Katarzyna Kobro tuvo relación con artistas como Malévich, Tatlin, Rodchenko y Wladislaw Strzeminski, con quien contrajo matrimonio. En 1936, fecha en la que tuvo a su hija Nika, fue el año en el que la artista constructivista realizó su última exposición. A partir de ese momento tanto su vida como su carrera fueron apagándose: como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial tuvieron que cambiar de residencia, en los traslados perdió muchas de sus obras, en 1945 no le quedó más remedio que quemar algunos de sus trabajos para poder dar de comer a su hija y durante el divorcio Strzeminski quiso quedarse con la custodia de Nika. Aunque después de la guerra volvió a trabajar, Kobro había caído en el olvido. Esta es una de las historias que Victoria Combalía incluye en Amazonas con pincel (SD Edicions), el primer volumen de la reedición de un libro que publicó por primera vez en 2006.
“Cuando la editorial Destino me lo propuso lo cogí con ilusión pero, como digo en la introducción, en los años 90 hubiera dicho que no porque pensábamos que separar a las mujeres era discriminación. De hecho había artistas como Dorothea Tanning que se negaban a hacer exposiciones de mujeres. Con los años nos hemos dado cuenta de que había que hacerlo porque sigue sin haber una paridad absoluta”, comenta la historiadora del arte. Aquella primera edición de Amazonas con pincel fue el primer libro que abordaba este tema escrito en España. “Había catálogos y recuerdo que Estrella de Diego organizó exposiciones pero no había un libro divulgativo del siglo XX con antecedentes”, recuerda.
De hecho, durante el primer mes de su publicación se vendieron 1.000 copias y en un año se agotó. Y, de pronto, María Luisa Samaranch, editora de SD Edicions, llamó a la escritora: quería reeditarlo. Entonces, Combalía decidió revisarlo, ampliarlo, añadir artistas e incluir más ilustraciones. “He añadido las retrospectivas que ha habido entre 2006 y el 2020 en museos como el MET, la Tate o el Reina. Lo bonito es que en estos años ha habido muchas exposiciones. Ahora, todas las biografías están al día”, asegura.
Además de Kobro, por aquí desfilan figuras como María Blanchard, Camille Claudel, Ángeles Santos, Claude Cahun, Natalia Goncharova, Tina Modotti o Remedios Varo. También hay otros que pueden resultar más ajenos a un público general como Alexandra Exter o Gwen John. “La primera es conocida por los expertos, era de buena familia. Llevó las novedades de París a Rusia, conoció el cubismo y a Picasso. Era una mujer de rompe y rasga”, admite Combalía. Sin embargo, la trayectoria de Gwen es menos conocida y su historia conmovió a la escritora. “Su hermano Augustus era muy famoso mientras que ella era una mujer muy tímida. Ella también pintaba muy bien pero no tuvo tanto éxito por ser mujer. Supongo que en el Reino Unido la conocerán más porque nació allí, aunque vivió en París”, especifica Combalía.
Por supuesto, en estas páginas no podían faltar figuras como Frida Kahlo, de la que ha leído varios libros y Salomón Grimberg (su gran biógrafo) le ha contado una gran cantidad de detalles que quería integrar, o Dora Maar, artista a la que ha estudiado durante miles de horas y a la que ha dedicado libros como ‘Dora Maar, la femme invisible’ y varias exposiciones. Es, sin duda, la artista que más le apasiona, la que más ha estudiado y con la que tuvo la oportunidad de hablar largo y tendido en los últimos años de su vida. Combalía cree que si Picasso no se hubiera cruzado en su camino “Maar hubiera sido una fotógrafa como Cartier-Bresson o Brassai y no hubiera abandonado la profesión”.
Con este volumen no solo aprendemos nosotros, también lo hizo su autora. “Escribo sobre sus vidas porque lucharon para conseguir una carrera como artistas. La mayoría de ellas tuvieron vidas difíciles, algunas incluso dramáticas, pelearon por su independencia. Hice un balance entre vida y obra porque algunas fueron ayudadas, otras reprimidas y en algunos casos las familias se pusieron en contra”, recuerda Combalía. Algunas fueron presas de la locura: como también se relata en Memorias de abajo la artista Leonora Carrington fue internada en Santander y “en sus manifestaciones de locura asumía el comportamiento de varios animales: rugía como una hiena, relinchaba como un caballo, ladraba como un perro”, escribe Combalía.
También Camille Claudel, cuya relación con el escultor August Rodin le llevó a abortar en dos ocasiones. “Cayó en la locura tras terminar Niobide herida y se dice que a partir de 1906 destruía sistemáticamente las obras que realizaba cada año”, relata Combalía en Amazonas con pincel. Fue en 1914 cuando su familia decidió encerrarla en un hospital psiquiátrico del sur de Francia. Sin embargo, “sus cartas no manifiestan pérdida de consciencia ni locura”.
Aunque todas ellas tuvieron que luchar por sacar adelante su carrera como artistas, la autora observa que en movimientos como el constructivismo ruso o el surrealismo hubo una presencia mayor de artistas mujeres. “Ahora no ocurre porque todos los artistas son independientes, no hay movimientos. En los grupos grandes había más mujeres porque hacían vida en conjunto y había maestros que llevaban alumnas o novias y otras pintoras que se apuntaban o eran llamadas. “Breton, por ejemplo, tiene fama de machista y es cierto que trató fatal a su segunda mujer: pretendía que le hiciera la comida pero también le envió cartas en las que la animaba a pintar”, cuenta. Algo similar ocurre con los rusos, que vivieron una situación revolucionaria y eran más “abiertos de espíritu”.
La verdadera explosión, no obstante, tuvo lugar en el siglo XX. “Todo mejora a partir de los años 70 porque hay más libros sobre ellas y se les expone”. Aun así, para Lee Krasner no fue tan fácil como para Bridget Ridley y las inglesas de los años 60. “Ahora, por suerte, hay más normalización aunque a veces las mujeres cobran menos. Ahora hay más paridad pero tenemos que lograr que las obras cuesten lo mismo y que a las mujeres se les otorgue más premios”.
Por el momento, tendremos que esperar al segundo volumen.