A uno siempre le gustaron las series antes de aprenderlas. Mucho antes de adentrarme en el laberinto de las pedagogías universitarias y de escribir sobre nada, ya veía series. Aquellos eran visionados atentos y desinformados, sin mayor base teórica que el entretenimiento más puro, si bien, a posteriori, me permitirían mejorar mi percepción cuando a la luz de nuevos descubrimientos, mi memoria me remitía a aquellos maratones infantiles (en los ochenta, cuando la terminología seriéfila aún estaba en pañales, a eso se le llamaba ver la tele durante horas).
Si lo pienso, creo que les dediqué un tiempo que ahora me parece impensable, y que por aquel entonces me parecía demasiado poco, a Bola de drac (Akira Toriyama, 1986-1989) y a Musculman (Yoshinori Nakai & Takashi Shimada, 1983-1986), a Doctor Slump (Akira Toriyama, 1981-1986) y a Ranma ½ (Rumiko Takahashi, 1989). Pero no solo a ellas (con los dibujos animados de la Warner no me pongo, que si no…). Por aquel entonces ya tenía, como ahora, una categorización horaria y personal que me permitía compaginar el visionado de series. Estaban las soap opera que veía con mi abuela -principalmente, Falcon Crest (Earl Hamner, Jr. 1981-1990), Santa Bárbara (Bridget y Jerome Dobson, 1984-1993) y los culebronarros made by Tito Rojas como Cristal (1985-1986) y Abigail (1988-1989)-, las que veía con amigos o con mi hermano -es decir, las de animación y El equipo A (Stephen J. Canell & Frank Lupo, 1983-1987), El coche fantástico (Glen A. Larson, 1982-1986) y MacGyver (Lee David Zotoloff, 1985-1992)- y después estaban las mías, que eran principalmente dos: El último héroe americano (Stephen J. Canell, 1981-1983) y Se ha escrito un crimen (Murder She Wrote, CBS: 1984-1996) que es la que toca hoy -me dejo muchas en el tintero, pero no quiero olvidarme del Hulk (Kenneth Johnson, 1978-1982) de Lou Ferrigno ni de Mangum P.I (Donald P. Bellisario & Glen A. Larson, 1980-1988) con Tom Selleck, el espejo en el que me miro cuando me miro al espejo y veo la selva hawaiana que tengo en el pecho. Viva el pelo y la alegría y el ahorro en depilación. Ejem, perdón, ya vuelvo a lo mío.
Esta semana se cumplían 35 años de la primera emisión de las aventuras de Jessica Fletcher (Angela Lansbury), cuyo primer episodio fue emitido por la CBS un 30 de septiembre de 1984. Aprovechando que Amazon Prime Video incluye en su catálogo las cuatro primeras temporadas de la serie (tuvo 12), he vuelto a ella no sin cierto reparo, más por el temor a cometer un acto injusto que por miedo a la decepción. En cualquier caso, no hay aquí otro culpable que el paso del tiempo que, como la muerte, Anatomía de Grey y Cuéntame, es implacable.
El objetivo de este post no es ni hacer un repaso de la serie al completo ni desmenuzar su primera temporada. Para saciar mi curiosidad analítica me he conformado con observar detenidamente el capítulo que inauguró el serial e intentar desentrañar sus mecanismos de funcionamiento para ver si topaba con algún detalle curioso, indetectable, por falta de conocimientos y porque la memoria no da para tanto, en mis visionados infantiles. Les recuerdo que este hype -otra palabra que no utilizábamos en los 80- empezó a emitirse en TVE un 9 de noviembre de 1986.
