Les sonará en principio raro pero creo que sería posible encuadrar esta última serie de Irene Grau (Valencia, 1986) –con una trayectoria ya muy firme, siempre experimental pero siempre coherente– en el género paisajístico de “montaña y agua” cultivado desde la antigua China.
Toda la producción de la artista tiene su origen en la intemperie, en la Naturaleza observada y recorrida, y toda ella se fundamenta en una transformación creativa de elementos materiales o metodológicos que forman parte de la historia de la pintura.
Al igual que hizo previamente, por ejemplo, en el magnífico trabajo que presentó en la Fundación Cerezales –usando allí cenizas de los incendios–, en 3mm otorga a la inusual sustancia con la que pinta estos cuadros una capacidad “narrativa”: su procedencia y su procesamiento transmiten una noción del paisajismo así como una reflexión sobre la explotación del medio y la economía lineal (opuesta a la circular).
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Lo que hace aquí Irene Grau es utilizar el residuo de un proceso maquinal, el corte del mármol, y evocar con ese material una forma residual: los meandros de la argamasa en los muros de piedra tradicionales en el paisaje gallego.
Visualmente, los cuadros se emparentan con el color field del expresionismo abstracto –se dan un aire a Clyfford Still, sobre todo el más vertical– pero su textura los convierte en frescos. El polvo de mármol se usó desde la Antigüedad para alisar la última capa de revoco (el intónaco) sobre la que, humedecida, se aplicaría la pintura. El artista ha de actuar rápido con esa materia húmeda sin posibilidad de corregir y, como vemos aquí, el gesto queda así monumentalizado.
El agua, que se usa para facilitar en las marmolerías el “corte en húmedo” de la piedra –el cual se come exactamente 3 mm– y que se encuentra por ello ya mezclada con el polvo en ese residuo industrial que reelabora la artista, no puede ser para ella, dada la fuerza significativa y poética que los materiales adquieren en su obra, solo un medio: el agua es también paisaje y además interviene en el dibujo en forma de halo que expande el color, algo que vemos en otra de las grandes figuras del expresionismo, Morris Louis.
Si quisiéramos, podríamos buscarle equivalente a 3mm en uno de los estilos antiguos del fresco, el “estilo arquitectónico” que, en Pompeya o Herculano, imitaba el aspecto de la edificación con materiales ricos sobre las paredes. Ella no pinta sobre la pared pero reconstruye muros.
Fachadas y tapias de piedras fantasmales sustentadas por una argamasa que tiene visos orgánicos: por su geometría viva, que planta cara al corte mecánico, y por su cromatismo, que puede recordarnos a las carnaciones –o a las figuras en grisalla– en la pintura.
En otras series ha sido más severa en la monocromía, un rasgo de su estética, pero en esta ocasión ha combinado en algunos de los cuadros las tonalidades grises y rosáceas de los polvos mezclados al azar en la marmolería, con un aspecto más luminoso y etéreo.
Al fin y al cabo, ese polvo que resulta de cortar la montaña tiene la capacidad de flotar en el aire. Fijado sobre el algodón crudo del soporte, subrayado a veces con un lápiz como hacían los pintores al fresco en sus dibujos subyacentes, compone mapas de caminos imaginarios que rodean rocas y vadean arroyos. Para un nuevo viaje de descubrimiento de esta admirable artista.
Premio Apertura
Irene Grau (Valencia, 1986) ha ganado el Premio Apertura Comunidad de Madrid con una obra de esta muestra que formará parte de la colección del Centro de Arte 2 de Mayo (CA2M) de Móstoles. La artista confirma así una carrera en ascenso con etapas recientes en Fráncfort, Lisboa o Birmingham, y distinciones como el Premio Isaac Díaz Pardo o la participación como finalista en el VII Premio Cervezas Alhambra, que se fallará en la próxima edición de ARCO.