Postureo y redes sociales en el siglo XIX: la exposición que demuestra que el narcisismo viene de lejos
La muestra alberga una selección de tarjetas de visita realizadas por los pioneros del retrato fotográfico, que prueban que la “necesidad” de vernos y que otros nos vean comenzó hace ya dos siglos.
8 febrero, 2024 02:31Si piensan que el narcisismo desbocado que nos hunde en un maremágnum de fotografías personales es cosa reciente están muy equivocados. Sí, hemos dado un salto de escala y ahora no dependemos de un profesional para inmortalizarnos a cada ocasión pero la “necesidad” de vernos y de hacer que otros nos vean en imagen surge a mediados del siglo XIX. Cuando Disdéri patenta en 1854 el formato de carte de visite (tarjeta de visita), que optimiza costes y esfuerzos para ofrecer un producto asequible a capas de la sociedad más amplias, se produce un auténtico vuelco en los usos sociales de la fotografía.
El daguerrotipo y el ambrotipo habían abierto camino pero su circulación era mucho más limitada, dado que con ellos se producía una imagen única. Con los negativos en vidrio al colodión húmedo, los positivos en papel albuminado y las cámaras con varios objetivos de Disdéri se facilitaba la multiplicación, el intercambio y el coleccionismo. Una revolución.
Estas pequeñas fotografías facilitan la construcción de identidades individuales en la clase media urbana y su transmisión a la posteridad (los trabajadores y el medio rural quedaron para los fotógrafos ambulantes). Y son legión. “Retratarse es una de las necesidades de la vida, es un punto hasta de honor”, escribía con sorna José Alcalá Galiano ya en 1860.
Estas pequeñas fotografías facilitan la construcción de identidades individuales en la clase media urbana
Esta modesta exposición en la Biblioteca Regional de Madrid, comisariada por el coleccionista Carlos Celles Anibarro –que presta parte de las obras– con un enfoque muy didáctico, no es la primera que se dedica a este formato. En 2011, el Museo Lázaro Galdiano presentó parte de la colección de Pedro Antonio de Alarcón, que conserva; en 2013, el Instituto de Estudios Riojanos recurrió a colecciones particulares para ilustrarlo y, con mayor ambición, el Archivo General de la Región de Murcia reunió en 2022 más de 400 ejemplares.
Se percibe un interés creciente por una tipología fotográfica poco apreciada desde el punto de vista artístico y aquejada de una innegable esencia comercial, que sin embargo nos ayuda entender no solo su contexto social sino algunas de las derivas actuales de la imagen.
Con la carte de visite –junto a los álbumes de monumentos o las fotografías estereoscópicas– la fotografía entra en las casas burguesas. No es que se usasen como tarjetas de visita: se llaman así por sus medidas, unos 6 x 9 cm, que no solo abarataban la compra sino que uniformizaban las proporciones para su adaptación a los dispositivos de exhibición que no podían faltar en un salón comme il faut: los álbumes y los diversos artilugios para el lucimiento de los retratos, de los que la exposición nos ofrece ejemplos extraordinarios en forma de pequeños muebles con lentes, abanicos, marcos móviles… del más modesto al gran lujo, para ver en familia o con las visitas. En ellos se ordenan las fotos familiares pero también las de celebridades de la política –según afinidades ideológicas–, la realeza, el teatro, la ópera, la farándula, el toreo… Es el Facebook de la época.
Esta moda, que como todo lo que se preciara venía de París, hizo crecer de manera exponencial el número de estudios fotográficos en las ciudades. También en Madrid: se han documentado hasta setenta en torno a 1860-1880, muchos regentados por extranjeros y algunos como complemento alimenticio de encargos más serios (caso de los de Clifford o de Laurent, representados en la muestra).
[La fotografía como herramienta para cuestionar, construir y documentar la realidad]
El propio Disdéri –que había alcanzado escala industrial, con ventas de hasta 2.400 photo-cartes al día y con ochenta empleados– abrió aquí establecimiento en 1864. La complicación del proceso químico no permitía hacer fotos en exteriores pero necesitaba abundante luz solar, por lo que los estudios se instalaron preferentemente en áticos acristalados.
Debían contar con ayudantes y ciertas instalaciones: sala de espera elegante y accesorios para componer la “escena” como alfombras, columnas, balaustradas, sillones, veladores, plantas y, a partir de 1860, telones pintados o que simulaban jardines y entornos suntuosos o exóticos. ¿Les suena? Hoy nos ponemos fondos ficticios en fotos y vídeos y nos “coloreamos” tal y como hacían allí, en tonos chillones, los iluminadores (para los que pudieran pagar más). Se recrea, en la sala, un pequeño estudio en el que los visitantes pueden hacerse fotos a la antigua.
Los modelos elegían sus mejores galas para acudir al estudio. Es una de las razones por las que el formato más habitual fue el de cuerpo entero, que era también el más valorado en el retrato pictórico, del que se adoptan en fotografía muchos de los convencionalismos. Pose, indumentaria y atributos (un libro, un objeto relacionado con una profesión) articulaban la caracterización social, y como se podían hacer tomas diferentes en la misma placa, se daban curiosas variaciones, a veces secuenciales. Como en el fotomatón.
Lo más atractivo, como suele ocurrir, es lo raro. En imágenes más íntimas aparecen los disfraces –tenemos aquí a la propia Isabel II, gran amante de la fotografía, en papel de la reina Esther– y los juegos visuales, la prehistoria del Photoshop. Vean a un tal Emilio Mora a punto de darse un tiro en la boca detenido por sí mismo, a un militar que se duplica en traje de calle o a un espiritista que convoca a un fantasma. Y a los pobres niños muertos.