En la muerte de una gran poeta cubana, Fina García Marruz
La autora, que ha fallecido a los 99 años, encabezó un grupo de escritores protagonistas de una era de platino para la poesía cubana y de toda la lengua española
Fina García Marruz tenía casi cien años y acaba de morir, hace un par de días, en La Habana, la ciudad en la que vivió toda su vida. Asisto a su fallecimiento desde la distancia física, pero desde la más grande cercanía sentimental e intelectual, con una tristeza tan intensa como rabiosa.
Fina pertenecía a una familia literaria de primera magnitud. No sólo era ella una gran poeta (ahí están sus libros; léanlos, y llévenme la contraria, si les place), sino el final de una estirpe histórica a la que perteneció junto a su marido, el también gran poeta Cintio Vitier, nada menos que a la cabeza del grupo Orígenes, mítica e insoslayable revista fundada por José Lezama Lima y financiada, hasta que llegó la Revolución castrista, por el entonces mecenas José Rodríguez Feo.
No hace falta ser experto conocedor y lector de la poesía cubana para saber quién era de verdad Fina García Marruz, un ser de luz siempre contra la oscuridad; silenciosa, educada, hablaba de poesía con una sutileza única y tenía una sonrisa de una generosidad que embargaba a sus interlocutores y amigos.
No voy a decir que murió olvidada, pero sí afirmo que la esquinaron todo cuanto pudieron y muchos de los que se dicen hacedores del canon justo y real de la poesía de lengua española de la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI no la tuvieron en cuenta. Institucionalmente, la gran madrastra España la orilló hasta el final, un final que Fina García Marruz, por su poesía, por su bondad y por su figura, no merecía. Así es la vaina hoy, como siempre. ¿Cómo si no han dejado ir a esta mujer grande, a esta inmensa poeta de la lengua española, sin el Premio Cervantes o sin el Princesa de Asturias?
No voy a decir que murió olvidada, pero sí afirmo que la esquinaron todo cuanto pudieron
Claro que tampoco voy a exigir a estas alturas, ya no tengo lugar a mis años para la ingenuidad, a los casquivanos y arbitrarios jurados del Cervantes que se turnan todos los años para ocultar sus mistéricas éticas y estéticas. Dejaron morir, con la boca callada, al gran poeta Gastón Baquero, otro gigante literario de nuestra lengua, como si fuera cualquiera, en una pobre cama en la que no cabía su cuerpo, olvidado de todos menos de un pequeño grupo de amigos, en un día en que sobre Madrid cayó un implacable aguacero de tristeza que acompañó su muerte como una melodía de venganza. Baquero, que era sabio, se fue sin nada, no pidió nada ni exigió premio ni honores. La gente de Orígenes era de hierro y oro, sobrados de luz y generosidades, de talento y poesía.
A esa raza, ya desaparecida del todo, pertenecía por obra y derecho propio Fina García Marruz, a quien conocí personalmente en La Habana cuando fui a esa ciudad (una de las veintitrés veces que la visité hasta el año 2000, inclusive) a grabar uno de mis programas de Los libros (para TVE). Hicimos en la Biblioteca Nacional José Martí una entrevista singular y única, una de las más grandes gratificaciones intelectuales que he tenido en mi vida, con Fina García Marruz y Cintio Vitier, su marido, padres de dos de los compositores musicales Sergio y José María Vitier, a quienes terminé también conociendo más tarde.
Cada vez que fui a La Habana, invitaba a Cintio y a Fina a comer. Para vernos, hablar y gozar de su amistad y de su sabiduría
Eran ya la memoria que quedaba de Orígenes, un tiempo de platino para la poesía cubana y de toda la lengua española. Desde entonces, cada vez que fui a La Habana, invitaba a Cintio y a Fina a comer. Para vernos, hablar y gozar de su amistad y de su sabiduría. ¡Vieran lo que aprendí con ellos en aquellas veladas interminables en el bar del Hotel Cohiba! Eran Orígenes, los mitos vivientes que quedaban de cuando estuve en la Casa de América de Madrid, por unos meses atroces que ya contaré en el segundo tomo de mis memorias, le propuse a Fernando Villalonga, entonces Secretario de Exteriores del Gobierno de Aznar, que liderara una campaña institucional para otorgarle el Cervantes a Fina o a Cintio o el Príncipe de Asturias a los dos juntos.
“Molto pericoloso”, me contestó casquivano y frívolo el crecido y entonces alto diplomático español. Ahí se acabó todo. A Cintio ni agua. A Fina, algunas migajas para conformar a ciertas esferas exigentes de la poesía española e hispanoamericana. Del Cervantes y del Príncipe de Asturias, nada: eso era para los grandes… Y ellos no eran ni más ni menos que Orígenes…
[Fina García Marruz, "conmovida y honrada" por el Premio de Poesía Federico García Lorca]
En todos estos años de aprendizaje, no he dejado de leer la poesía de Cintio Vitier y de Fina García Marruz. Para mí siempre fueron una enciclopedia literaria, histórica e intelectual. Sabían más poesía española e hispanoamericana que cualquier otro poeta español o cubano de entonces. Y eran los más hispánicos e hispanos de todos los poetas cubanos. Lloro su pérdida, la de mi amiga y gran poeta. Como lloré la de Cintio. Como lloré la de Eliseo Diego, de esa misma familia, y la de su Eliseo Alberto, el inolvidable “Lichi”. Se acaba aquí una estirpe de grandes poetas. Ya no hay profetas (sí, profetas esenciales) de esa especie. Como escribió Léo Ferré: “Lo recuerdo y lloro”.