Charris, ¿Soso?
Calle Mayor, 2000. Óleo sobre lienzo, 130 x 130
ángel Mateo Charris (Cartagena, 1962), al que se dedicó el año pasado una gran exposición en el IVAM, que vino después, ya en el 2000, a Madrid, al Centro Cultural Conde Duque, es de esos pintores, pocos, que venden todo lo que exponen antes de la inauguración. Ha tenido paladines de renombre, ha ganado el premio Bancaixa y se le concedió una de las becas de la Fundación Endesa. Pero todo esto no basta para explicar su éxito, que radica en un buen hacer pictórico y, sobre todo, quizá, en una voluntaria filiación con la quietud y la trascendencia de Hopper combinada con un gusto por la sorpresa y los acertijos visuales.Esta pequeña exposición, titulada El pabellón quemado, que presenta en la sede madrileña de su galería habitual, Charris rinde homenaje a su ciudad natal. El texto que publica en el catálogo es un cuento en el que un capitán, Manuel, concibe el estrafalario proyecto de construir un pabellón de la República de Cartagena en la Exposición Universal de Hannover. Los cuadros que expone, de pequeño y mediano formato, no son una ilustración de esa historia, pero sí se centran más de lo habitual en el retrato afectuoso de un ambiente urbano y marinero, sin que falten las habituales referencias puntuales y más o menos discretas (y bien integradas en las imágenes) a la historia del arte, a los medios de comunicación, a los juguetes infantiles o al cómic.
En determinado momento, leemos en el texto: "No podíamos competir con otras naciones en tecnología, ciencia, arte o historia, ni en panoramas pintorescos ni en gastronomía, pero podíamos hacerlo en prestidigitación, en una cierta sensibilidad, la de ver donde los demás no ven, la de lo cotidiano y lo gastado, lo pequeño: lo soso". La frase parece todo un manifiesto. Charris considera meritorio encontrar "emoción" en todas esas nimiedades, inaugurando una "metafísica de lo soso".
¿Soso? Es cierto que en esta exposición, el pintor se muestra menos chispeante que en otros momentos y que lo más rompedor de este conjunto de obras no son los cuadros propiamente dichos, sino las cámaras turísticas de plástico con fragmentos de diapositivas, que realizó hace más de diez años, y un puzzle con una imagen desdibujada poco común en su estilo. Pero la suya no es una pintura sosa, a pesar de que sus "chistes" no tengan en ocasiones gran trascendencia (cosa que probablemente él no pretenda).
A Charris le ha perjudicado tal vez el excesivo entusiasmo de algunos, que ha creado reticencias en otros. Es un pintor respetable con un lenguaje definido, lo que no es poco.