Agatha Christie VS. Conan Doyle
Antes de pasar a las imágenes, y sin ánimo de ser exhaustivo, veamos de dónde viene Se ha escrito un crimen. Esta teleficción de la Universal fue creada por Richard Levinson y William Link, una pareja de escritores (después también productores), que inició su carrera a finales de los años 50 con guiones para westerns como Johnny Ringo o la fundamental Alfred Hitchcock presenta. En 1966 crearon Jericho (1966-1967), en la que tres agentes de inteligencia operaban detrás de las líneas alemanas, aunque su primer gran éxito llegó un año después con Mannix (196-1975): las historias del detective interpretadas por Mike Connors estuvieron durante 8 años en antena y lograron conquistar cuatro Globos de Oro. Con todo, el dúo Levinson-Link debería ser recordado por dar vida al teniente Colombo (Peter Falk), aquel policía desarmado que ametrallaba a preguntas a los sospechosos y que vio la luz en 1971.
Sirvan estos precedentes para establecer un vinculo entre la pareja de escritores y el género detectivesco. Esta querencia por las historias de crimen y misterio los llevó a desarrollar para la NBC una serie basada en las novelas de Ellery Queen, el pseudónimo y a la vez personaje creado por Frederick Dannay y Manfred Bennington Lee a finales de los años 20. Queen es un escritor de novelas de policías que ayuda a los agentes de la ley a resolver casos (su padre es el inspector Richard Queen). Aunque la serie solo duró una temporada, las conexiones argumentales entre ella y Se ha escrito un crimen son más que evidentes.
Tal y como explica la crítica Marina Such, al fracaso de Ellery Queen hay que sumar el interés de la CBS por crear una serie de misterio para la tarde de los domingos, puesto que, según sus estudios de audiencias, las películas basadas en obras de Agatha Christie programadas en esa franja horaria lideraban el share sin apenas competencia. A Levinson y Link, maestros en el arte de inventar crímenes, se les unió Peter S. Fischer, que ya había trabajado a sus órdenes en Ellery Queen o Colombo y con el que también escribirían Blacke el mago (1986). El trío de showrunners, siguiendo las indicaciones de la CBS, eligió como modelo las novelas de la gran dama del misterio y diseñó Murder, she wrote, un título que alude a la adaptación cinematográfica de 4,50 from Paddington y que fue bautizada como Murder, she said (George Pollock, 1961) en la que Miss Marple (Margaret Rutheford) tiene que resolver el asesinato que se produce en el tren en el que viaja.
Si el título de la serie ya establece una conexión directa y explícita con una obra y un personaje concretos, esa asociación se fortalecerá con la elección de Angela Lansbury como Jessica Fletcher, una profesora sustituta de inglés que escribe novelas de misterio en los numerosos ratos libres que la pequeña y apacible ciudad costera de Cabot Cove le proporciona. Lansbury, que aceptó un papel diseñado inicialmente para Jean Stapleton, obtuvo cuatro Globos de Oro (amén de 10 nominaciones) y 12 nominaciones a los Emmy por interpretar a esta escritora amateur, también guardaba una estrecha relación con la obra de Christie, no solo por haber sido nominada a los BAFTA por su participación en Muerte en el Nilo (John Guillermin, 1978) sino por haber encarnado a la propia Miss Marple en El espejo roto (Guy Hamilton, 1980). La actriz de origen británico, que a la sazón contaba con 59 años y con un carrerón que incluya un debut a las órdenes de George Cukor -Luz que agoniza (1944)-, tres nominaciones al Óscar y cinco premios Tony (cifra solo igualada por Julie Harris), asumió el que, a la postre, sería uno de los roles más longevos de la ficción televisiva (su última aparición se produjo en 2003, en El enigma celta, la última de las cuatro TV Movies que dirigió su hijo Anthony Shaw). La periodista Rosa Álvarez ya apuntó con motivo del estreno de la serie en España que el personaje de Jessica Fletcher tenía "un evidente parecido con Miss Marple: esa forma aleatoria en que se ve involucrada en crímenes, a cuya solución colabora activa e ingeniosamente, pero que por sus características personales (se trata de una mujer eminentemente sensata, realista y práctica, con una presencia pulcra y distinguida) y por su profesión (escribe relatos policíacos) remite, como reconocen sus autores, al que es en realidad su auténtico modelo: la propia Agatha Christie".
