Exposiciones

Picasso

La carne de la pintura

7 noviembre, 1999 01:00

Museo Picasso. Moncada, 15-23. Hasta el 30de enero

¿Por qué una exposición sobre el paisaje cuando este género era algo secundario para Picasso? En esta exposición -como en la línea general que desarrolla desde siempre el Museo Picasso de Barcelona- existe la ambición de redescubrir a Picasso, de experimentar nuevas miradas sobre el artista. Picasso no se agota en el invento del cubismo. Pero claro, Picasso después del cubismo aparece como un laberinto, un caudal creativo que escapa al análisis y a la definición. El mérito de la exposición está en recrear un itinerario relacionado vagamente con el paisaje (la ventana, el taller, etcétera) para reflexionar y aproximarnos a este misterio que sigue siendo el artista, para llegar al Picasso más desconocido.

Hay un hilillo de Ariadna, entre muchos otros, que nos puede ayudar a cruzar esta multitud de paisajes: la sensualidad de Picasso. Un tema sobre el que se ha escrito mucho, pero que tal vez el paisaje nos haga observar de una manera diferente. Valeriano Bozal alude en un texto del catálogo a que el artista hace del cuerpo un paisaje. ¡Cierto! Picasso comparte en algún punto una tradición, ejemplo de la cual es "La Pastoral" del pintor Joaquim Sunyer. Y este cuadro, que plasma un desnudo femenino en medio de un paisaje, viene al caso porque fue descrito por el poeta Joan Maragall como una suerte de sintonía o unión entre el cuerpo y el paisaje; el poeta dirá a propósito: "La mujer es (...) la carne del paisaje (...). La mujer y el paisaje son grados de una misma cosa". La carne de la pintura, diríamos nosotros a propósito de Picasso. Más todavía, en la exposición se presenta un pequeño cuadro, "Paisaje con torre" (1924), que plasma el sol en una clara alusión al sexo femenino y una torre al sexo masculino; manifestación naïf pero extremadamente didáctica de esta impregnación de lo corporal en el paisaje y viceversa.

Pero este paisaje abierto al horizonte terminará en algún caso por cerrarse, por transformarse en un microclima o paisaje íntimo. De ahí el título de la exposición: "Paisajes interiores-paisajes exteriores", denominación, la del paisaje interior, que parece proceder del mismo Picasso. Uno de estos espacios interiores es el del taller y más concretamente el espacio y la relación del artista y su modelo, entre el deseo, el voyeurismo y el erotismo. Un tema muy recurrente en Picasso y además de una larga tradición. Otro pintor, Delacroix, en su diario, anotaba sus relaciones sexuales -casi siempre con modelos- que denominaba en italiano "chiavata" o "chiavatura". En ocasiones uno no sabe si los honorarios de la sesión, que también apuntaba con sumo cuidado, corresponden a la sesión propiamente artística o a la expansión amorosa; no queda claro, pero no es arriesgado imaginar que lo uno y lo otro se confunden. Y éste es el punto donde queríamos llegar; la relación del artista y su modelo, tal como lo hemos contado, es la metáfora de que la pintura y el erotismo se entrecruzan. Para Picasso el pintar es un hacer el amor o un acto de amor. De ahí la extrema sensualidad de su obra: Picasso o la carne de la pintura.
Pero hay que ir con cuidado, porque Picasso puede ser también terrible y trágico. Entretenidos en análisis formales, pocos se han percatado de que las "Las señoritas de Aviñón", por citar una de sus obras más conocidas, es la expresión de un "paisaje interior" desolado, una pintura que es un grito de dolor. En esta pieza se transforman e invierten los términos; si el género de la pastoral era expresión de felicidad y de sintonía con la naturaleza, Picasso introduce deformación y violencia; trasforma la pastoral en un burdel urbano en el sentido más negativo que este puede poseer, como si sometiera la pastoral a un espejo deformante. Y es que la sensualidad y la muerte son un mismo gesto, como al paso un pie sigue al otro.