Con el cambio de siglo, las instituciones culturales han incorporado la crítica a los procesos neocoloniales y a la revisión de una historia de exclusiones. Esta posición respecto a los sistemas de dominación económica, política y cultural, en colecciones y museos, que señala cómo el arte ha ilustrado un sistema de valores y creencias excluyentes, nos ha llevado en el presente a una necesaria y, cómo no, incómoda, mirada sobre el pasado y el presente.
Esta exposición, la primera gran muestra dedicada al desconocido pintor libanés Aref El Rayess, propone un espacio de consideración de lo diferente.
Pintor autodidacta, Aref El Rayess (1928-2005), descendiente de una acomodada familia drusa, tras su paso por Senegal, tuvo oportunidad de formarse en París con Fernand Léger y, más tarde, en Florencia y Roma. Ese periplo vital que lo llevará también a Estados Unidos y México, antes de regresar a Beirut, marcó un crisol de variopintas influencias que hacen de El Rayess un artista de difícil catalogación.
Atendiendo a estas dificultades, la muestra plantea un recorrido por su obra, entre 1958 y 1978, que deja ver los márgenes de libertad entre los que se movió su peregrina asimilación del vocabulario moderno.
Figuración y abstracción, futurismo italiano y muralismo mexicano, todo cabe en El Rayess
Un autorretrato (1964) y un retrato del filósofo, político y escritor libanés asesinado en 1977 Kamal Jumblatt (1958), marcan el inicio de un proyecto en el que cabe todo, figuración y abstracción, obras de corte expresionista y orden informalista, futurismo italiano y muralismo mexicano, entre otras muchas influencias.
El paso por Florencia y Roma, donde El Rayess estudió pintura y escultura, se deja ver en obras que incorporan tanto la proyección del futurista Depero como la experimentación informalista de Fontana. Aquí y allí, reconocemos estos ascendentes en la serie Temps et murs (1963) y Untitled (1962).
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Posteriormente, su estancia en Estados Unidos, donde conoció a Rothko, Albers y Rauschenberg, y su paso por México, recogen la influencia tanto de Hoffmann como del muralismo mexicano, que vemos en la serie de interesantes gouaches Journal de voyage (1964) y en L’Enfer des maudits (1968).
De regreso a Beirut, la exposición se abre al ciclo de obras fechadas en los años setenta. La pintoresca y vistosa serie de pasteles Hommage aux bâtisseurs islamiques (1972) incorpora el interés de este artista por la arquitectura vernácula y también moderna, tanto como por el propio decorativismo islámico.
Por otro lado, en series como Les fleurs de la rue Al-Moutanabbi (1972) retrata la prostitución también desde un orden moral y político.
Finalmente, Sangre y libertad (1968), Amor, muerte y revolución (1972) y Tiempos modernos y Tercer Mundo (1974-1975) acogen las preocupaciones sociales y políticas de este artista en el contexto de los conflictos de Oriente Medio y la devastación de Líbano, en una pintura en la que se combinan ciertos resortes surrealistas junto a otros ya vistos como el muralismo y el futurismo y que dicen mucho de este insólito artista.