Al margen del surrealista René Magritte y algún simbolista, la tradición pictórica belga moderna es poco conocida en nuestro país, aunque la situación geopolítica de Bruselas, con sus viajes de ida y vuelta a París, facilitó que se convirtiera en una ciudad destacada en Europa durante el periodo vanguardista. Esta exposición, comisariada por Claire Leblanc, directora del Musée d’Ixelles de Bruselas ahora en remodelación, nos acerca casi ochenta obras de medio centenar de pintores para revisar un siglo, desde 1860, en correspondencia con la cronología del museo anfitrión, planteando en último término si se dieron acentos característicos entre los belgas.
El recorrido comienza en la Sala Noble de la planta primera, con telas que recuerdan el romanticismo como el primer movimiento tras la independencia de Bélgica de los Países Bajos en 1830. Aquí se presenta la importancia del influjo de Courbet tras su exposición en Bruselas en 1851, en paisajes de ricos empastados como los de Hyppolyte Boulenger, frente a la pintura más fluida de los franceses de Barbizon. Junto a ellos, un realismo social con sello propio, con Constantin Meunier y Eugène Laermans.
Ya en la sala habitual de exposiciones en la tercera planta, se abordan los diversos movimientos, alentados por Octave Maus, abogado y crítico de arte que fomentó la fundación de Les XX y La Libre Esthétique, en cuyos salones expusieron lo más granado de los impresionistas y posimpresionistas franceses, beneficiados de un floreciente mercado mantenido por una potente burguesía al frente de la revolución industrial.
[La magia cotidiana de Magritte]
A través de paisajes y retratos de mujeres de estilo impresionista, como Mujer en un interior, 1886, de Guillaume van Strydonck, llegamos a la peculiar absorción del puntillismo de Seurat con obras muy potentes, como la gran tela de Théo Van Rysselberghe, Té en el jardín, 1901, que representa a tres mujeres, la poeta belga Marie Closset, conocida bajo el seudónimo de Jean Dominique, y la cantante Laura Flé junto a la mujer del pintor. También interesante es Dunas al sol, h. 1903, de Anna Boch, la única integrante del grupo vanguardista Les XX, que en su vertiente de coleccionista también fue la única persona que le compró un cuadro a Vincent van Gogh en vida.
La propuesta de los nabis tuvo un representante muy original en Georges Lemmen. Así como el fauvismo, en el que destaca Jos Albert con El gran interior, 1914. En cambio, está infrarrepresentado el importante art nouveau capitaneado por Henry van de Velde y Victor Horta en Bruselas, aquí con una sola tela sobre el ideal del andrógino. Como se nos queda corta la presencia, solo en papel, de los simbolistas Félicien Rops y Fernand Khnopff. Y de Ensor, siempre impactante.
El festín final llega con los surrealistas Paul Delvaux y Magritte, en sus inicios muy influidos por De Chirico, junto a Gustave De Smet que, con sus tintas planas, apunta a la sobresaliente tradición de arte gráfico en Bélgica.