Empática, sintética y global: la arquitectura versicolor de SelgasCano
Un prestigioso premio reconoce la trayectoria internacional de los arquitectos Lucía Cano y José Selgas, con hitos en Inglaterra, Francia, Portugal, Bélgica, Kenia o China.
6 junio, 2024 02:29Como tantos de sus compañeros de generación, Lucía Cano y José Selgas (Madrid, 1965) dieron sus primeros pasos en los concursos públicos de la España de fin de siglo. Sin embargo, no canalizaron el amplio reconocimiento de esos trabajos –sofisticados auditorios en Badajoz (2006), Cartagena (2011) y Plasencia (2017)– en reforzar el negocio o labrarse una canonjía académica, sino en incentivar su idiosincrasia. Se trató de una decisión inteligente. En 2008, cuando la economía echó el freno, su arquitectura versicolor y sintética fue capaz de articular un oxímoron: proyectarse al mundo sin abandonar sus raíces.
Atrincherados en su estudio de La Florida (Madrid), un vagón traslúcido entre árboles a pocos metros de su vivienda, Selgas y Cano han construido en Inglaterra, Portugal, Francia, Bélgica, Kenia, China y Estados Unidos, donde acaban de recoger –junto a Beatriz Colomina, otra española global– el Arnold W. Brunner Memorial Prize, medalla en la que les preceden arquitectos como Eduardo Souto de Moura o Carme Pinòs.
Curiosamente, entre obras tan fulgurantes como el pabellón para la londinense Serpentine Gallery (2015) –última vez que hablaron con El Cultural–, destacan un hito inesperado: “Justo al mismo tiempo, proyectamos un pabellón para el Museo de Louisiana, en Copenhague. Les propusimos una estructura que pudiese reutilizarse para una escuela en Kibera (Nairobi), la mayor aglomeración de chabolas de África”.
[David Chipperfield: "La arquitectura debe ganarse la confianza de la gente"]
Conocieron el lugar a través de Iwan Baan, su fotógrafo de cabecera, e insisten en la continuidad que supone con su trabajo: “Siempre hacemos lo imprescindible, y allí, más aún. Lo esencial era realizar un colector, después, cubrir el espacio para las clases –aunque la temperatura es estable, llueve mucho– y levantar un pequeño graderío que sirviese de aula”.
La pareja suele emplear una cita del poeta italiano Giacomo Leopardi: “El último grado del saber consiste en admitir que lo que buscamos ha estado siempre delante de nuestros ojos”. Es una manera de insinuar que los tubos de andamio y la placa ondulada de la escuela en Kibera prolongan un interés sostenido: dotar de nueva vida a los materiales más insospechados.
Aparecen en obras de toda laya, casi provocativos en su tosquedad y con cierto aire de chuchería: en el efímero pabellón de baño en Brujas (2018) usaron un material elástico comprado en el downtown de Los Ángeles a 1,5 dólares la yarda, y si en la sede de SecondHome en Spitalfields, Londres (2014), revistieron el techo del ático con gorros de fieltro, a un euro la pieza, en otro de sus coworkings en la ciudad, Holland Park (2021), aislaron el patio con… pompas: “Era el antiguo estudio de Richard Rogers y antes el lugar donde Antonioni filmó Blow Up. El ingeniero, Adam Ritchie, nos propuso rellenar con espuma la cámara de aire, entre las dos láminas trasparentes del techo, para lavarla cuando no fuese necesaria. Usamos una máquina de discoteca, con agua y jabón”.
Su afán por experimentar se conjuga en primera persona: “En nuestra propia casa, decidimos emplear metacrilato en las ventanas en vez de vidrio. El coste y el peso propio justificaban la decisión, por no hablar de la huella de carbono: un vidrio necesita entre 2.500 o 3.000 grados para fabricarse y el EFTE o el metacrilato, unos 200. El gasto energético no es 10 veces menor, sino exponencial”.
Al imaginar una nueva vida para los materiales más insospechados, SelgasCano equilibran economía y medioambiente
Separados por lo que parece un pequeño cañaveral, esa vivienda y su oficina se han construido, como dicen, “en el hueco que deja la naturaleza”, al igual que una tercera edificación que acaba de sumarse al conjunto, un espacio de uso compartido para la familia.
Si la casa se construyó con metacrilato y pavimentos de goma reciclada y el estudio con una cáscara de poliéster curvo, adaptada de una patente de ferrocarriles, la nueva pieza tiene algo de yate: entre mecanismos inesperados y ojos de buey, un tensor enhebra las vigas bajo su cubierta de madera para abrir un patio sin pilares.
