Hamilton Finlay, cruce de caminos
La exposición, como su autor, es difícil de clasificar, ya que escapa a las tipologías y definiciones al uso, por lo que pronto el visitante aprecia un vivo contraste entre la transparente racionalidad mediterránea del edificio de J.L. Sert y la puesta en escena diseñada a distancia por Ian Hamilton Finlay. Desde su residencia escocesa y con la ayuda de sus colaboradores, el artista ha programado la disposición de 111 obras, muchas de ellas pensadas especialmente para el montaje de Barcelona: 52 trabajos sobre piedra o pizarra, 9 aluminios y bronces, 2 neones, 24 piezas trabajadas sobre madera, 15 pinturas y 9 técnicas mixtas, a partir de textiles, vidrios o cerámicas. Una presencia tan plural como los oficios y los talentos de alguien que se define como "facedor" de poemas, un "makar", empleando un viejo término escocés, cercano en su significado al vocablo griego "poein", es decir, quien crea intelectualmente y hace materialmente productos poéticos. Finlay, en su vida, en su obra y en sus manifestaciones, se desdobla en poeta, filósofo, artesano, escultor, pintor, paisajista, creador de grandes instalaciones, dentro de una actitud transcultural muy propia de los años sesenta que aún hoy, a sus 74 años, sigue practicando con la misma convicción, con el mismo entusiasmo y con la misma voluntad de ruptura, más de los lenguajes artísticos y sus convenciones, que de los códigos sociales. Aunque la puesta en escena de todo este material en el edificio de la Fundación Joan Miró nos parece algo errática, con tendencia a la dispersión, hay que descubrir el interés de las propuestas de este artista polivalente en los detalles, en las referencias culturales, en los entresijos del idioma y en las citas eruditas. Para cada idea Finlay elige un soporte, unos materiales y una configuración variados, que incluyen tanto el bloque de piedra esculpido, la plancha metálica repujada, las piezas de cerámica esparcidas por el suelo, los soportes textiles bordados, los neones caligráficos o las grandes tipografías transferidas en las paredes.
El primer encuentro con la obra de Finlay es una señalización de caminos bifurcados que el visitante debe elegir: a la derecha, Sparta, a la izquierda, Arcadia; y es precisamente entre esta división espartana y arcádica, donde deambula la poética finlayana. El visitante puede optar por dos vías, la de seguir literalmente la exposición a través del cuaderno de notas o guía de bitácora que en catalán, castellano e inglés ofrece la fundación o ir por libre y tratar de descubrir lo explícito y lo implícito de cada obra, operación nada fácil ya que las referencias tanto pueden aludir a la antigöedad griega, las obras de Ovidio y Virgilio, la arquitectura neoclásica, el mar y el mundo de la navegación, la revolución francesa o Saint Just, Robespierre, Goethe o los eslógans de McLuhan. Todo cabe en este juego constante de sutilezas, ironías, críticas, sugerencias e ideas con el que trabaja Finlay, cuyo emplazamiento más adecuado no sea probablemente en los modernos museos de arte contemporáneo, sino en los viejos palacios, en los entornos románticos, en el medio natural o, casi mejor, en su Little Sparta, su residencia-jardín-taller, una suerte de "work in progress", que el artista viene realizando desde 1967, que Escocia considera un parque nacional y que incluso el Scottish Arts Council está estudiando conservar para la posteridad.
Quienes no puedan viajar a los montes de Pentland y conocer "in situ" el mundo de Finlay, tendrán la oportunidad de visitar en el Palacio de la Virreina, entre el 18 de marzo y el 11 de abril, una selección de fotografías de Robin Gillanders sobre este enclave de nuestro planeta que Finlay ha transformado en un punto de encuentro entre lo natural y lo artificial, entre la inteligencia y la sensibilidad, entre lo arcádico y lo espartano. Una propuesta interesante, aunque más coherente hubiera sido presentar ambas muestras juntas, lo que sin duda hubiera facilitado una mejor comprensión del mundo de Finlay, de cuyo paso por Barcelona nos quedará una obra que el Ayuntamiento le ha encargado para el parque de la Montanya Pelada, junto al Parc Göell, que estará lista la próxima primavera y que en 11 bloques de piedra recogerá la rotunda y conocida frase de Saint Just: "El orden del presente es el desorden del futuro".