La Fundación Cerezales Antonino y Cinia está situada en la pequeña localidad leonesa de Cerezales del Condado, entre la catedral y la montaña, que parecen inamovibles, y entre la mina y la huerta, que parecen destinadas a desaparecer. Para llegar hasta allí hay que tener tiempo y ganas. Nos da la oportunidad de trastocar los ritmos y cambiar las perspectivas en las que vivimos, invitándonos a observar con atención las capas temporales – geológicas, orgánicas, fabriles e inertes– que se solapan en un territorio.
La Fundación Cerezales Antonino y Cinia está situada en la pequeña localidad leonesa de Cerezales del Condado, entre la catedral y la montaña, que parecen inamovibles, y entre la mina y la huerta, que parecen destinadas a desaparecer. Para llegar hasta allí hay que tener tiempo y ganas. Nos da la oportunidad de trastocar los ritmos y cambiar las perspectivas en las que vivimos, invitándonos a observar con atención las capas temporales – geológicas, orgánicas, fabriles e inertes– que se solapan en un territorio.
Su programa comprende cultura y arte contemporáneo, etnoeducación y antropología musical, una labor que puede verse ahora, en su sede, en forma de exposición. A punto de ser nada reúne tres años de investigación de los artistas Irene Grau, Juan López y Jorge Yeregui. Lo primero que oímos antes de entrar en la sala es un sonido extraño. Lo primero que sentimos al entrar es un cierto olor a quemado… alterando los impulsos sensoriales que recibimos habitualmente, preparan nuestra atención crítica desde este desconcierto.
El resultado de este trabajo a seis manos es un paisaje nada romántico marcado por la minería
Los tres artistas han estado realizando durante este periodo diferentes visitas de campo a minas a cielo abierto, colecciones de minerales, a la Fundación Ciudad de la Energía (CIUDEN) y a pueblos semi despoblados. Con esta experiencia han desarrollado una serie de piezas para reflexionar sobre todos estos mundos que están siempre cercanos a desaparecer y que forman el paisaje de esta región leonesa, junto a otros documentos fílmicos (no hay que perderse el corto Los Montes, 1981, de Chema Sarmiento), discursos y pinturas históricas, u otros materiales, como la colección rescatada de fósiles o de helechos de los viveros de CIUDEN, además de una gran selección bibliográfica y otra sonora que encontramos en la sala de ensayo.
Juan López (Alto Maliaño, Cantabria, 1979) ha traducido la topografía de esta tierra sonorizando una piedra de pizarra a través de la lectura que realiza sobre ella una aguja guiada por un brazo mecánico. Es el sonido que nos recibe, y que entronca con los modos de hacer de este artista sobre los signos gráficos y sonoros que dejan huella en las superficies habitadas, y que esta vez aplica sobre las grandes extensiones de bosque fósiles, los habitantes de este lugar en la era Carbonífera. Irene Grau (Valencia, 1986) es la responsable de la sensación olfativa ahumada. Se inspira en las casas atufadas de la región minera, en una recuperación abstracta de calidades del color negro del carbón recogidos en la gran instalación que atraviesa la sala de la exposición. Es una evidencia más de su trabajo ligada al uso de superficies monocromas como receptoras de los rastros materiales del tiempo. Jorge Yeregui (Santander, 1975) suma a esta especulación una colección de tipologías de formaciones artificiales “perfectas”, las montañas futuras resultantes de los restos de la actividad minera, en una serie de fotografías de paisajes austeros que en esta ocasión amplia a versiones en 3D.
El resultado es un paisaje nada romántico marcado por una minería que sustituyó a la actividad agropecuaria y que ha dejado su estratigrafía geológica al descubierto. Ahora se ve abocado a una vuelta impuesta a la agricultura transgénica y un continúo éxodo de su población. La exposición nos muestra estos tiempos solapados, no lineales, en los que se percibe cómo el territorio ha sido entendido desde el extractivismo y que lo hace estar continuamente a punto de no ser. En conjunto, el trabajo de estos artistas-investigadores nos propone cómo reformular los imaginarios de lo mineral, no mirando únicamente a un pasado, sino atentos a posibles futuros.