Un corazón verde en una isla
Tengo desde hace mucho tiempo un creciente idilio con la Isla de La Palma, en Canarias. Siempre he sentido que ahí está el corazón verde de las islas, todas distintas entre sí, aunque La Palma sea distinta a todas y cada una. Por ahí entraron, en su momento, la Ilustración, la masonería y las ideas progresistas en España. La Palma fue, durante más de cuatro siglos, el último puerto europeo, de esta parte del Atlántico, y el último puerto de América al llegar a Europa. No sin razón dice Malinowsky, en el prólogo a Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz (prólogo fechado en Yale en 1942), que fue en La Palma donde conoció Cuba por primera vez, porque los palmeros que cruzaban el Atlántico, de un lado y de otro, cuando iban isleños palmeros y cuando regresaban, con sus guayaberas blancas y su nuevo caminar bamboleante, eran cubanos que no habían dejado de ser palmeros. Davidoff cuenta que en su tienda de tabacos en Ginebra recibió un día a dos clientes que le pidieron probar (o catar, como quieran) algunos de los tabacos que el industrial tuviera en su tienda en ese momento). Probaron cuatro o cinco habanos y no dudaron de la procedencia, la cosecha, la liga y todos los elementos que identificaban a cada puro. ¿Son ustedes cubanos?, preguntó Davidoff admirado. "No, señor Davidoff, somos palmeros”, contestaron los clientes, dos tabaqueros palmeros de extraordinario conocimiento. Cabrera Infante, en su Holy Smoke afirma que fueron agricultores palmeros los primeros que se dieron cuenta en Cuba que el tabaco tenía inmensas posibilidades industriales. Cabrera estuvo aquí, buscando las sincronicidades y concomitancias entre palmeros y cubanos. Y encontró aquí también su euforia intelectual, curiosa y verbal.
Una vez invitaron a Roberto Calasso a ver una isla canaria y el aristócrata escritor italiano escogió Tenerife. "Quiero ver los bosques de laurisilva de Anaga", pidió el italiano. Pero quiero que sepan que los bosques de laurisilva de La Palma, conforme se asciende por la carretera a Roque de los Muchachos para ver, del otro lado de la isla, la Caldera de Taburiente, son un milagro de la naturaleza que a Calasso le hubiera encantado conocer. En este viaje, he gozado de la embriaguez que provoca estar en medio de ese bosque mientras la carretera sube hacia el infinito... Arriba, pegado al cielo, está el Observatorio del Instituto Astrofísico de Canarias, pero esa es otra historia que les contaré la semana que viene, porque merece un canto reflexivo fuera de lugar.
Hubo un momento en el que en esta Isla de La Palma había 17 periódicos a disposición de los curiosos lectores isleños. ¡17! Y podemos decir que el más antiguo de Canarias, el Diario de Avisos, hoy en Tenerife, nació aquí, en esta isla con la que mantengo un idilio personal, creciente, pasional y sensual desde hace mucho tiempo. Cierto: es el corazón verde de Canarias e induce constantemente a reflexión. La simple observación de su naturaleza es única en el mundo: el mar y el volcán se besan en espumas que los vientos y las mareas hacen germinar con una elegancia matemática y armónica. La vegetación de La Palma quiere subir hasta el cielo como un parque natural que vuela a encontrarse con ese infinito que escudriñan los telescopios del Observatorio.
Encima, en este viaje, tuve la suerte de poder asistir a la inauguración del Ciclo de Música Jerónimo Saavedra Acevedo, un Festival de Música grandioso, que todos los años tiene lugar en estas fechas. Fui privilegiado por Jorge Perdigón, un tipo excepcional, como espectador de lujo en el Circo de Marte de esa estrella asombrosa que es, sin duda, la pianista portuguesa María João Pires. Digo asombrosa y me quedo en primaria. Tocó la artista junto a uno de sus alumnos predilectos, Julien Brocal, pianista nacido en Arlés en 1987. Una delicia. Y la vida sigue: el Festival está en pleno auge, confirmado por la isla y por el mundo y es hoy uno de los elementos más atractivos de La Palma en estas fechas.
¿Qué decir de mí idilio con La Palma? Sucede que no se apaga, sino todo lo contrario: aumenta con los años. El corazón verde canario crece y crece en los afectos más profundos de mi alma. Empezó cuando visité por primera vez la Isla, hace ya más de medio siglo, y sigue y aumenta cada vez que la visito. Algunos amigos palmeros, como Manuel Concepción, un verdadero amigo, como los escritores Nicolás Melini, Anelio Rodríguez Concepción y Elsa López, me hacen una recomendación: "Vuelve cada vez que quieras, pero no vengas muy seguido porque aquí se quema cualquiera". Sea. Lo haré. Volveré para enamorarme otra vez de La Palma, más y mucho más: para rejuvenecerme y sentirme en uno de los centros del mundo más bellos del universo.