El diálogo verbal, gestual, y también visual, es una de las vías más profundas para el conocimiento y el establecimiento de relaciones entre los seres humanos. Es inevitable pensar en Platón cuando nos situamos en ese plano. Y es ahí donde nos lleva la muestra propuesta por Chillida Leku, donde el gran artista guipuzcoano ubicó su espacio de trabajo y de colocación de sus piezas, dentro y fuera.
La exposición actual tiene continuidad con la que se presentó el pasado año: Tàpies en Zabalaga, y ahora es otro artista, también catalán, Joan Miró (1893-1983), el que se pone en diálogo expositivo con Eduardo Chillida (1924-2002). Un acontecimiento que coincide con la presentación en el Museo San Telmo, en San Sebastián, de otra muestra que lleva como título: Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, que ya pudo verse en la Fundación Bancaja, en Valencia.
El diálogo entre Chillida y Miró es particularmente significativo y profundo: nos habla de la grandeza creativa de ambos, sin duda entre los protagonistas más relevantes del arte contemporáneo en un plano internacional. Y además se sitúa en paralelo con la exposición que la Fundación Miró ha abierto en Barcelona sobre el legado íntimo de Miró, las obras que concibió y regaló para su familia: su mujer, Pilar Juncosa, su hija, Dolors, y sus nietos. Estamos aquí ante un diálogo familiar también a través del arte.
El diálogo entre Chillida y Miró es particularmente significativo y profundo: nos habla de la grandeza creativa de ambos
Miró en Zabalaga tiene su inicio en el aire libre de sus jardines, donde encontramos dos esculturas de Miró de gran formato: Pájaro solar (1968) y Mujer (1970). En el interior del caserío, en su primer piso, se ha reunido todo un conjunto de piezas de gran interés: esculturas de pequeño y medio formato, dibujos, grabados, y además un gran tapiz con una inmensa fuerza expresiva.
Ese tapiz, tejido entre 1989 y 1991 por Josep Royo, fue concebido por Miró como versión de una litografía previa: El lagarto de las plumas de oro, el primer libro que Miró ilustró y para el que escribió los poemas. Todo ello nos permite apreciar la variedad de registros en los que Miró desarrolló su trabajo artístico, intensamente plural en su expresividad, que fluye en todo momento desde visiones interiores articuladas con lo que vemos y sentimos en el mundo abierto.
Las piezas de Miró se sitúan en diálogo con las de Chillida, y además de esa gran variedad de soportes y tamaños llama la atención la fuerza del color que se despliega como un registro de luces plural en confrontación con la uniformidad cromática de las obras de Chillida. Obviamente, como núcleo de todo ello, es difícil sustraerse al recuerdo del azul y las palabras de esa pintura-poema referencial de Joan Miró: “este es el color de mis sueños” (1925).
Chillida consideraba que el dibujo es el alma interior de la escultura, el signo de su expansión. En esa proyección, desde la interioridad del dibujo hasta su exteriorización como forma escultórica, podemos encontrar el nexo que lleva al interés y la comunicación mutua entre Chillida y Miró.
La amistad y el diálogo abierto, personal y artístico, entre ambos fue una constante. En un texto, publicado en el diario El País en 1983 con motivo de la muerte de Miró, Chillida lo caracterizó como “un rebelde”, indicaba su relación profunda desde hacía 30 años y que habían intercambiado “obras y detalles de cariño y amistad”. Lo consideraba un artista único, al que no se podía encuadrar en ningún movimiento concreto, y resumía la clave de su arte con la expresión “pensar con los ojos”, pues Miró habría dibujado “su mundo interior con una tensión, una libertad y un rigor extraordinarios”. En definitiva: “Era un Miró-mirón, de esos que ven cuando miran”.
Esa profundidad de la mirada y la visión mironianas la podemos apreciar también en las obras de diálogo familiar en la muestra de Barcelona. En ella se presentan unas 180 piezas, entre las cuales hay un importante depósito de obras de Miró que su familia ha dado o depositado recientemente en la Fundación Miró, junto con dibujos preparatorios, documentación inédita, y fotografías familiares. Y así se puede recorrer prácticamente toda su trayectoria, desde 1910 (cuando Miró tenía 17 años) hasta 1976, con los ecos y correspondencias entre el trabajo artístico y las situaciones personales.
Amistad, cariño, familia: Miró en sí mismo. Y trazando un arco expresivo en el que Chillida se ve plenamente introducido, a través de un juego de espejos con las líneas en el proceso artístico de ambos. Esto es lo que Chillida señalaba: “Miró tiene un poder especial para hacer que sus curvas tiendan a ser convexas. Y como yo soy más bien cóncavo...”.
En la exposición de Barcelona se puede recorrer prácticamente toda su trayectoria, desde 1910 (cuando Miró tenía 17 años) hasta 1976
Las curvas los unen, son un rasgo predominante en los trabajos de ambos.
Pero mientras en Miró, al ser convexas, cuando miramos sus obras vemos las formas curvas más prominentes, más salientes, en el centro que en los bordes, en el caso de Chillida, al ser cóncavas, vemos las formas curvas más hundidas, más interiores, en el centro que en los bordes. Además de gran artista, como Miró, Chillida fue también un gran pensador.
Y este juego de espejos con las líneas fue identificado por él en un texto manuscrito, datado el 17 de septiembre de 1981, que le envió como homenaje a Miró, y en el que se lee: “A Joan Miró / rebelde como conviene / la línea toda tensión / convexa clarividencia / desde la forma que nace / además los ojos piensan”. Miró en los ojos de Chillida, un diálogo de la amistad y la visión artística.