Abstraerse del canon, por fin
La muestra denuncia la invisibilización de las artistas, borradas en el discurso moderno por prejuicios sexistas y racistas sistémicos
2 noviembre, 2021 05:29Hace unos años, se reivindicaba a Hilma af Klint frente a Kandinsky como pionera de la abstracción. En la misma línea mística, y retrotrayéndose a la segunda mitad del siglo XIX, se invoca ahora a Georgiana Houghton, a partir de la pregunta ¿qué es la abstracción? En esta ambiciosa exposición concebida por Christine Macel, comisaria jefa del Centre Pompidou de París, con más de cien artistas y más de cuatrocientas piezas, se desafía el canon establecido. La muestra denuncia la invisibilización de las artistas, borradas en el discurso moderno por prejuicios sexistas y racistas sistémicos, para hilvanar un discurso cronológico-temático, que abarca más de un siglo, hasta 1980, y cuyo desarrollo es multidisciplinar y global.
Más allá de pintura y escultura, se suman danza, artes decorativas, fotografía y cine. Pero el canon occidental también se derriba incluyendo la modernidad en Latinoamérica, Oriente Medio y Asia, sin olvidar a las artistas afroamericanas y españolas: Aurèlia Muñoz, Elena Asins y Esther Ferrer. Dadas las carencias en nuestras colecciones de estas cocreadoras de la Modernidad, como las denomina Griselda Pollock en el catálogo, esta gran muestra es imprescindible.
Las artistas están representadas con piezas imponentes, una de las claves de esta deslumbrante exposición
Se trata de un avance en investigación muy importante. Si bien en la última década se han producido relevantes exposiciones en Estados Unidos, Europa y Asia en torno a artistas abstractas en las décadas de los años 50 y 60, sumando protagonistas a las únicas excepciones respetadas en el relato tradicional, las vanguardistas Delaunay-Terk, Taeuber-Arp, Barbara Hepworth y Lee Krasner; aquí, el abanico de tendencias no figurativas y no objetivas desde el suprematismo es sustituido por contextos específicos.
Así, después de la constelación “espiritismo y teosofía”, pasamos a las pioneras de la abstracción danzada; luego, un inesperado capítulo de vorticismo en femenino y las ineludibles secciones de mujeres en las vanguardias rusas, en la Bauhaus y en la Escuela de Nueva York. ¿Sabían que Jackson Pollock había visto y admirado los drip paintings de Janet Sobel en la galería de Peggy Guggenheim en 1944, años antes de que él danzara sobre la tela en el suelo, impelido por las exigencias de Greenberg?
Otros contextos son tan desconocidos como interesantes. La comisaria de fotografía adjunta y directora del Museo de Varsovia, Karolina Lewandowska, aporta episodios relevantes. Desde los años cuarenta hasta finales sesenta en la Texas Woman’s University la fotógrafa y profesora Carlotta Corpron, impresionada por la experimentación con la luz de Moholy-Nagy, a quien habían invitado a una conferencia, impartió el curso de “Fotografía creativa”. Pero hay otras, como la propia Berenice Abbott, en cuyas retrospectivas se suele prescindir de sus experimentaciones científico-fotográficas; Marta Hoepffner, sobrina de Hugo Ball y discípula de Willi Baumeister; y la escultora Barbara Kasten, que combina la fotografía con el textil y la instalación, subrayando la descompartimentación de medios, decisiva en esta exposición. Junto a ellas, también descubrimos a las que realizan un cine experimental de base lumínica, como Mary Ellen Bute a comienzos de 1950, y Lillian Schwartz y Dóra Maurer en los años setenta.
En paralelo, entre los años 30 y 70, París se convierte en la ciudad de encuentro de artistas procedentes de diversos países europeos y del resto de continentes: destacan entre las escultoras, las argentinas Martha Boto y Alicia Penalba y la húngara Marta Pan; entre las pintoras, la portuguesa Vieira da Silva, la georgiana Vera Pagava, las húngaras Judit Reigl y Vera Molnár, la turca Fahrelnissa Zeid, las libanesas Etel Adnan y la pintora y escultora Saloua Raouda Choucair, la estadounidense Claire Falkenstein y la pintora de origen cubano Carmen Herrera. Durante los sesenta, fueron referentes imprescindibles en Brasil Lygia Clark y Lygia Pape. Y con su “pop minimalista”, denominación de la pintora Marcia Hafif, se erigen hoy como modelos de nuestros jóvenes artistas: Tess Jaray, Ilona Keserü y Huguette Caland.
Todas están representadas con piezas imponentes, pues una de las claves de esta deslumbrante exposición ha sido contar con los tesoros de las colecciones del Centre Pompidou y de los fondos Guggenheim, que fueron iniciados por Hilla Rebray en 1937 con la primera colección de arte no objetivo. A ellos se han sumado decenas de museos e instituciones, coleccionistas y galerías privadas. Entre los que la comisaria ha elegido obras tempranas en la etapa de madurez de las artistas, a menudo ya en grandes formatos, como las piezas textiles monumentales de Abakanowicz, Jagoda Buic, Aurèlia Muñoz, Leonore Tawney y Sheila Hicks.
Para resolver el conflicto entre arte feminista y abstracción durante los años 70, se emula la exposición Abstracciones excéntricas de Lucy Lippard, con importantísimas piezas de Louise Bourgeois, Eva Hesse, Rosemarie Castoro, Lynda Benglis, Judy Chicago, Harmony Hammond, Carla Accardi y Zilia Sánchez, tan reivindicada en las últimas bienales y Documentas pero a quien, como a otras, el reconocimiento le ha llegado demasiado tarde.
Como cierre, el gran mural realizado por mujeres aborígenes australianas pertenecientes al APY Art Centre Collective, con sus creencias oníricas y ancestrales, nos enlaza con el principio espiritualista de la abstracción.