Con estos antecedentes, no es de extrañar que el genérico de la serie remita a la tradición literaria en la que indisimuladamente se inscribe, abriéndose con la imagen de una máquina de escribir cuyas teclas son pulsadas con suavidad por la señora Fletcher; máquina que se convertirá en el motivo recurrente sobre el que se diseña la secuencia de créditos en la que vemos a la futura escritora de éxito completando las más prosaicas actividades (ir en bicicleta, pescar, cuidar el jardín o hacer jogging -así se llamaba en los 80-) entre las que también figura, como se ve en la segunda parte de la intro, resolver crímenes. Todo ello al ritmo del pegadizo e inolvidable tema compuesto por John Addison que le valió un Emmy en 1985 -el compositor británico es el autor de las bandas sonoras originales de La Huella (Joseph L. Mankiewicz, 1972), Tom Jones (Tony Richardson 1963) o Cortina rasgada (Alfred Hitchcock, 1966), entre otras.
El doble episodio inaugural, dirigido por el desconocido Corey Allen, insiste en fortalecer su filiación literaria ya desde su título: El asesinato de Sherlock Holmes. Liquidar, aunque sea simbólicamente, al personaje creado por Arthur Conan-Doyle y hacerlo en el seno de una ficción inspirada en Agatha Christie, implica, a mi modo de ver, una toma de posición, una apuesta por una aplicación más laxa del método deductivo y un menor refinamiento estilístico. En lo argumental, y en tanto capítulo introductorio, asistimos a la presentación de Jessica Fletcher, persona de edad provecta, que ejerce como profesora sustituta en la escuela de Cabot Cove y que emplea los extensos periodos de tiempo libre de que dispone en escribir, juntarse con sus amigas y hacer ejercicio. Escribe por placer y jamás ha publicado ni una línea, hasta que su sobrino Grady (Michael Horton), un joven que reside en Nueva York, le informa de que, a sus espaldas, no solo ha leído su último manuscrito sino que, además, lo ha enviado a una editorial que ha decidido lanzarlo al mercado. Rápidamente, The Corpse Danced at Midnight se convierte en un fenómeno literario y ella en una estrella. Tanto es así, que su editor Preston Giles (Arthur Hill) la invita a la Gran Manzana para que se reúnan e inicie un tour promocional.
Después de pasar por televisiones y radios, atribulada por el frenético ritmo de vida de la gran ciudad, Jessica aceptará la invitación de Giles para acudir a su fiesta privada, una fiesta que, en otro guiño metalingüístico, exigirá ir disfrazado. En la mansión en la que se celebra veremos aparecer, como si de una improbable adaptación de la canción de Jaume Sisa Qualsevol nit pot sortir el sol se tratara, a Peter Pan, a Humpty Dumpty y, como no, a Sherlock Holmes. Quien elegirá vestirse como el detective será Caleb McCallum (Brian Keith), un magnate del marisco al que le gusta pescar amantes a pesar de estar casado y que, a su vez, tiene fundadas sospechas de que alguno de sus allegados filtra secretos industriales. Para averiguar quien es el topo, McCallum ha contratado al detective Dexter Baxendale (Dennis Patrick), que allanará la casa durante la celebración en un busca de unos documentos que confirmen si sus suposiciones son correctas, si bien será sorprendido por Grady y expulsado inmediatamente.
Cumpliendo con las expectativas anunciadas por el título, Sherlock Holmes aparecerá muerto junto a la piscina de un disparo de escopeta en la cara. Inicialmente, todo el mundo cree que McCallum ha muerto, hasta que lo vean aparecer después de haber pasado la noche con su penúltima conquista en un hotel cercano (quitándose antes el disfraz para no dar el cante). El cadáver será el de Baxendale y las pesquisas llevarán a la policía local, comandada por el obtuso sheriff Roy Gunderson (Ned Beatty), a sospechar del sobrino de una Jessica Fletcher que, en principio, no tiene intención alguna de inmiscuirse en la investigación (de hecho, insiste en abandonar la insidiosa Nueva York).
