El nombre de Andy Warhol es conocido por todos. No hace falta saber de arte ni haber ido nunca a un museo para pensar en algunas de sus obras como las latas de sopa Campbell o los retratos de Marilyn Monroe, uno de los cuales acaba de batir el récord de la obra de arte del siglo XX más cara vendida en subasta.
Pero apenas se conocen sus gustos, aficiones o su vida. Cuando en 1968 recibió dos disparos procedentes del revólver de Valerie Solanas, empezó a documentar su vida: cada día llamaba a Pat Hackett para contarle todas sus impresiones mientras que esta lo dejaba todo por escrito. Dos años después de la muerte del artista en 1987, Hackett publicó estos diarios y basándose en ellos el productor Ryan Murphy y el director Andrew Rossi han puesto en pie Los diarios de Andy Warhol, una miniserie documental de Netflix que bucea en su vida.
A través de los testimonios de quienes lo conocieron como los artistas Glen Ligon y Jamie Wyeth, la cantante Debbie Harry (líder de la banda Blondie) o los cineastas Julian Schnabel y John Waters, asistimos a la construcción del personaje detrás de la máscara con la que trabajó durante toda su trayectoria. Tras la peluca rubia que siempre lucía, Warhol pudo trabajar sin descanso en el personaje que estaba creando y, así, pudo esconder sus sentimientos y pensamientos ante los ojos de la prensa.
En 1967, tras el intento frustrado de asesinato por parte de Solanas, Warhol pasó un tiempo en su casa y empezó a grabar todas las llamadas pero, como explica la escritora Hackett, en 1976 tomaron “la costumbre de hablar todos los días por teléfono para llevar su agenda”. Poco a poco en sus conversaciones empezaron a colarse comentarios y chismes sobre lo que había hecho y sentido el día anterior y es así como Hackett pudo publicar póstumamente el diario de Andy Warhol, material que toma como base este documental que ha recreado la voz del artista a través de un programa de Inteligencia Artificial.
La forja de un icono
En los primeros compases de la serie escuchamos cómo Warhol asegura encontrarse en una etapa rara en la que se plantea por qué hace las cosas: “Tengo esa sensación desesperada de que nada significa nada”. En realidad, Warhol se obsesionó con la fama, dirigió películas underground con un contenido sexual tan explícito que podría haber sido detenido y conectó con el público con un arte accesible. Sin embargo, en su fuero interior fue una persona tímida muy consciente de sus defectos pero que, por supuesto, consiguió usarlos a su favor. La vergüenza, dicen desde el Museo de Andy Warhol, fue una de las emociones más intensas que el artista sintió desde joven. Su nariz bulbosa, su cara llena de granos y de hendiduras o su pelo le llevaron a enmascararse, a maquillarse ("me maquillo para ser un yo más guapo") y a construirse desde cero.
Sin embargo, este documento visual deja entrever que su infancia en Pittsburgh en el seno de una familia de inmigrantes moldeó lo moldeó y marcó de por vida. Allí, no consiguió sentirse identificado con otros chicos de su edad y estos se burlaban de él. Sin embargo, para ganarse su simpatía los invitaba a casa para dibujarles. Con 24 años cogió un billete y se plantó en Nueva York, ciudad en la que se convirtió en la leyenda de la cultura de masas norteamericana.
Se inició en el terreno del dibujo gráfico y la publicidad, áreas en las que destacó tanto que llegó a ilustrar revistas como Vogue, Glamour y Harper’s Bazaar. Pero Warhol estaba decidido a llamar la atención en el mundo del arte serio y se lanzó a pintar billetes de dólar y sillas eléctricas aunque fueron sus latas de sopa Campbell (esas que tanto le gustaban de pequeño) las que terminaron calando en el imaginario colectivo. “El arte de los negocios es lo que viene después del arte. Yo empecé como artista comercial y quiero acabar como artista empresarial. Ser bueno en los negocios es el arte más fascinante”, asegura el artista.
Tras fundar The Factory se convirtió en una figura central de la vida en Nueva York pero el intento de asesinato hizo que no pudiera seguir con ello. De hecho, Warhol empezó a centrarse en los retratos por encargo con el objetivo de convertir a todo aquel que se situara frente a su objetivo en alguien importante, como Marilyn Monroe.
Al documental no se le escapan las noches en Studio 54, discoteca de moda por donde desfilaron figuras como Liz Taylor, Halston y su caótico novio Victor Hugo o Truman Capote y donde el alcohol y las drogas eran habituales entre sus asistentes. También vemos algunas de las entrevistas en las que Warhol siempre desviaba las preguntas en torno al sexo y su sexualidad o su relación con Jed Johnson, un joven que un día entregó un telegrama en The Factory, consiguió hacerse un hueco en el mundo de la decoración de interiores y mantuvo una relación con Warhol.
Basquiat, una energía creativa
Por supuesto, en un documental sobre la vida de Warhol no pueden faltar Keith Haring, de quien en algún momento sintió celos por la atención que empezaba a recibir, y Jean Michel-Basquiat, artista del que absorbió una gran energía creativa. Para cuando Warhol y él se conocieron, el joven artista, que plasmaba poesía en las paredes de Nueva York bajo la firma de Samo, ya era el creador mejor considerado del panorama. Tras un almuerzo organizado por el agente de Warhol, el joven se plantó en su estudio y pintó un retrato de ambos que le regaló al padre del pop.
Así empezó una relación de amistad que enriqueció a ambos aunque Warhol se embelesó con el artista también desde un punto de vista erótico. En el plano artístico Basquiat empujó a Warhol a coger de nuevo los pinceles para volver a la pintura como hacía tiempo no lo hacía llegando a pintar a cuatro manos durante casi dos años.
El documental no pasa por alto el accidente aéreo en el que murió Jed Johnson en 1995, la muerte de Jon Gould, otra de las parejas de Warhol durante su vida, en 1986 a causa del Sida, o la sobredosis que se llevó por delante la vida de Basquiat en 1988.
Aunque esta serie nos acerca a la cara más humana e íntima de Warhol, una voz en off al final del metraje advierte de que aún quedan muchas historias que descubrir de este artista que dijo, en más de una ocasión, que le gustaría ser una máquina: “Es que la vida duele tanto… si pudiésemos convertirnos en máquinas todo nos dolería menos. Seríamos más felices si estuviéramos programados para ser felices”.