Galería Anexo. Pontevedra. Charino, 10. Hasta el 2 de abril. De 75.000 a 400.000 pesetas
Podríamos establecer que la obra de Ignacio Caballo (Guardo, Palencia, 1965) demanda una reconstrucción; esto es debido a su apariencia despejada, mínima, ya que con el vaciado de algo florece el espacio para su historia, el recuerdo, distintos sentimientos y sensaciones, como cuando Rachel Whiteread vacía una biblioteca destruida para rememorar el pasado. Caballo desnuda de materia sus trabajos -transparencias pintadas a la manera de unos paños mojados-, distanciándose así de algunos de sus presupuestos anteriores, para coquetear con lo inmaterial y renunciar al color trazando leves gestos que dibujan figuras sobre insinuadas arquitecturas. Distintas tonalidades, producto de lo inacabado, provocan la pérdida de lo sólido y las sombras se convierten en protagonistas. Así, en muchos casos, la ausencia de los cuerpos de los objetos se torna presencia gracias a su proyección, premisa que convierte a la sombra en objetivo concurrido por las artes plásticas, preocupadas por su presentación oponiéndose a los que frecuentan argumentos literarios más pendientes de narrar su pérdida. La sombra, por tanto, afirma la presencia de la figura, siempre sobre una masa de color prieto, como si siguiera la tradicional estética japonesa que concluye que la belleza pierde toda su existencia si se omiten los efectos de la sombra.