A través del espejo
[caption id="attachment_298" width="560"]
Insecure: Black Mirror
El espejo como reflejo y como pantalla, como devolución de la imagen propia y como superficie sobre la que proyectar los anhelos. El recurso visual que marca la diferencia en Insecure es observar a Issa (Issa Rae) observándose a sí misma, examinándose frente al cristal azogado de un baño público o de su habitación.
HBO España estrenó el pasado lunes el episodio inicial de la segunda temporada de la serie escrita y protagonizada por la propia Rae, a la que le será difícil escapar de las comparaciones con Lena Dunham. Y, hasta cierto punto, Insecure puede ser leída como un remedo en clave R&B de la incontestable Girls (treintañeras afroamericanas en plena crisis existencial, viviendo en la gran ciudad, con problemas similares). Ahora bien, las diferencias son notables. Aquí la exposición física es menor y las excursiones narrativas están prohibidas: Rae y la parte contratante del tándem creativo, Larry Wilmore, parecen conocer Los Ángeles como la palma de su mano y prefieren, al menos de momento, restringir las idas y venidas de sus personajes a un entorno controlado.
Precisamente, la descripción ambiental es uno de los puntos fuertes de una serie que combina bien dos universos tan distintos como el bloque de apartamentos o el lugar de trabajo de Issa con el lujoso piso o el despacho de abogados en el que ejerce su amiga Molly (Yvonne Oriji). De esas fricciones se nutre Insecure que, sin embargo, como las aterciopeladas canciones de Jazmine Sulivan que suenan en varios episodios, va inyectando con suaves pinchazos denuncias raciales, de género o de clase en una trama marcada por el devenir de las relaciones afectivas (aquí no faltan las rupturas, las infidelidades, las coñas con las apps de citas, el egoísmo o la incapacidad para encajar a una edad en la que se suponía que todo debía estar encarrilado: fíjense en la escena de la ducha en el capítulo cuarto).
Ahí están los eternos problemas entre negros y blancos (las diferencias salariales o el paternalismo que, bajo el velo de la corrección política, sigue marcando el trato que los segundos damos a los primeros), pero también las contradicciones internas de los propios afroamericanos: los prejuicios de clase (menospreciar a los que no han pasado por la universidad), de orientación sexual (la bisexualidad o la homosexualidad como algo inaceptable) o de género (esos supermachos alfa). Sin olvidar, claro está, las denuncias estrictamente femeninas. De una manera muy sutil, la violencia contra la mujer siempre está presente: en el capítulo 1.06 (Guilty as Fuck) Issa imagina qué reacción tendría Lawrence (Jay Ellis) si le cuenta su infidelidad, un pensamiento que incluye un guantazo como respuesta al adulterio. Hay más detalles: en el 1.08 (Broken as Fuck), Kelly (Natasha Rodwell) no cesa de preguntarle a Issa si la separación viene motivada porque ha sido agredida por su ex.
Es en los enfrentamientos entre la protagonista y sus espejos cuando las inseguridades provocadas por ese cruce de vacilaciones estallan. Rae emplea la pantalla especular para enfrentarse a sí misma, pero también para fantasear o para autoengañarse, en una operación que tiene mucho de exorcismo autobiográfico. La ausencia de dogmatismo, el ritmo pegadizo inducido por una soundtrack adictiva (abusen de ella en su Spotify) y por unos diálogos tan naturales como irreverentes, y el carisma de la propia Rae, cuya hermosa disidencia física resulta imponente, hacen de Insecure un hit a la altura de una canción de Frank Ocean.
Emmy 2017. Segunda parte (y última)
La semana pasada nos dejamos en el tintero la categoría de Limited Series, probablemente la más interesante del curso, y esta seguiremos dejándonos (y ya les adelanto que no será recuperada) la de Television Movie, en la que el San Junípero dirigido por Owen Harris y escrito por Charlie Brooker es infinitamente superior no solo a sus contrincantes sino al resto de episodios autónomos que componen la tercera temporada de Black Mirror.
The Night Of
[caption id="attachment_299" width="560"]
Que la ficción televisiva está en constante cambio no se le escapa a nadie. Series como Hannibal, Legion o, cómo no, Twin Peaks, exploran nuevos horizontes que contradicen que la teleficción sea únicamente el reducto del storytelling. Sin embargo, ¿a quién no le gusta que le cuenten bien una historia? Cuando lean la muletilla “estamos ante una historia bien contada”, ese latiguillo que normalmente encubre un análisis precario, piensen en The Night Of, algo así como el sueño húmedo de cualquier guionista (¿tal vez la Chinatown de las series?). Los ocho episodios escritos al alimón por Steven Zaillan (La lista de Schindler) y Richard Price (guionista de The Wire, pero también autor de novelas tan potentes como La vida fácil o Los impunes) actualizan, amplían y recontextualizan el original británico obra de Peter Moffat, para brindarnos un análisis minucioso y desprejuiciado del sistema judicial norteamericano.
El encarcelamiento y posterior juicio de Nazir Kahn (Riz Ahmed) por el presunto asesinato de una joven da pie a una narración de corte clásico en la que los viejos recursos –desde la elipsis hasta el plano/contraplano– son utilizados con sentido haciendo que las imágenes hablen más allá de su literalidad. El prolijo diseño de personajes, desde el abogado con un molesto eccema al que interpreta John Turturro al detective que encarna Bill Camp, y la metamorfosis que experimentan a medida que la historia avanza, o la reflexión que propone sobre la incidencia de las tecnologías de la imagen en la construcción de la realidad, hacen de The Night Of una de las cumbres de la temporada.
