En el gabinete de Dis Berlín
Laboratorio de Misterios
16 diciembre, 2004 01:00Otro tiempo, Otro lugar, 2004
Siguen bien abiertas y dando mucho juego las dos líneas de investigación establecidas por la modernidad: la exploración de la forma y la exploración de lo irracional o fantástico. Dentro de esta segunda vía -de raíz romántica y simbolista- orientada a la expresión personal de lo excéntrico, heterodoxo o místico, Dis Berlin (Ciria, Soria, 1959) ocupa una posición destacada, pues fue el primer artista entre nosotros que intuyó la importancia de volver sobre los criterios, el orden y el amor al oficio que proclamaron los pintores metafísicos italianos -encabezados por De Chirico-, para indagar no sólo en el lenguaje sino, sobre todo, en las intuiciones y razones del hombre y de la cultura. Cuenta en su haber Dis Berlin con haber organizado nuestras primeras colectivas de tendencia neometafísica, las tituladas El retorno del hijo pródigo (en la galería Buades en 1991 y en Columela un año después), y la muestra "histórica" del grupo, la itinerante Muelle de Levante, inaugurada en 1994 en el Club Diario Levante, de Valencia.Con sólo entrar en esta exposición de su obra más reciente, se percibe la vigencia de ese espíritu "metafísico" en Dis Berlin, espíritu que, como explicaba De Chirico, viene a consistir en situarse más allá de los límites impuestos, "viviendo en el mundo como en un inmenso museo de la extrañeza, lleno de juguetes curiosos, de colores chocantes, que cambian de aspecto y que a veces nosotros abrimos para ver cómo están hechos interiormente, y percibimos, frustrados, que están vacíos". Así, a través de estas pinturas el espectador comprueba que lo que realmente busca Dis Berlin no es otra cosa que una aproximación al mismo tiempo artística, "científica" e imaginaria al universo de la experimentación. El pintor trata de manifestar cómo el mundo animado e inanimado tiene un alma, un valor fantasmal que nace de la cosa misma, por vacía que parezca. Y es esa poesía interna, hecha de silencio, la que se fragua en este laboratorio pictórico en el que se representan misteriosos experimentos de física y de química, artilugios mecánicos, imágenes cabalísticas, mundos y ritos exotéricos, a través de objetos que adoptan composiciones de bodegón, unas veces dispuestos en cerrados y espejeantes espacios interiores (Pesadilla), otras veces ordenados ante fondos de paisaje maravillosos (El espíritu de Saint-Michel, Marea alta en Wonderland) o en escenarios cósmicos (El hacedor de mundos).
Todo ello dicho en un lenguaje claro, de dibujo preciso y estructura sólida, expresando la capacidad de penetración y sorpresa de la mirada del pintor, su ironía y la poética peculiar de sus soluciones imaginarias, sabiendo, a la vez, poner de relieve la masa y el valor plástico de esos objetos mediante una línea variada, que crea efectos indescriptibles de densidad de materia, variación de color y luminiscencia subyacente con recursos tan mágicos como el empleo de purpurinas. Un gozo pictórico auténtico, enriquecido de literatura y de enigma, que hace real y comprensible lo improbable, lo fantástico.