Image: Juan Ugalde, un nuevo perfume

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Exposiciones

Juan Ugalde, un nuevo perfume

Mundos flotantes en tiempos del iPhone 5S

28 noviembre, 2014 01:00

Vista de la instalación

Galería Moisés Pérez de Albéniz. Doctor Fourquet, 20. Madrid. Hasta el 17 de enero. De 2.000 a 23.000 euros.

Es privilegio de los artistas grandes poder embarcarse en viajes de ida y vuelta por su propia obra para extraer de las ideas y fórmulas que emplearon en el pasado pensamientos nuevos, correspondientes a su tiempo actual. Puertas que dan a objetivos impensables años atrás.

Tal es el caso de Juan Ugalde (Bilbao, 1958), que adquirió celebridad con sus potentes y comprometidas series de pinturas realizadas sobre soporte fotográfico (en ocasiones directamente sobre ampliaciones en blanco y negro de papel pegado a la tela, en otras sobre la imagen impresa con la misma gama en el lienzo) que caracterizaron su obra desde 1992. Con ella ha vivido momentos importantes, como su primera exposición en Fúcares, Desde Santurce a Albacete, en 1997, el debut en Soledad Lorenzo en el 2000, absolutamente contundente con la muestra Del bloque a la chabola o la retrospectiva comisariada por Virginia Torrente en el Patio Herreriano de Valladolid, en 2003, titulada Parques naturales.

Pocos años después, en 2007, Ugalde abandonó el soporte fotográfico y su identificable blanco y negro para reemprender su trato directo con la pintura y el color, por más que en una aventura y otra mantuviese como rasgo diferencial la técnica collage. Ese diálogo lo vimos en un Viaje a lo desconocido, como tituló su individual en la Sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid en 2008, donde contrastaba sus obras de esos años con su bravía producción de los años 80, y sobre el que sostenía que actualmente La cosa es muy otra, afirmación que encabezaba su muestra de 2010 en Soledad Lorenzo.

Vista de la exposición con uno de sus vídeos

Ahora, en la primera de sus exposiciones con Moisés Pérez de Albéniz, regresa al soporte fotográfico en blanco y negro e incluso a cierta imaginería que, si no abandonó del todo al trabajar sólo con pintura, sí que se había transformado, aún manteniendo el ácido sabor que en él ha sido permanente y constante, más en apunte o guiño cómplices que en afirmación rotunda. En su nuevo uso de la fotografía hay no sólo más sabiduría, y no hablo sólo de técnica, sino también una mayor y más sólida correspondencia entre la turbia ensoñación de la imagen y la sintomatología social que pone en evidencia. Si antiguamente se sirvió de imágenes de su tío abuelo Alfonso Ugalde o de fotógrafos de calle y conciencia como Luis Baylón y otras tomadas por él mismo, en las nuevas obras utiliza sólo fotos de su propia factura, que incluyen la superposición de negativos.

En el empleo de técnicas mixtas destaca especialmente la importancia concedida a los textos serigrafiados sobre las imágenes, que en conjunto componen un discurso descreído y acusador del medio líquido, casi desmemoriado y fanático de su propia actualidad en el que se desenvuelve la atropellada vida moderna y que, en la precariedad misma de lo que las imágenes simbólicas recogen, nos habla también de una crisis más profunda, hiriente y letal que el espantajo vacío de la economía política.

Juan Ugalde no sólo pinta mejor de lo que lo ha hecho nunca, con una suma de matices y delicadezas sorprendentes que multiplican la fuerza iconográfica de lo que reproduce y alcanza a dar su máxima intensidad a la más pequeña de sus insinuaciones, sino que, además, se arriesga con un montaje excelente, desde los peces en su acuario de la fachada, a "enterrar" sus propias piezas en una trama y maraña de líneas al carboncillo hechas sobre todas las paredes de la galería, que parecen sofocar tanto la voluntad y el sentido políticos del artista tal como la lluvia borra las palabras escritas por Marcel Broodthaers en una filmación histórica que Ugalde emula y parodia castizamente (¡que café con porra!) en el vídeo Flotación. Tan humilde como gigantesco.