue el que picó la piedra para fabricar los polvos que trajeron los lodos del FIFA Gate).
La segunda secuencia, que aún es mejor, esta intercalada en ese segmento explicativo en el que Grondona nos describe a su mentor (la serie les interesará, también, a todos aquellos que no tengan ni idea de fútbol: es didáctica en el mejor sentido de la palabra). Al son de una canción cuyo título no he podido encontrar* pero que habla de “amor por primera vez”, veremos avanzar a una mujer joven y hermosa en traje de baño (de nuevo, el punto irónico). Se acercará a la mesa junto a la piscina que comparten Havelange y Grondona, cogerá la mascarilla de oxigeno de su nonagenario ‘protector’ y aspirará antes de dejarse caer en una tumbona a tomar el sol junto a otra señorita. Más allá de las hamacas, detrás de dos flamencos rosa, solo, estará Jaude. En apenas 30 segundos -independientemente de lo que Don Julio nos explica en off- hemos visto qué tipo de relaciones se establecen entre los personajes: Havelange es algo así como el Frank Booth (Dennis Hopper) de Terciopelo Azul (David Lynch, 1986) para sus señoritas de compañía, y un amigo íntimo para Grondona, con el que comparte mesa, whisky y plática. Jaude es un elemento más de la decoración, alguien apartado que ni siquiera está al mismo nivel de las escorts.
La tercera secuencia del bloque es la que ha de romper esa distancia, fijada por la propia realización, entre Joao y Sergio. Es un cara a cara entre ambos con Grondona de testigo. Havelange le enseña una lección mientras apunta a Jaude con una pistola -su padre se hizo rico con el tráfico de armas (dato que no se menciona explícitamente pero que aquí queda claro). “Si un cachorro mío no sabe nadar, lo sacrificio porque no sirve. Si no sabe sobrevivir no merece vivir”. Este ‘consejo’, que tiene como objetivo ponerle las pilas a Jaude para que ejerza de mediador y reconduzca una negociación, se produce en el exterior de la mansión Havelange, una casa amplia y lujosa en la que, sin embargo, la vegetación crece semisalvaje entre los muros, como si su propietario quisiera exhibir ese instinto animal que todavía conserva a pesar de su avanzada edad. Joao, contigo empezó todo.
No se puede dar carpetazo a El Presidente sin hablar del formato. Articulada en dos tiempos, la miniserie chileno-argentina utiliza el 4:3 para referirse al pasado y el panorámico para el presente, con la muerte de Grondona como punto central (esos cambios de tiempo no siempre casan bien y por momentos embarullan la narración). Pero ¿por qué? Recordemos el ejercicio de ilusionismo que nos ofrecen Grondona y Havelange en el último episodio. El que fuera presidente de la AFA insiste en no pocas ocasiones en que “no importa la realidad, importa el espectáculo” y en que “la verdad es sucia, torpe, monótona y pobre”. El fútbol es, de acuerdo con su definición, pura apariencia, un juego que sirve para ocultar el verdadero negocio. Detrás del show está el bussiness. El uso del formato marcará la entrada de Jadue en ese mundo de ensueño: para ilustrar ese pretérito en el que él apenas es el dirigente de un club minúsculo que, de buenas a primeras, se encuentra presidiendo a la ANFP se emplea el formato cuadrado, cuando entre a formar parte de ese circo de tres pistas que es el fútbol continental, se utilizará el 16:9, ¿o acaso hay mejor formato que el panorámico para rodar un espectáculo? ¿No exige la pirotecnia narrativa final orquestada por Havelange y Grondona unas dimensiones que se adecuen al numerito que nos presentan?
Cierto es que se le puede achacar cierto desorden narrativo -pero ¿acaso no es caótico lo que se nos cuenta?- y que su arriesgadísimo humor -entre la parodia y la ironía: Jadue es un personaje cómico que mezcla ineptitud y arribismo a partes iguales- no funciona siempre (ese ridículo combate entre Bedoya y Jadue), pero consigue que una historia protagonizada por cínicos con la que se podría haber fabricado un documental de denuncia sea una ficción tremendamente disfrutable que no rehúye la reflexión y que insiste en el poder de la fabulación (de la mentira) para desenmascarar la verdad.