Tan cerca y, a veces, tan lejos. Los dos artistas guipuzcoanos de mayor reconocimiento internacional, Jorge Oteiza (Orio, 1908 - Alzuza, 2003) y Eduardo Chillida (Hernani, 1924 - San Sebastián, 2002) fueron los principales catalizadores de la renovación del arte y, de modo principal, de la escultura en el contexto vasco y español en la segunda mitad del siglo XX. Y, sin embargo, salvo en algunas exposiciones colectivas, nunca pudieron presentarse juntos. Cierto es que tenían postulados estéticos, artísticos y críticos dispares, pero también hay una historia de estimas recíprocas por sus obras y por las tomas de posición efímeras en el contexto de la disidencia cultural y política frente al régimen franquista.
La muestra Jorge Oteiza y Eduardo Chillida. Diálogo en los años 50 y 60, comisariada por Javier González de Durana en la Fundación Bancaja de Valencia, tiene, cómo obviarlo, un sesgo singular dado que por vez primera los reúnen con una amplia selección de obras del periodo que va de 1948 a 1969. Es por lo tanto una selección limitada que se justifica, como explica el comisario, por lo siguiente: 1948 es el año en que Oteiza retorna de su estancia americana iniciada en 1935. Chillida, por su parte, inicia una estancia en París hasta 1951 donde conocerá a Palazuelo y entrará en contacto con la galería Maeght. Y concluye en 1969, momento en el que Oteiza culmina la estatuaria del Santuario de Aránzazu y Chillida instala su primera gran obra pública en Europa ante el edificio parisino de la UNESCO.
Esta excepcional muestra reúne por vez primera a Chillida y Oteiza y abre nuevas posibilidades de diálogo
El diálogo incluye un conjunto de 119 piezas, collages y dibujos, de los cuales 70 son de Oteiza y 49 de Chillida, y ha tenido el necesario respaldo de las instituciones legatarias de ambos artistas: la Fundación-Museo Jorge Oteiza (Alzuza, Navarra) y Chillida-Leku (Hernani, Guipúzcoa). Además, numerosas instituciones culturales y fundaciones han prestado valiosas obras para el logro de esa excepcional muestra.
Fue precisamente en Valencia, en las páginas de la revista Parpalló cuando aconteció un primer encuentro de Oteiza y Chillida a través del examen crítico pionero que escribiera Vicente Aguilera Cerni. Ahora, las obras de cada uno fluctúan en un litigio amable entre sorpresas estéticas, afinidades y divergencias formales que revelan lo más sustantivo de sus respectivas poéticas. Y todo ello se muestra alejado del ruido propiciado por un malogrado libro de Oteiza sobre las afinidades entre sus obras y las de Chillida.
Se inicia la muestra con la fotografía en la que los dos artistas comparten un acto a primeros de los sesenta y con dos obras, Laooconte (1955), de Oteiza, y Oyarak I (1954), de Chillida, que revelan las respectivas elecciones formales de esa época: una figuración informalista y de expresión organicista deudora de Moore en el primero, y una apropiación de formas pertenecientes a utensilios de labranza que evocan la herencia de Julio González en su forma de trabajar la forja del hierro. Dos figuras del Apostolario de Arantzazu / Pedro y Pablo (1953-1969) se confrontan con dos puertas en hierro realizadas por Chillida que incluyen un relieve de formas geométricas. Otras salas despliegan las derivas de una abstracción geométrica que de modo paralelo jalonan sus trayectorias creativas. Diversas piezas de Oteiza de su Propósito experimental (1955-1957), reunidas en series que le valieron para ganar el premio de escultura en la Bienal de São Paulo en 1957, serían la antesala de su conclusión escultórica, de modo parcial, en 1959. El Homenaje a Mallarmé (1959) y Primera variante, vacío en cadena/ Construcción vacía (1957), o Arista vacía (1958), son algunas de las magníficas piezas seleccionadas.
En el caso de Chillida, varias obras de las series El rumor de límites y Yunques de sueños, realizadas en hierros en los años 50 y 60, comparten espacio con la fascinante escultura Hierros de temblor II (1956). Hay también un sugerente diálogo entre los delicados collages y relieves de ambos artistas. Oteiza confiaba a la estética y al arte, la creación de mitos para que la comunidad pudiera curar su sentimiento trágico de la existencia. En efecto, tanto su proyecto teórico como creador se inscribieron en un enfoque existencialista, y fueron movilizados por intuiciones estéticas y por postulados metafísicos, morales, religiosos o políticos de índole diversas. De modo sintético se expone el pasaje de la escultura masa de la primera época de Oteiza a la escultura energía y a la poética del vacío final y conclusivo. Chillida en sus primeras tentativas escultóricas se reconoce en la tradición neoclasicista y en la informalista, a la vez que se interesa por las nuevas vías expresivas del hierro que Julio González, Pablo Gargallo que otros artistas habían inaugurado para entonces. El hierro ha sido uno de los materiales más utilizados para celebrar la mediación de lo visible hacia lo inteligible. Condensó su poética en su postulado “Yo no represento, pregunto”.
La publicación de la muestra integra varios textos del comisario que permiten iluminar de modo crítico el sentido de la propuesta. Nos quedamos con ganas de recorrer en ese diálogo un espectro más amplio de sus trayectorias. Queda ese reto para el Museo de Bellas Artes de Bilbao o para el Museo Reina Sofía, por ejemplo. Con todo, la Fundación Bancaja se lleva el mérito de haber producido ese diálogo entre dos artistas colosales. En 1977 un abrazo entre los dos en el caserío Zabalaga (actual Chillida Leku) permitió cerrar parcialmente un ciclo de desencuentros y litigios. Firmaron la siguiente declaración: “Más allá de nuestras diferencias habrá siempre un espacio-tiempo para la paz”. Con esta exposición se abren nuevas posibilidades de diálogos inéditos bajo nuevas mediaciones curatoriales.