Noah Hawley sigue excavando en la filmografía de los hermanos Coen. Y sigue sacando petróleo. En la tercera temporada recupera el pulso (y algunas ideas de guion) de la primera entrega. La confusión de nombres (El gran Lebowski), los personajes femeninos fuertes (Fargo), el gusto por el surrealismo representado en la escena de la bolera del capítulo octavo (que emparenta el espacio de El gran Lebowski con el tono de Barton Fink), la galería de perdedores (los Stussy o Sy Feltz podrían formar parte del álbum de cromos American Losers en el que están Llewyn Davis, H.I. McDonnough o Ed Crane) o un villano a la altura del Lorne Malvo (Billy Bob Thornton) de la season inicial, nos señalan que seguimos sujetos por la gravedad del universo coeniano. A pesar de algunas interpretaciones sobrecargadas y de su, por momentos, estomagante autoconsciencia, la nueva Fargo vuela alto en lo visual (¿de verdad se ven muchas secuencias como el arranque del episodio cuarto con el Peter and the Wolf de Prokófiev?) y en lo discursivo: su final, dejando la duda en los ojos del espectador sobre el sentido y el alcance de la justicia, es soberbio.
Genius
Cuando en el mundo de la creación ¿artística? la mayor preocupación estriba en cómo un bigote puede afectar a una película (busquen la polémica Superman/Henry Cavill) llega a entender uno determinadas cosas. Cosas como, por ejemplo, que el joven Einstein que interpreta Johnny Flynn en Genius tenga tan desarrollados los abdominales como las meninges. Y es que, al parecer, el físico alemán (jueguen con la polisemia), además de desarrollar la teoría de la relatividad, huir de los nazis y practicar el poliamor unidireccional, tenía que estar buenorro. Nimiedades aparte, esta producción de National Geographic escrita por Kenneth Biller y Noah Pink saca el bíceps desde el primer episodio: diseño de producción inmaculado (ese que hace que las cosas parezcan lo que eran y no un decorado de función escolar), un Geoffrey Rush que ya ha encargado una carretilla para cargar con los posibles premios que le caigan por su recreación del Nobel y, como no podía ser de otro modo, flirteos con la temporalidad a golpe de flashback para (muy chabacanamente, dicho sea de paso) hablar sobre la relatividad. Que Ron Howard dirija el piloto da la medida de la serie. Al parecer, su oscarizado trabajo por Una mente maravillosa le ha servido para ilustrar con esa vulgaridad académica con la que pinta y colorea sus últimos ejercicios (y sí, exceptúo Cinderella Man) la hégira de un genio que huye de los totalitarismos. Si les van las series cómodas (aunque ya la hayan visto cien veces bajo otras formas), esta es la suya. Por cierto, en la segunda temporada le toca el turno a Picasso.
Feud
Ryan Murphy es uno de esos locos maravillosos que ven un charco y no pueden evitar saltar sobre él. Agradézcanselo. Sin gente así solo tendríamos cosas como Genius. Tras meter en la Thermomix el género de terror y elaborar ese soufflé que a veces sube y a veces no (depende de la temporada) que es American Horror Story, el creador de Glee se lió la manta a la cabeza y ficcionalizó el caso de O.J. Simpson en American Crime Story (la segunda temporada se centrará en el huracán Katrina y la tercera en el asesinato de Gianni Versace). Siguiendo esas mismas pautas llega Feud, que narra la rivalidad entre Joan Crawford (Jessica Lange) y Bette Davis (Susan Sarandon) iniciada durante el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962). Aquí, aún más que en la ‘operación O.J.’, la mezcla de history y story es aún mayor, en tanto en cuanto hay más huecos que rellenar, menos datos a los que aferrarse y más terreno que sembrar de especulaciones. Sea como fuere, Lange y Sarandon ejercen como las divas a las que suplantan, imprimir la leyenda sigue dando réditos y hoy, como en los tiempos de Davis y Crawford, las mujeres que han superado el medio siglo de vida se encuentran con que no hay nadie que escriba papeles para ellas (pero sí para ellos).
Big Little Lies
A la tan cacareada producción de HBO hay que agradecerle que ponga sobre el tapete unos cuantos temas que parecen no existir ni para la ficción televisiva ni para los medios de comunicación. Que en una comunidad de clase alta en la que la gente tiene chalets en los que necesitas pasaporte para ir del ala este a la oeste, la mensualidad del colegio de los niños equivale al PIB de una pequeña isla del Pacífico y los maridos son candidatos a la portada de Forbes; que en esa burbuja pija se muestren sin ambages (y no se justifiquen) los malos tratos físicos pero también psicológicos que sufren de una u otra manera todas las mujeres que protagonizan la serie no solo es necesario, supone también la reparación de una injusticia: la de no afrontar un problema que para demasiada gente parece una fantasía (de ahí que se perpetúe). Ahora bien, la denuncia no empaña un brutal desequilibrio en la construcción de los personajes -no es casual que la Celeste de Nicole Kidman brille más que nadie- ni su artero manejo de la información, muy en la línea de Damages (pero con menor complejidad) o Bloodline; o un montaje que en ocasiones hiere la vista. Con todo, su último capítulo es el mejor de la temporada, aquel en que las mujeres, a pesar de sus diferencias, se unen para acabar con el Mal. De todos modos, parece que en ese entorno ultracool –música, casas, coches, ropa– baste con apartar la manzana podrida para que todo se recomponga (y a mí me parece que solo con eso no basta). Les invito a debatir sobre el tema. Stay tuned.