Finalmente, y dadas las circunstancias, la escritora debutante aplicará sus dotes deductivas para, primero, recusar a su sobrino y, después, identificar a los ladrones de secretos. Ello no evitará la muerte de McCallum, que será asesinado en su barco antes de que, en un último giro de los acontecimientos, se descubra al verdadero criminal y sus motivaciones. Como supongo que ya habrán intuido al leer algunos nombres, la aparición de actores conocidos en papeles secundarios es uno de los grandes atractivos de la serie (ojo a la foto que viene: episodio 2.20).
That's Entertaiment
Se ha escrito un crimen es formalmente conservadora, un producto despachado sin apenas inventiva visual, pero, como las novelas de la autora de Asesinato en el Orient Exprés, sumamente efectivo. Aunque combina el rodaje en interiores con el exterior -no es una serie de estudio- está lejos de los avances alcanzados por otras producciones del momento como Hill Street Blues (Steven Bochco & Michael Kozoll, 1981-1987) o Miami Vice (Anthony Yerkovich, 1984-1989). De hecho, basta comparar la factura de este piloto con Murder by the book, el segundo episodio de Colombo dirigido por Steven Spielberg para ver el abismo estilístico que media entre ambas propuestas. Así pues, no esperen ningún análisis secuencial ni nada por el estilo: aquí lo que importa es que la historia se siga perfectamente, sin excursos ni piruetas formales que compliquen la narración. Es pues, una teleserie puramente funcional. A pesar de todo ello, no le faltan puntos de interés. Veámoslos.
El episodio se abre con una secuencia que parece extraída de una película de terror de serie B en la que una joven, vestida de blanco, deambula por un caserón vela en mano esperando que el asesino la invite a un crucero todo incluido a borde del transatlántico Caronte. Después sabremos que estamos ante el ensayo de una obra de teatro al que Jessica Fletcher acude con dos amigas. Al finalizar, y tras ser expulsadas por el director, Jessica le dirá quien es el culpable, para sorpresa y enfado del escenógrafo, que asume que la pieza adaptada es previsible y maldice a su autor. El arranque no es anecdótico. En primer lugar, porque esa representación teatral cargada de tópicos nos da información sobre el tipo de propuesta al que nos enfrentamos: una crime & mistery story de-toda-la-vida en la que averiguar quién es el criminal será su única razón de ser (justo al contrario que en Colombo, donde las razones y la metodología eran lo importante, tanto que el primer acto se cerraba con la presentación del culpable. Digámoslo ya: a nivel histórico y estético, la serie protagonizada por Peter Falk es infinitamente más importante que la que ahora nos ocupa). Además de como baliza intencional y contextual, la secuencia inicial también anticipa la resolución del caso, no tanto en cuanto a la trama, sino en relación con la ambientación: como en aquel remedo de cuento gótico del arranque, todo terminará en un gran caserón a oscuras, con una mujer esta vez no tan desvalida, que se ha de enfrentar a su enemigo.
Otra cuestión interesante radica en la asunción, por parte de los creadores, de qué tipo de producción están llevando a cabo y cuales son sus objetivos. Si bien es cierto que las intenciones de los autores son incognoscibles salvo que uno tenga el don de la telepatía -y en este caso, también de la clarividencia- la propia serie da pistas suficientes sobre qué pretende ser. En una de las entrevistas que Jessica Fletcher concede, mantiene el siguiente diálogo con un pedante presentador de televisión:
Jessica: - En realidad, jamás imaginé que publicaran mi libro. Lo escribí para mi disfrute, supongo. Ya sabe, igual que otras personas hacen punto o pintan…
Presentador: - Entonces, no tenía pretensión alguna de crear literatura. Qué alentador en una época centrada en la beatificación de lo trivial y en la canonización de lo mundano.
Jessica: - Bueno, por otra parte, a la gente parece gustarle.
Presentador: - A la gente. Claro. Naturalmente, ambos sabemos, querida, que no es muy complicado agradar al pueblo llano. ¿Cómo si no se explica la televisión?
Jessica: -Yo no podría. La televisión es su negocio, no el mío.
