Belén Uriel, melancólica armería
La artista reproduce las formas de los objetos con mucha exactitud pero los transmuta, en sentido casi alquímico
10 noviembre, 2021 02:51Entre los siglos XV y XVII se extendió por Europa el “delirio de cristal”, que hacía pensar a quienes caían en él que sus cuerpos eran de vidrio y se romperían al menor golpe o se fundirían al calor. El rey Carlos VI de Francia lo padeció, al igual que el humanista holandés Caspar Barlaeus, y son numerosos los médicos que lo describen en tratados o informes. Entre ellos, Ponce de León, en Valladolid, a quien pudo conocer Cervantes antes de escribir El licenciado Vidriera, novela ejemplar protagonizada por uno de esos seres quebradizos. Tal paranoia se inscribe en un momento en que seguía vigente la teoría, más mágica que científica, de los cuatro humores: uno de ellos, la bilis negra (melas kholi) producía el mal de los nacidos bajo el signo de Saturno, que el erudito Robert Burton, en su Anatomía de la Melancolía, asociaba al delirio de cristal.
Uriel reproduce las formas de los objetos con mucha exactitud pero los transmuta, casi con alquimia
Aún en el siglo XVIII, los médicos defendían que la melancolía –frecuente en artistas, filósofos y poetas– era resultado de un exceso de actividad intelectual y un defecto de actividad física, por lo que recomendaban el ejercicio al aire libre. Algo que se ha convertido hoy en un hábito social, espoleado por la industria de los accesorios deportivos. A Belén Uriel (Madrid, 1974) le interesan los mecanismos mediante los cuales los objetos cotidianos y el diseño arquitectónico determinan las formas de pensamiento y ha fijado en los últimos tiempos su atención en el equipamiento que usamos, en condición de urbanitas, para protegernos en nuestras incursiones en el medio natural. Reproduce las formas de tales objetos con mucha exactitud pero los transmuta, en sentido casi alquímico. La producción en serie industrial es sustituida por un laborioso trabajo artesanal que pasa por el modelado en cera y la materialización de ese fantasma que contiene molde. En vidrio.
A fuego, genera piezas que, mientras que por su diseño están destinadas a proteger diversas partes del cuerpo –cascos, muñequeras, espinilleras, rodilleras– manifiestan por su sustancia la radical vulnerabilidad, física y psicológica, del humano alienado de su medio natural. Se trata de un cuerpo fragmentado –característica recurrente en la escultura contemporánea–, de un cuerpo ausente. Estas protecciones vítreas incorporan la huella de un cuerpo, el de la artista, pero delimitan un hueco. Nos hacen pensar en las armaduras expuestas en museos y castillos, sucedáneos de los cuerpos que abrazaron; pero estas nuevas corazas no son ya imagen del poder sino de la debilidad. El melancólico ensayo de afirmación de un aterrorizado hombre de vidrio.
Los dispositivos metálicos de los que estos objetos transmutados cuelgan forman parte de las obras. Nos remiten a los expositores de las tiendas de deportes pero también a la acumulación/repetición de los exvotos eclesiales o a un macabro descuartizamiento en la escena cinematográfica del crimen. Pero el hecho de que hayan sido teñidos de verde –frente a las tonalidades rosáceas o anaranjadas en la anterior exposición de Belén Uriel en Madrid, en el CA2M, con connotaciones cárnicas– y las alusiones a la entomología y la botánica que se perciben, trasladan la trama a un paraíso natural en el que el ideal de la transparencia –como utopía social, empresarial, política– se demuestra falaz. El vidrio verde, matificado y rugoso, complementado con algunas piezas en bélico bronce, aparece contaminado por la bilis negra de la melancolía…