La sagrada familia
¿Da Jordi Pujol para una obra literaria? El asunto necesita de un ensayo histórico, político, económico y social profundo en el que se llegue al fondo de aquel tiempo maldito
En algún lugar, durante estos días, he leído que David Trueba quiere filmar una película sobre la familia Pujol y sus aventuras financieras catalanas. Así, entre la ficción de la película, los indicios de cuanto ya sabemos y lo que nos imaginamos, nos haremos cargo -antes que la Justicia, que en este asunto parece dormida- de lo que es realmente un patriota -el pater de la familia-, una patriota -la cajera por la que pasaba todo- y la aventurera y emprendedora progenie, lanzada a la "mordida" trece veces por minuto. Será un éxito, estoy seguro, y espero que una sátira sarcástica que saque a flote las vergüenzas de una todopoderosa familia que campó a sus anchas durante casi dos décadas en la Cataluña de la Transición y los años del felipismo. A sus anchas, tan campantes y llevándose por delante la ley en beneficio de su patrimonio. Una familia modélica, "la sagrada familia", que así dicen que será el acertado título -así llaman en Cataluña a los Pujol- de la película de Trueba que no dejaré de ver y revisar un par de veces.
Hablé un par de veces con Pujol en toda mi vida. Resultaba un tipo simpático, amable, representativo: un tipo afable preparado para el embuste; astuto, dicharachero, aparentemente cercano, casi cómplice. La primera vez que hablé con él fue en un almuerzo en el Liceo: estuvo cordial, sereno, manejando el escenario, actor y director al mismo tiempo. La segunda vez fue en un desayuno en TVE en el que debatí con brevedad con él sobre dinero. "Somos ricos, ¿eh?, no lo dude", me dijo a una de mis preguntas. Y yo, tonto de mí, no lo dudé. Si se refería a él y a su familia tenía razón el felón. Sus felonías lo habían llevado a la cumbre de las glorias económicas y sus hijos e hijas eran el ejército que en primera fila de la tienda cobraba los sabrosos dividendos por los que se habían convertido todos en ricos sin que nadie levantara la voz en la sociedad catalana ni, en general, tampoco en el resto de España. Un espero silencio cómplice tapiaba por completo voces, escritos y demás familias, de modo que los Pujol tomaron por costumbre la impunidad de sus desmanes y la de los desmanes de sus pandillas de indeseables facinerosos, los chicos a quienes el Honorable había encargado que cobraran las facturas que él había enviado antes.
No pierdo, sin embargo, la esperanza: dicen que en España la Justicia es muy lenta. Lo es más de lo que es justo, lo es más de la cuenta, pero sigo confiando en que un día, más cercano que tarde, un juez digno, un ciudadano integral, levante por fin los papeles con las tropelías de "la sagrada familia" catalana y la lenta Justicia española convierta en el necesario castigo de la ley las aventuras de estos cuatreros patrióticos.
¿Da Jordi Pujol para una obra literaria? Albert Boadella lo intentó en el teatro sarcástico contra el nacionalismo catalán en una obra de gran éxito titulada si no recuerdo mal Ubu Rey. Pero creo que el asunto necesita de un ensayo histórico, político, económico y social profundo en el que se llegue al fondo de aquel tiempo maldito en el que un patriota y su familia actuaban de tenderos absolutos en la Cataluña pujante de los Juegos Olímpicos. Lo esperamos pronto, por lo menos un puñado de ciudadanos españoles que respetamos la ley y que nunca hemos robado un euro ni del erario público ni de la cosa privada.
Aún recuerdo el consejo de Josep Tarradellas a Adolfo Suárez cuando aquel llegó a España en los primeros tiempos de la Transición y éste era presidente del gobierno del Reino de España. Que por nada del mundo, le dijo el viejo resistente, permitiera que Jordi Pujol se acercara al poder político en Cataluña. Era el anuncio profético de su sabio a quien los catalanes no hicieron caso y dieron finalmente la espalda. El resultado, muchos años después y a la vista de la situación actual del gran rompecabezas catalán, salta a la realidad de hoy en el peor conflicto político que ha tenido España en todo su tiempo de democracia.
En mi mesilla de noche tengo siempre a mano un ejemplar del Diccionario del diablo, de Ambrose Bierce. En la entrada referente a patria, Bierce toma las palabras del Doctor Johnson, según el cual el patriotismo (dice patriotismo claramente, no nacionalismo como dicen algunos exégetas no precisamente serios) es el último refugio de los canallas. Y añade Bierce: con permiso del afamado lexicólogo, no es el último, es el primero. Así lo creo yo desde siempre. Hay ejemplos por miles. Donde pisa un patriota no vuelve a crecer las hierba. Ahí tienen a Pujol. Ahí está Cataluña, en el filo de la navaja, manejada por miles de patriotas que juegan con su país como quienes juegan al parchís en un patio de colegio.