Entre Leonard Cohen y Morente
El cantaor pidió a Cohen que le permitiera algunas versiones de sus canciones para un disco que incluye 'Take This Waltz', balada que el canadiense dedicó al poeta García Lorca
El domingo pasado me levanté temprano y encendí Radio Nacional de España. Eran las 7 menos cuarto de la mañana y cantaba Enrique Morente, en un programa que venía a recordar su muerte, de la que se cumplían diez años ese mismo día. Cantaba con su voz sobrenatural un quejío flamenco que no era otra música que su versión única de Take This Waltz, la balada que Leonard Cohen dedicó en su momento al poeta García Lorca, y que aparece en el disco de Morente titulado Omega. Fue un momento, esa mañana de domingo, más que emocionante: yo no quería que terminara aquella música, aquella versión flamenca de la balada del genio canadiense. Todo este momento llevaba detrás una historia que no por conocida es menos fantástica. Cohen conoció la guitarra española cuanto tenía 14 años, cuando era un poeta adolescente que coqueteaba con la música en Montreal. Y ese instrumento mágico lo conoció de la mano de un español que le enseñó, a petición del joven poeta, los primeros acordes de la música flamenca. De ahí salió luego de leer Poeta en Nueva York y el resto de la poesía de Lorca un profundo interés intelectual y humano por el poeta granadino asesinado en la Guerra Civil. Más tarde, Leonard Cohen llegaría a llamar Lorca a una de sus hijas.
Y ahora viene la sincronicidad. En un momento determinado, el propio Cohen dirá que su música tiene destellos de flamenco gracias al recuerdo de la guitarra española que aprendió a tocar desde adolescente. Ese momento de sincronicidad musical se produce cuando Enrique Morente quiere conocer a Cohen y se citan en el Hotel Palace de Madrid, donde se provoca una sensación tal de complicidad y cercanía que Morente se compromete y le pide a Cohen que le permita hacer algunas versiones de sus baladas en un disco que tiene pensado para tiempo inmediato. En ese trabajo está Take This Waltz, la balada que yo estaba oyendo el domingo pasado en la voz irrepetible de Enrique Morente, pletórico en el sentimiento de esa música compuesta por Cohen y que el cantante granadino articula en español de una manera mágica y única.
Lo poco que sé de flamenco se lo debo a Caballero Bonald, uno de los escritores que reconozco como uno de mis maestros literarios e intelectuales. Una vez, hace muchos años, cuando Pepe Caballero dirigía Ariola, le dije que se me había abierto un apetito ansioso por conocer algo de flamenco pero que no tenía ni la más remota idea de por dónde empezar. Caballero Bonald me regaló toda una colección de discos que venían a componer una Enciclopedia del flamenco que él había dirigido desde su casa discográfica. Durante años, estuve sumergido en el flamenco tratando de entender la profundidad de la música, los diferentes palos, las intenciones, los juegos, dramas y tragedias del flamenco, sus luces y sus sombras. Y, a veces, cuando estaba en Madrid, acompañaba a Pepe Caballero a pequeños antros fuera de control, clandestinos aunque tolerados, donde se decía que se cantaba y tocaba el flamenco puro y genuino de los gitanos. Alguna vez que otra, bastantes más que muchas, Enrique Morente se acercaba en las noches al pub Oliver, donde los guerreros del alcohol reposábamos nuestras ínfulas del día hasta altas horas de la noche y el amanecer. Se acercaba a ver a Caballero Bonald, a encontrarse con el maestro, a hablar con él, a escucharlo hablar, a aprender.
Fuimos juntos más de una vez a algunos de esos garitos alejados del turismo donde tres o cuatro gitanos tocaban guitarra y cajón, y cantaban el llanto eterno del flamenco. Una noche coincidimos, en la sincronicidad del Oliver, Paco Rabal, Caballero Bonald, Enrique Morente, mi amigo el doctor Manrique y yo. Estaba con nosotros una señorita muy bella, arquitecta, que al final de la noche nos invitó a todos a tomar las últimas copas en su casa, en una colonia paralela a la avenida Juan XXIII. En un momento determinado de la juerga, mi amigo el médico pidió una guitarra para animar la guerra. No había guitarra, pero la dueña de casa se ausentó unos minutos y fue a pedirle a su vecino Fernando Higueras, también arquitecto (y de los buenos), una guitarra que resultó estar desnivelada y llena de desafines. Como fuera, el doctor Manrique pudo ponerla en marcha y lo primero que hizo fue atacar una chacarera. De repente, Paco Rabal, le puso su manaza izquierda con los cinco deseos abiertos sobre las cuerdas de la guitarra al doctor Manrique y le gritó: "¡Argentinos, no!". La guitarra pasó entonces a Morente que cantó y tocó dos piezas de las suyas que sonaron a música de los cielos.
Ese domingo pasado quedé impresionado una vez más por la versión que Morente había cantado de la balada de Cohen y durante todo el día me pasé escuchando la voz y la música de estos dos geniales poetas y cantantes de poetas. No sólo fue muy agradable, sino intelectualmente muy gratificante, recuperar esos momentos de recuerdos y cercanías de un pasado que se aleja a toda velocidad de nosotros y queda ahí, colgado de la música y del tiempo.