Clavé
Nada es lo que parece
21 febrero, 1999 01:00Hace casi exactamente sesenta años, en los últimos días de enero de 1939, Antoni Clavé cruzó la frontera de Francia con otros vencidos, compañeros de armas del Ejército de la República. Así comenzaba para él el exilio, con sus duras pruebas: el campo de internamiento, la guerra mundial, el abrirse camino en el París ocupado, el largo proceso de echar raíces. Hoy Clavé es uno de los pintores españoles más apreciados fuera de España, pero todavía no lo bastante conocido entre nosotros. En Madrid, la primera antológica se celebró muy tarde, en 1980, en las salas de la Biblioteca Nacional.
La exposición actual en el Centro Conde Duque reanuda el hilo de aquella antológica y reúne casi cincuenta obras de la última etapa del artista, desde 1980 hasta hoy (aunque se incluyen también dos piezas de 1960 y una de 1975). La exposición no responde a una mirada histórica; es la manifestación de un pintor vivo que a sus ochenta y cinco años sigue trabajando con la misma energía visible. La obra reciente se basa en la poética del collage que Clavé descubrió tempranamente, antes de la guerra civil, y que luego desarrollaría a partir de los cincuenta. Es el collage tratado con un espíritu profundamente pictórico y llevado a escala monumental.
Lo que destaca ante todo en la obra de los años ochenta es un renovado sentimiento del color: el rojo intenso y el azul, aplicados con gesto vigoroso, en trazos de spray, brochazos, chorreados, sobre un fondo negro o blanco. A menudo aparecen vestigios de figuras humanoides. En el "Homme à la lampe" de la serie "à Don Pablo" (1984-85) dedicada a Picasso, asoma una forma dibujada del "Guernica": la mano que sostiene la lámpara. En otros cuadros resurgen aquellos personajes grotescos, emparentados con los de Dubuffet, que en los años cincuenta poblaron la pintura de Clavé: maniquíes, personajes medievales, reyes y reinas, guerreros. Así, por ejemplo, las marionetas de la serie "Tableau jouet" (1988-89), o las máscaras de la serie "Divertimento" (1992-93). Otras veces se trata de imágenes fotográficas readymade, como las de la serie "Vu à New York" (1989), anuncios de automóviles y chicas (esa joven Claudia Schiffer en "Corvette", de 1989) cubiertos por la caligrafía del spray; son piezas que pueden recordar a Rauschenberg, pero con expresión más desgarrada. En fin, Clavé es también escultor y explora las posibilidades táctiles del collage. Papel arrugado, cartón y tela, cuerdas, madera, alambre, planchas metálicas: todo produce una "crepitación" de la superficie pictórica, una vibración que sentimos en las yemas de los dedos, como un "braille" indescifrable. El pintor ha dicho que sus obras no son premeditadas, que simplemente van surgiendo en el proceso de trabajo. Dice que a veces no elige los materiales, sino que ellos caen en sus manos "por pura casualidad". Esta exaltación del encuentro fortuito, del azar, parece esencialmente moderna: forma parte de la poética dadá, surrealista, de la abstracción expresionista, del neodadaísmo... En realidad, todo viene de mucho antes: cuando Bernini diseñó el Baldaquino de San Pedro con sus cuatro columnas salomónicas, todo el mundo pensó que la clave de aquella obra se cifraba en unas proporciones secretas; pero Bernini, sorprendiendo a todos, declaró que debía la solución a la inspiración casual.
Sin embargo, no hay que tomar al pie de la letra esa exaltación del azar. Vistas desde lejos o en fotografía, las obras recientes de Clavé pueden verse como una simple yuxtaposición de materiales encontrados. Y no lo son. Casi nada es lo que parece: el espectador pronto descubre que muchos de los grandes papeles arrugados que dominan sus collages no son papeles arrugados, sino una eficaz imitación ilusionista. Esta mezcla de cosas reales con sus simulacros, del "assemblage" con el "trompe l’oeil", es, otra vez, algo muy barroco. Por lo demás, en los rígidos pliegues pintados de estos papeles y telas hay algo trágico, quizá una resonancia de la Sábana Santa o el paño de la Verónica, y parecen como dispuestos a recoger la huella de una presencia humana. Después de salir del Conde Duque, en una calle de otro barrio de Madrid, he visto un anuncio de esta exposición, que reproduce uno de los fingidos papeles arrugados. Sobre ese cartel alguien había pintado con spray dos graffiti en amarillo y negro que no le iban mal; como si la vida y el azar le devolvieran el homenaje que él les ha rendido tantas veces.