El pequeño jardín resultante atestigua una veneración casi panteísta por lo natural, probable herencia de familia: desde el arquitecto Julio Cano Lasso, padre de Lucía –cuyo hogar se encuentra a tan sólo unos metros–, al primer José Selgas, un poeta romántico ya casi olvidado. “¡Hay una foto en la que hasta se parecen!”, se ríe su socia.
A excepción de estas piezas y de una manzana de viviendas de finales de los 1990, los arquitectos apenas han trabajado en Madrid hasta la fecha. A inicios de este 2024 han terminado en Prosperidad, junto al diseñador Andreu Carulla, un restaurante en la nave del mítico Garaje Hermético de la Movida.
[Burr Studio, de los talleres para artistas en Carabanchel al diseño de la sala vip de ARCO]
Espacio Tramo aúna los esfuerzos de un promotor interesado en la economía circular con la cautelosa perspectiva de sus artífices: “La arquitectura es un monstruo lento, difícil de transformar. El discurso actual de lo sostenible tiene una parte de falsedad; es necesario aportar soluciones reales, no solo quedarse en certificados y sellos”.
La utilización de piezas cerámicas o la cuidadosa recuperación de las cerchas de hormigón del interior revelan la importancia de los procesos para SelgasCano: “Apenas hemos impartido clase; queríamos tener la libertad para ir constantemente a obra y atender todo lo que ocurre. Cuando nos toca estar al otro lado del mundo, recurrimos a colaboradores in situ, pero seguimos los trabajos muy de cerca. En este momento, el 90 % de nuestros encargos está fuera de España”.
“La arquitectura es un monstruo lento, difícil de transformar. Es necesario aportar soluciones reales”
Como muestra, en el último mes han concluido obras a ambos lados del Pacífico. La primera en Los Ángeles, una casa en las colinas de Mount Washington asaeteada por palmeras: “Allí prima lo privado, con casas modernas extraordinarias que se cuidan con todo detalle. La naturaleza también es increíble, aunque sea artificial. Los árboles del proyecto no existían en el solar. Lo difícil, precisamente, fue meterlos. Nos los cedió el constructor porque le molestaban en su jardín”.
En la orilla opuesta, China, se concentran varias de sus últimas realizaciones. Son los únicos europeos en un conjunto de nueva creación al norte de Rizhao, a medio camino entre Shanghái y Pekín, y en el que también trabajan arquitectos tan destacados como Junya Ishigami o el Pritzker Ryue Nishizawa: “Comenzamos con un café y luego nos encargaron adecuar unos bloques cercanos, a los que incorporamos color y unas terrazas en voladizo. Ya en Rizhao, hicimos una pieza en la playa a la que llamamos ‘el chiringuito’”.
Su visión del país como vanguardia de una economía global transmite un educado escepticismo: “La crisis inmobiliaria ha sido brutal. Cuando vas de una ciudad a otra, ves millones de viviendas completamente vacías. Allí, la ley obliga a terminarlas antes de sacarlas a la venta, así que muchos promotores prefieren demolerlas para ahorrar costes”.
El restaurante madrileño o sus trabajos en China –en parte nuevos y en parte reconversión– subrayan la importancia de las preexistencias en SelgasCano, como si a sus ojos lo ya construido fuese un material más a recuperar, o incluso una naturaleza a la que adaptarse.
Esta sensibilidad se aprecia particularmente en un conjunto rural que han rehabilitado en La Vera (Extremadura), su propio Walden: “Muchas de estas edificaciones están abandonadas; unas veces eran casas y otras, secaderos de higos. Queríamos actualizar sólo lo estrictamente necesario. Le dijimos al constructor que preferíamos utilizar lo que había, recuperar la estructura hasta con sus imperfecciones. Se quedó perplejo, pero cambió su manera de mirar y de entender su oficio”.
El resultado es un cobijo en el que unas pimpantes puertas amarillas o un hueco abocinado conviven con la mampostería tradicional sin imponerse: “Al lado vive una señora mayor, encantadora, que tenía curiosidad por verlo. Cuando terminamos, se asomó: ‘¡Bah! ¡Si está igual que antes!’, y se dio la vuelta enseguida”. Todo un elogio.
[Los 300 pueblos de Franco contra la despoblación]
Si hace 10 años el interés de SelgasCano era mantener su independencia –a la vista está que lo han conseguido–, sus propósitos para la década siguiente prefieren mirar al mundo, como un probable reflejo de lo vivido: “Queremos hacer un colegio, sin duda. Los niños son esponjas: es el lugar donde se forma una sociedad”.