Cristina García Rodero, salvados de la muerte
Transtempo
2 septiembre, 2011 02:00El ofertorio, Amil , 1979
Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) es posiblemente la fotógrafa española más conocida dentro y fuera de nuestras fronteras, tanto porque su obra nos acompaña desde hace ya cuatro décadas sin que haya perdido nunca fascinación e intensidad, como por hechos más prosaicos, como ser el único español miembro de pleno derecho de la Agencia Magnum y haber sido múltiples veces laureada internacionalmente con, por ejemplo, tres World Press Photo o el prestigioso W. Eugène Smith Award. Todo gracias a un trabajo que se ha interesado permanentemente por los ritos religiosos y paganos de diferentes sociedades contemporáneas.Las primeras fotografías que le dieron fama, y a la vez marcaron su futura trayectoria, fueron las realizadas entre los años setenta y ochenta, que reunió en el libro España oculta, publicado en 1989, el mismo año de la concesión del premio Eugène Smith, y en el que los reportajes realizados en Galicia ocupaban lugar principal. A finales del año pasado, con motivo del Xacobeo, se inauguraba en el CGAC, comisariada por su director Miguel Von Hafe y María José Villaluenga, Transtempo, una numerosa selección de los inacabables archivos de imágenes realizados por García Rodero desde aquellos orígenes hasta finales de los noventa y, más recientemente, ese mismo año de 2010, en algunos de los incendios forestales que arrasaron tierras como las de Cangas. Un conjunto que ahora alberga la sala Picasso del Círculo de Bellas Artes, en la que ha sido y es una de las muestras más visitadas de la capital este estío.
Cerca de 200 tomas y un audiovisual componen la exposición en la que dificultosamente se reconocen los cambios cronológicos, tan sutiles en las transformaciones sociales pese al tiempo transcurrido, como en el desarrollo fotográfico de la autora. Más que decir que no ha evolucionado en el transcurso de los años, que es una absoluta falsedad, es que desde un principio trazó un marco visual y un campo de representación tan potentes y reveladores, que sus sucesivas mutaciones se han debido más a los cambios de referente que al progreso personal o tecnológico.
Sus fotografías de un riguroso y casi escultórico blanco y negro recogen, fundamentalmente, romerías religiosas populares -de tradiciones tan atávicas como extrañas-, bodas y otras celebraciones, carnavales desaforados y embriagadores, cuando no fiestas civiles con un toque de violencia y desgarro físico. Son, también, un despliegue curioso, atento, a veces piadoso, de seres humanos convertidos en personajes de su propio ser individual y colectivo, de los que en la mayoría de las ocasiones se desprende una chirriante incomodidad, como si lo estrambótico de sus costumbres, la cerrazón de sus creencias o la bárbara orgía de sus festejos nos fuesen por un lado ajenas y, por otro, estuviesen profundamente infiltradas en el ser social que nos constituye como pueblo. Son imágenes que recuperan un pasado perdido pero también, como dice Von Hafe, retratan un presente que vibra al unísono en la mirada del espectador y la fotógrafa.
"La fotografía es salvar de la muerte momentos importantes para esas personas y para mí", explicaba García Rodero en una entrevista, "busco parar el tiempo, salvar ese instante de la muerte y poder compartirlo".