En esa secuencia se percibe una vindicación del entretenimiento, primero, y de la dificultad inherente a todo proceso creativo más allá de su formato, de su impacto o de sus intenciones. Se ha escrito un crimen, como las novelas de Jessica Fletcher o las de Agatha Christie, no tratan de elevarse como tótems de la alta cultura, lo que no quita que detrás de su indudable popularidad -la serie llegó a congregar a 23 millones de espectadores- haya toneladas de esfuerzo y que, al contrario de lo que señala el presentador, agradar al pueblo llano es sumamente complicado. De este modo, y además de reflexionar sobre asuntos como la fama y el negocio que ella genera (y que apenas guarda relación con la obra de un autor), la teleserie de Levinson, Link y Fischer fija su propio estatus como producto de entretenimiento y como continuador de una determinada corriente que va de Gaston Lerroux a Andrea Camilleri o de Perry Mason (Erie Stanley Gardner, 1957-1966) a Elementary (Robert Doherty, 2012-2019).
Alejandro Dumas y las series de TV
Preston Giles, el veterano editor de Jessica Fletcher siente por ella algo más que interés profesional. De hecho, su invitación a la fiesta tiene bastante más que ver con el afecto que pretende dispensarle que con los réditos que le ha proporcionado su primera novela (de hecho, su táctica donjuanesca surte efecto y logra besar a la solterísima señora Fletcher). Como hombre que vive de los libros, se presentará a la fiesta ataviado como Edmundo Dantés, el protagonista de El conde de Montecristo. Su elección no obedece ni al capricho ni a la idolatría, sino que, finalmente lo sabremos, esta íntimamente asociada a su pasado más remoto. Como el personaje de Alejandro Dumas, Giles fue víctima de un complot en su contra: sus socios en una constructora le hicieron aparecer como el único culpable del derrumbe de un edificio. Tras pasar dos años en la cárcel, escapó, aunque las autoridades concluyeron que murió durante la fuga. Después, como Dantés, regresó con otro nombre para levantar un imperio y vengarse de sus verdugos destruyendo sus finanzas. Sin embargo, el tozudo detective Baxendale, que había investigado su huida de presidio, no tardó en reconocerle al irrumpir en su casa e intentó chantajearle. La confesión de Giles contiene el plano más interesante del piloto: mientras se explica ante Jessica, la cámara se sitúa dentro del armario en el que se guardan las escopetas -donde estaba el arma homicida- de manera que la sombra de los cañones se proyecta sobre el rostro de Giles: una sola imagen concentra pasado (cárcel), presente (el asesinato representado por la escopeta que falta) y futuro (de nuevo, la cárcel). Lo demás, ya lo saben. Por último, cabe señalar que la figura de Edmundo Dantés sirve, por un lado, para explicar las motivaciones del editor y, por otro, remite a la novela por entregas, tremendamente popular en el siglo XIX y antecedente de las series de televisión, otro guiño a las fuentes de las que bebe Se ha escrito un crimen.
Para terminar con este Cluedo: si el título de esta teleficción remite a la adaptación cinematográfica de El tren de las 4,50, no me parece casual que el ferrocarril sea uno de los elementos recurrentes del piloto. En tren viaja Jessica a la ciudad que nunca duerme y al tren subirá en varias ocasiones tratando de marcharse: si en la novela el misterio aparece durante el trayecto, aquí tiene lugar entre la ida y una vuelta eternamente postergada. De hecho, no sabemos si la escritora en ciernes regresa a Cabot Cove, ese pueblo tranquilo en el que, a partir de ese momento, empezarán a suceder crímenes que nuestra querida señora Fletcher se encargará de resolver a razón de caso por capítulo. Y si no hay muertes en su lugar de residencia, ya se encargará ella de salir a buscarlas. Eso sí, no habrá ni asesinos impunes ni explicaciones que -flashbacks mediante- no queden convenientemente aclaradas. Eso es lo que se le exige a un buen whodunit, ¿n’est-ce pas? (que diría Poirot).