María Zambrano es la primera inteligencia femenina del siglo XX español. Discípula predilecta de Ortega y Gasset, su obra filosófica se engrandeció en "los infiernos de la luz", durante aquel exilio prolongado que conquistó a pulso por su admirable resistencia contra el fascismo y la dictadura militar del general Franco.
Rogelio Blanco, que ha escrito lúcidos ensayos sobre María Zambrano, me estimuló en el conocimiento de la autora de La fenomenología de lo divino. Los meses que Francisco Umbral se vino conmigo al ABC verdadero me permitieron darme cuenta de la admiración, mortal y rosa a lo Pedro Salinas, que el gran periodista sentía por María Zambrano. Conocía su obra a fondo y discurría sobre ella con la originalidad que envolvió siempre el pensamiento de Francisco Umbral, originalidad y calidad literarias subrayadas por Octavio Paz.
He terminado de leer el libro Misterios encendidos que Antonio Colinas ha escrito sobre María Zambrano. Es excelente y revelador. El autor eleva en la escritora, sobre la razón filosófica, la razón poética, superadora también de la razón histórica de Ortega y Gasset y de Arnold J. Toynbee. La poesía es según Zambrano, algo "que deshace la Historia, la desvive hacia el sueño primitivo, donde el hombre ha sido arropado". Si la poesía tropieza con la Historia, no es otra cosa, como subraya Antonio Colinas, que la "verdadera Historia". Para Zambrano el poeta recrea el universo, "quiere reconquistar el sueño primero, cuando el hombre no había despertado de la caída". La realidad poética "no es solo la que hay y la que es, sino la aún no habida o no habida ya, y la que ya no es". Se aproxima mucho la ensayista a la verdad metafísica que encierra la afirmación de Miguel de Unamuno de que el poeta puede resumir en un solo verso todo un tratado de filosofía. El mejor ensayo sobre la incógnita del hombre está condensado en el último verso del poema Lo fatal de Rubén Darío: "… y no saber adónde vamos ni de dónde venimos". Antonio Colinas, el poeta que debería estar en la Real Academia Española, escucha los silencios del fuego en los mimbres dorados, esperando a la muerte que se arrastra por los prados y los jardines destrenzados del incierto futuro. Por eso el poeta se queda inmóvil bajo la amenaza de las frágiles hojas cenicientas.
La vida de María Zambrano, descoyuntada por el exilio, y su obra literaria y filosófica se desgranan en las páginas de este libro de Antonio Colinas, que roza lo hagiográfico, aunque mantenga siempre la calidad literaria y la altura intelectual que caracterizan al autor. ¿Hasta cuándo el combate de la tumba contra la carne en los labios y los besos, se preguntaba Colinas en su libro Tiempo y abismo, debatiéndose entre el ser y el no ser y expresándose con el aliento del poeta que encendió la llama de amor viva? "En soledad vivía y en soledad ha puesto ya su nido, y en soledad la guía a solas su querido, también en soledad de amor herido".
"Solo en la soledad se siente la verdad", afirma María Zambrano. Su biógrafo comparte esta afirmación de la filósofa y subraya "el momento culminante de la contemplación que fueron los días de soledad plena en La Pièce, en una casa en el bosque del Jura francés". Allí recuerda certeramente a San Juan de la Cruz, el mejor poeta de la literatura en lengua castellana. Antonio Colinas ilumina la obra de María Zambrano con ráfagas del autor de la Noche oscura del alma. Y también con el eco de Leopardi, Rubén Darío o Antonio Machado. La obra de la gran pensadora "se tornasola ante nuestros ojos sobre todo El hombre y lo divino".
La espiritualidad, en fin, se alza en el pensamiento de María Zambrano, distante en ese camino de las trazadas de Ortega y Gasset. Lo divino preside la palabra de María Zambrano. La verdadera historia del pensamiento no la abandona nunca. Como subraya Antonio Colinas la vida despierta en ella con la llamada a gritos de lo espiritual. "Inútil decirte –escribió en 1973 la filósofa a Agustín Andreu– que sin lo divino para mí no hay hombre".