Galería Utopía Parkway. Madrid. Augusto Figueroa, 5. Hasta el 27 de marzo.
Pocas veces se tiene la ocasión de conocer a una artista paleolítica. Autora de creaciones que cuesta saber si tienen como misión alojar hechizos o son meros juguetes para niños que hoy nos parecerían monstruos. Creadora de artefactos cuya fuerza de signo ignorado resulta, sin embargo, palpable, puede hacer vibrar resortes que hace tiempo habíamos olvidado. Esta es una visión posible de las obras de Yolanda Tabanera (Madrid, 1963), que remite a la infancia del arte y, por tanto, a la de la humanidad. En ese viaje al origen la artista acompaña a cuantos en este siglo han olvidado todo lo aprendido en aras de una expresividad libre de condicionamientos, desde Dubuffet a Zush. No se trata, por tanto, de la búsqueda del primitivismo clásico que tanto fascinó a las vanguardias. Tabanera va mucho más atrás. Hurga en los estratos más hondos de la conciencia, allí donde el bien y el mal aún no han sido separados. La pobreza de los materiales es pareja a la potencia de las obras. Vientres de pergamino que dan a luz bulbos de arcilla, fauces golosas de cáñamo. Galería de seres a punto de ser humanos, a falta de un soplo de espíritu, de un cerebro limpio de raíces.