¿Qué libro tiene entre manos?
Varios. Divinos detectives de Ramón del Castillo Santos, Costumbres en común de Edward P. Thompson, El Hombre amansado de Horacio Castellanos Moya, Los ángeles exterminados de José Bergamín, US1 de Muriel Rukeyser, Duende de Andrea Abello, la biografía de Walter Benjamin y releo El idiota de María Zambrano. La maleta pesa.
¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?
Uf, el problema es que siempre los tengo que acabar, pero no me importa leer libros malos.
¿Con qué personaje cultural le gustaría tomar un café?
Ya puestos a jugar –pues estoy aquí, frente a la que fue su casa–, con Spinoza.
¿Recuerda el primer libro que leyó?
Julio Verne, encuadernado como un clásico, con piel roja.
¿Cómo le gusta leer, cuáles son sus hábitos de lectura?
Todo y a todas horas. Cuando un libro lo preveo importante le dedico el cuarto de baño.
¿Qué persona o acontecimiento cultural le hizo cambiar su manera de ver el mundo?
Hay muchas, muchas iluminaciones de todo tipo, últimamente añoro aquellos sermones en Radio 3 del maestro Agustín García Calvo.
Le interesan conceptos como la autoría y el valor económico. ¿Cómo se lleva con el mercado?
Ahí nacen, casi a la vez, amor, arte y dinero. Entender cómo están anudados estos tres campos es importante. Sabiéndolo es más fácil tomar decisiones, fugas, resistencias... es más fácil escapar a su lazo.
¿Le gustan las ferias con todas esas obras sacadas de contexto?
Me gustan muchos los Rastros, los mercados de pulgas, el Jueves en Sevilla y Sant Antoni en Barcelona.
Esta edición de ARCO gira en torno a un tema controvertido, el Mediterráneo, ¿cómo aterrizar con unas cuantas obras y en un foro un asunto de tantas capas?
Será un fracaso glorioso. Por una vez, no podemos dominar el tema y es que ese es el problema: el Mediterráneo es un espacio de dominio.
¿Qué es lo mejor y lo peor del mundo del arte?
Es un espacio muy amable, una suerte de kindergarten: hay niños caprichosos, malcriados y pillos y pillas deliciosos.
¿Tiene sentido hoy hablar de alta y baja cultura?
Nunca existió diferencia alguna, aunque funciona la distinción: antes todo era alta cultura, ahora todo es baja cultura.
¿Le importa la crítica, le sirve para algo?
Sí, leo mucha crítica: literaria, de arte, de música...
¿De qué artista le gustaría tener una obra?
Alejandra Riera me ha regalado una pieza que me tiene colmado.
Ejerza de crítico de la última exposición que ha visitado.
Este verano pasé cinco horas en Little Sparta de Ian Hamilton Finlay, a una hora de Edimburgo, una obra maestra cuando el lenguaje se despliega como jardín, como bosque, como selva.
¿Qué música escucha en casa?
Mucha y flamenco. Ahora Tres Golpes de Tomás de Perrate y mis dos últimos leitmotiv: Moisés Alcántara y Claudio Bohórquez. También a María Marín y Sebastián Cruz, con los que estoy trabajando...
¿Qué película ha visto más veces?
Me temo que eso ha cambiado: Nueve Sevillas y Siete Jereles, las dos que he dirigido.
¿Se ha enganchado a alguna serie de televisión?
Sigo siempre tres o cuatro series a la vez, me gusta llevar esos hilos, incluso confundirlos...
¿Le gusta España? Denos sus razones.
Seguro, me gusta ser extranjero en mi propio país, lo que, con tanta idiosincrasia, con tanta identidad, es muy frecuente.
Proponga una medida para mejorar la situación cultural.
Es bueno saber que la cultura es un invento del gobierno.