Hay creadoras que, dado su contexto histórico, social y familiar, en su decisión de ser artista afirmaban un hermoso gesto de rebeldía. Por ejemplo, Lee Krasner (1908-1984), nacida en el barrio neoyorquino de Brooklyn poco tiempo después de que inmigrara su familia, rusos judíos originarios de Odesa. Su trayectoria cifrará un acto de determinación y libertad que renovaba su amor por la práctica pictórica.
Fue una pionera participante en esa constelación de artistas del expresionismo abstracto norteamericano, y cuyo cauce principal fue considerado, por algunos críticos, historiadores e instituciones, como el epítome de arte moderno en la época de la posguerra. No obstante, su reconocimiento fue tardío y eclipsado por el fulgor de las estrellas masculinas y de modo especial por el éxito de su pareja Jackson Pollock, con quien se casaría en 1945 y mantendría una tormentosa y errática relación. En numerosas ocasiones deploraría que fuera invisibilizada como pintora para ser reconocida como la viuda de Pollock. Hasta el gran pope y mentor del expresionismo americano, el crítico Harold Rosenberg, reiteró ese gesto machista de menosprecio, “como si yo necesitara la muleta”, afirmó Lee en 1956.
Su reconocimiento fue tardío, eclipsado por el fulgor de las estrellas masculinas y el éxito de su pareja, Jackson Pollock
Ser eclipsada, no obstante, lo percibió como una condición paradójica: por un lado, le permitió pintar con una libertad a salvo de los apremios del mercado y de las miradas críticas; y, por otro, limitó su merecido reconocimiento. Será en 1965 cuando la Whitechapel Gallery de Londres organizará su primera retrospectiva favoreciendo el reconocimiento posterior. En su país tendrá que esperar a 1983 para poder celebrar su gran exposición que se iniciará en Houston. Falleció unos días antes de que llegara a inaugurarse en el MoMa de Nueva York.
Volver a exponer a esta artista, por la iniciativa del Barbican Centre de Londres en colaboración con el Museo Guggenheim de Bilbao, es un acontecimiento grato y oportuno para redescubrirla. Nunca se han reunido tantas piezas de Krasner en una muestra en España. Organizada de modo cronológico, desde sus primeros dibujos y pinturas de su periodo formativo (1928-1938) hasta su fascinante serie de collages Once maneras, de los años setenta, la muestra nos permite un diálogo encantador con su manejo del color, que percibía como un misterio permanente, y con esa poética visual que la crítica de arte Cindy Nemser definió como un caos controlado. Esta idea ya se reconoce en las piezas de la segunda mitad de los años cuarenta: Little Images (Pequeñas imágenes). Pero considero que su serie posterior, donde reutiliza fragmentos de pinturas destruidas, papel fotográfico y otros elementos informan mejor de esa poética constructiva en unos collages magníficos como Shattered Light (Luz hecha añicos, 1954) o Bald Eagle (Águila calva, 1955).
1956 será un año decisivo. Tras la muerte de Pollock en un accidente de coche mientras ella realizaba una estancia en Francia, retoma en un contexto de duelo unas pinturas que había iniciado justo antes de su partida. El caos tomaba ahora la forma de una figuración de tonos carnosos con ecos del primer Picasso y en una suerte de tumulto erótico y violento a la vez. Embrace (Abrazo, 1956) y otros dos lienzos están presentes en la muestra.
Más interesante será la serie siguiente, Viajes nocturnos, realizada en al antiguo estudio de su compañero. Motivada por el insomnio y pintadas por la noche diríase que una vis melancólica anima su propósito. El haz cromático se ha cerrado a una gama de ocres y blancos, la acción pictórica expresionista abandona la figura y produce obras tan convulsas como Polar Stampede (Estampida polar, 1960). Le seguirán otras piezas de signo gestual y abstracto donde volverá a celebrar el color como en su famosa pintura Another Storm (Otra tormenta, 1963) o en otras también formidables como Siren (Sirena, 1966) y Portrait in Green (Retrato en verde, 1969). Otra serie de pinturas en pequeño formato, pero no menos encantadora, prolonga esa atención jubilosa por el color de reminiscencia matissiana derivando hacia un gesto más caligráfico. Sobresalen en esta muestra obras como Hieroglyphs No. 18 (Jeroglíficos n.º 1), Seed No. 4 (Semilla n.º 4), ambas de 1969.
Un giro en su trabajo de los primeros años setenta será la serie titulada Palingenesia (nacer de nuevo) le decantará hacia composiciones más abstractas y geométricas a la vez que utilizará colores planos. La muestra se cierra con tres rotundas pinturas-collage de su serie Once maneras (1974-1977). Reutiliza trozos de obras anteriores y compone de modo abigarrado, dando forma al caos de su anhelo creador. Los modos verbales que utiliza para titularlas refuerzan la idea de que percibía sus obras como una forma de escribir un relato vital y creador. Esta valiosa muestra lo redescubre y traza su anhelo de autonomía y de amor a la pintura. De Lena (su nombre original) a Lee (su nombre artístico), apreciamos una travesía artística que asume el dictum de T. S. Eliot y que solía repetir: “Nunca dejaremos de explorar”. En los últimos años aminoró su producción de obras nuevas al tiempo que gestionaba el legado de Pollock.