La trayectoria cinematográfica de Zhang Yimou es cada vez más sinuosa, y uno no sabe bien a qué atenerse con cada nuevo estreno. El más célebre director de la Quinta Generación de cineastas chinos arrancó su carrera ganando el Oso de Oro de Berlín en 1987 con Sorgo rojo, y durante varias décadas construyó su filmografía a base de dramas sociales como Qiu Ju, una mujer china (1992) –León de Oro en Venecia– o relatos épicos como ¡Vivir! (1995) –Gran Premio del Jurado en Cannes–, protagonizados casi siempre por las clases más desfavorecidas.
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El éxito de sus películas en los principales festivales del mundo le convirtió en uno de los más reputados autores contemporáneos y ayudó a elevar la imagen del cine chino, a pesar de que muchas de ellas fueran prohibidas en su propio país por su alto contenido crítico.
Con el cambio de milenio, Zhang Yimou se pasó al género wuxia, que mezcla las artes marciales con el melodrama y cierto misticismo chino, en filmes como Hero (2002) o La casa de las dagas voladoras (2004), logrando un enorme éxito comercial en todo el mundo, también en el gigante asiático.
Desde entonces, ha compaginado el pasteleo con el Partido Comunista –fue el encargado de dirigir las ceremonias de los Juegos Olímpicos de Pekín– con otros filmes que seguían chocando con la censura, como el reciente Un segundo (2020), que tuvo que ser retirado de la competición de la Berlinale días antes de su première.
Héroes de la revolución
La nueva entrega de Zhang Yimou, Cliff Walkers, no ha despertado las suspicacias del régimen, ya que está dedicada a “los héroes de la Revolución” y, además, ha roto todos los récords de taquilla en China. Se trata de un thriller de espías con aroma clásico, plagado de agentes dobles, códigos secretos y traiciones.
La película se desarrolla en el estado títere de Manchukuo en los años 30, un territorio chino invadido por tropas japonesas. Allí aterrizan en paracaídas –en una secuencia inicial fascinante– cuatro agentes especiales del Partido Comunista entrenados en la URSS, con la misión de sacar del territorio a un superviviente de los campos de concentración para que desvele al mundo las atrocidades de los japoneses.
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Aunque los continuos giros de guion pueden resultar algo indigestos (más aún teniendo en cuenta que el parecido de dos de los protagonistas genera aún mayor confusión, al menos en el espectador occidental), Zhang demuestra una vez más su gran talento para las secuencias de acción, montando set pieces frenéticas y muy estilizadas en radiantes paisajes nevados. Sin embargo, es la escena del tren (en lo que bien puede ser un homenaje a Hitchcock), en la que los espías se ven obligados a comunicarse con la condensación del espejo de un baño, lo más memorable del filme.
En cualquier caso, la pregunta que sobrevuela sobre todo el metraje es si no será el propio Zhang Yimou un agente doble, capaz de dorarle la píldora al país del presidente Xi Jinping para después lanzarse a su yugular en filmes como Un segundo. Habrá que ver si se decide por algún bando o si mantiene esa irritante equidistancia.